23/04/2018
(SOLO SERÁN VÁLIDAS LAS PALABRAS PRONUNCIADAS)
Majestades,
En este Día Internacional del Libro en el que conmemoramos el aniversario del fallecimiento de Miguel de Cervantes, pero también los de William Shakespeare y Garcilaso de la Vega; en este 23 de abril, cuando nos reunimos para la entrega del más importante galardón de la literatura en español, nos enorgullece Vuestra presidencia.
Siempre atentos, siempre fieles a la cita con la cultura, nos alienta Su compromiso con nuestro patrimonio común en todas sus expresiones, pero, de modo particular en esta jornada, con nuestras Letras.
Lo agradezco como Ministro de Educación, Cultura y Deporte, pero también como español, porque esa cercanía y ese cariño que Vuestras Majestades muestran y demuestran al mundo de la cultura es un fiel reflejo del que sentimos todos los españoles.
Deseo dar también la bienvenida y agradecer su presencia al Presidente del Gobierno , y al resto de autoridades especialmente al Rector de esta Universidad y al Alcalde de Alcalá en este Paraninfo de la Universidad, testigo de la vida y las vicisitudes de tantas personalidades de nuestra historia.
No quiero comenzar mi intervención sin enviar un caluroso recuerdo a la familia, a los amigos y lectores del escritor mexicano Sergio Pitol, Premio Cervantes en 2005 fallecido el pasado 12 de abril.
Su vida, su obra y su memoria estarán muy presentes en el día de hoy, porque con su desaparición no solo hemos perdido a un escritor sobresaliente, sino también a un hombre que dedicó toda su ilusión y su fuerza al servicio del mundo editorial.
Todo un ejemplo y un referente de amor a las letras y a la cultura en español al que sin duda echaremos de menos, pero del que podremos seguir disfrutando a través del legado que constituyen sus obras.Salto de línea Majestades,
Procedente del griego y del latín tardío, el término paranimphus lo utilizamos para referirnos al más noble salón de actos de las universidades. Pero en su última e infrecuente acepción, el término Paraninfo resulta aún más propio para la ocasión que nos reúne, al designar al “anunciador de una felicidad”. Eso es lo que hoy nos congrega en esta Universidad de Alcalá.
Fue esa “felicidad” la que anunció uno de sus alumnos más célebres, D. Félix Lope de Vega, cuando plasmó en los siguientes versos lo que supuso su vida académica entre sus aulas y el modo en que trasmutó dulcemente su biografía.
Dicen así:
Crióme don Jerónimo Manrique Salto de línea estudié en Alcalá, bachilleréme Salto de línea y aun estuve de ser clérigo a pique; Salto de línea cégome una mujer, aficionémeSalto de línea perdóneselo Dios, ya estoy casado;Salto de línea quien tiene tanto mal, ninguno teme.
La confesión de Lope sobre sus estudios en esta universidad es una belleza de posteridad . Es preciso recordarlo hoy cuando honramos a todos los “anunciadores de felicidad”. A los que han hecho de la literatura en español un faro capaz de iluminar los siete mares, a los que han hermanado talentos y personalidades a un lado y a otro del océano, aquellos “españoles del otro hemisferio” como los denominaba con emoción lírica la Constitución de Cádiz, a quienes han sido capaces de pervivir entre los siglos, de estar siempre viva, como esas plantas del mismo nombre, que conservan en sus hojas grandes reservas de agua para subsistir bajo cualquier circunstancia.
En el romanticismo de esa resistencia botánica reparó otro gran nicaragüense, Rubén Darío para trazar los versos de su Urna votiva:
Sobre el caro despojo esta urna cincelo:Salto de línea un amable frescor de inmortal siemprevivaSalto de línea que decore la greca de la urna votivaSalto de línea en la copa que guarda rocío del cielo ;
Y es esa literatura la que hoy nos emplaza con todos sus honores. La que celebramos. Porque desde nuestros antecedentes latinos celebrar es sinónimo de abundancia y fecundidad.
Desde el mayor de nuestros galardones a las letras, el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, contemplamos el devenir y el discurrir de la cultura literaria hispanoamericana y disfrutamos de su glorioso pasado, de su trepidante presente, promesa cumplida de la “inmortal siempreviva” que glosó Rubén.
Los galardonados con el Premio Cervantes, desde Don Jorge Guillén hasta el que hoy otorgamos a Don Sergio Ramírez, constituyen una suerte de guardacantones que guían al peregrino a través de nuestra literatura, al tiempo que protegen sus obras, las ensanchan, asientan, y preparan para que su porvenir sea un anhelo inconcluso.
Así lo entendió el primer premiado cuando, en 1976, tras conocer la noticia de que era el ganador, mostró el modo en que la cultura trasciende su ámbito propio para convertirse en el latido espiritual de una nación: “Me siento honradísimo y muy contento”, dijo D. Jorge Guillén, “han elegido a un autor que ha sido modestamente adversario del Régimen. Esto implica un paso adelante en la transición democrática de España”.
Aquel “acto de concordia” y la concepción de la poesía como “símbolo de esperanza” para el Guillén recién galardonado no ha dejado nunca de estar presente en cada edición de este Premio. También lo está en un día como hoy. Cuando Nicaragua vive horas difíciles abogamos por la concordia en libertad y democracia como símbolo de esperanza para responder a los anhelos de los ciudadanos.
Anunciadores de felicidad, letras ilustres, cultura siempre viva, concordia y esperanza. He aquí el verdadero rostro de la cultura en español, transfronteriza y global, de la cultura compartida de Iberoamérica.
Esa cultura a la que Don Sergio Ramírez ha dotado de porvenir, al cargarse a la espalda a la generación posterior al boom, para desmentir que la grandeza de las letras latinoamericanas fuera flor de un día.
Esa cultura en español que no reconoce fronteras ni disciplinas, que es compartida y a la que ahora pretendemos de revestir de futuro a través del proyecto El español, lengua global, presentado por el presidente del Gobierno el pasado mes de enero. Un proyecto que nace para impulsar el valor del español en el mundo e incrementar su capacidad de generar oportunidades en toda la comunidad hispanohablante.
No podemos olvidar la elocuencia del valor cuantitativo de nuestra lengua. Somos más de 500 millones de hispanohablantes en el mundo. El español es la segunda lengua materna del planeta por número de hablantes, la segunda en redes sociales, la tercera lengua más utilizada en Internet y más de 21 millones de alumnos lo estudian como idioma extranjero.
Somos muchas las naciones y millones las personas que contribuimos a esta situación de privilegio de la lengua española; una situación que se traduce en un gran potencial de oportunidades económicas y culturales allende nuestras respectivas fronteras.
Apostamos por El español, lengua global en un tiempo digital, cuando compartir es la tendencia. Compartir ha triunfado porque es así como se acelera el progreso de las sociedades desde la Antigüedad, es así como se avanza, se innova, y se expanden valores como la libertad, la democracia, o los derechos fundamentales.
El español es libertad: desde Cervantes hasta Serio Ramírez. Es una lengua que no tiene dueño, y ahí reside su fortaleza. Pero al tiempo, sí tiene agentes, y cada vez más: cada uno de esos millones de hispanohablantes. Nuestra obligación, nuestra vocación, es seguir impulsando la expansión del español y de la cultura en español, y aprovechar su condición de lengua multinacional en los retos que nos plantea la revolución tecnológica.
Si entre todos logramos que el español se posicione como lengua tecnológica, que las máquinas aprendan a hablar español, se programen ya en nuestra lengua, estaremos beneficiando a toda la comunidad hispanohablante presente y tejiendo un camino de prosperidad inédito en nuestra historia para todas las generaciones futuras.
Es ahora, en definitiva, cuando podemos y debemos conseguir que el nuevo universo digital se escriba, se programe y se desarrolle en español.
Nuestros artistas y escritores más ilustres, nuestros Premios Cervantes, nuestros talentos emergentes, serán los mejores divulgadores de este empeño compartido por mirar al futuro de nuestra lengua, sin desmerecer el pasado más aún: orgullosos de nuestro patrimonio cultural acumulado.
En el ámbito de la literatura, esa capacidad de innovar sobre la influencia de los autores precedentes ha sido el mayor motor de talento a través de los siglos. Lo vemos, una vez más, en la formación literaria de nuestro Premio Cervantes.
Los libros de García Márquez, de Cortázar o de Vargas Llosa cimentaron lo que había recibido del propio Rubén Darío, de José Martí, o de Amado Nervo, y el edificio que hoy encarna Don Sergio Ramírez es por ello sólido y espacioso.
No es casualidad que en su obra Margarita, está linda la mar el autor nos mostrara buena parte de las influencias literarias que heredó, cultivó y personalizó. En la poética de su narrativa encontramos también evidencias de esas referencias, como el romanticismo extremo de un Rubén Darío desnudo de mitos y una acción que conmueve al lector entre lo histórico y lo pasional, en el contexto de días convulsos en la Nicaragua del pasado siglo.
Se ha escrito de esta novela que constituye “una obra total, rebosante de pasión y de nobleza literaria” porque en ella caben “la poesía, la ciencia, las crueldades y los delirios de América en este siglo”.
Y es más aún, porque Margarita, está linda la mar nos abre la puerta al alma literaria de Don Sergio Ramírez. Naturalmente, no todo está en ella, porque nuestro galardonado tuvo y tiene mucho más que decir y que escribir, pero de alguna forma aglutinaba su espíritu, su finura narrativa, su querencia por el arte de contar historias que lleguen tanto a la mente como al corazón.
Majestades,
En ocasiones se ha descrito (erróneamente en mi opinión) la vida de Don Sergio Ramírez como una vida doble: primero político, más tarde escritor. Algo desmentido por la fuerza de los hechos.
Nuestro galardonado es escritor sobre todas las cosas.
Y no creo equivocarme al afirmar que, entre las muchas preocupaciones derivadas de su dedicación a la política activa, la mayor, la que más hondo podía zaherirle, era contemplar el fugaz transcurrir de las horas perdidas para la literatura.
La actividad política, además, resultaba inquietantemente absorbente, como ilustra bien una anécdota que le he leído en alguna ocasión :
Pasaba largas jornadas en su despacho. Rodeado de humo; él, que no era fumador y que nunca ha sabido explicar por qué fumaba tanto durante su etapa como Vicepresidente de la República. Era tal el ajetreo de aquella vida gubernamental que en una ocasión hasta su propia esposa, su querida Tulita, hubo de pedir una cita en la Casa del Gobierno para poder tratar con él asuntos domésticos pendientes.
Si hasta su esposa tuvo que pedir cita para resolver cosas de casa con su marido, qué decir de la literatura, que yacía congelada en la sala de espera de la Casa del Gobierno, aguardando su oportunidad. Una oportunidad que llegó tan pronto como tomó la decisión de era hora de volver a la vocación que nunca había abandonado: la de escritor.
“Cuando a mí me tocó estar activo en la política de mi país”, recordaba hace unas semanas Don Sergio, “me enfrenté al hecho de que estaba dejando de ser escritor”. Aún entonces, rascaba horas al sueño en la madrugada para que –son sus palabras- “no muriera el escritor que era”.
“Cuando salí de todo ello lo hice con cierta nostalgia de la revolución, no de la política”, añade, “Yo volví a la escritura con felicidad y sin sentir que estaba inventándome un mundo nuevo por haber perdido otro”.
Por ello, en “Adiós muchachos” ha podido escribir: “Hoy la revolución rueda para muchos dentro y fuera de Nicaragua, entre las nostalgias de la vida pasada y los viejos recuerdos. Y se evoca igual que se evocan los amores perdidos. Pero ya no es más una razón de vida”.
Razón de vida fue y es la Literatura.
Su carrera literaria había empezado en 1960 con El Estudiante, una pasión por los cuentos que ya nunca abandonaría.
Diez años tardó en llegar su primera novela, Tiempo de fulgor. Y la conmovedora intrahistoria de esos diez años merece contarse hoy:
Recuerda el autor que cuando nació en Masatepe el 5 de agosto 1942 aquello era “un viejo asentamiento”. Ahora cuando lee el rótulo que indica que se fundó en 1826 se pregunta, con sorna, “de dónde sacaron eso, porque es un viejo lugar cuyo nombre se perdió en el tiempo, era territorio chorotega al que llegaron los nicaros y fundaron este pueblo y le cambiaron el nombre”.
En aquel Masatepe el escritor era hijo de Pedro el tendero, que procedía de una familia de “músicos pobres”. Aquellos, en palabras del propio autor, “se ganaban la vida tocando en todo lo que les viniera a mano, bailes galantes, procesiones de santos, misas de gloria, entierros solemnes y lo mismo serenatas”.
Pero Don Pedro renunció a hacerse cargo del contrabajo y a asumir la itinerante e incierta profesión musical de la familia, y decidió abrir una tienda “frente a la plaza, esquina con la iglesia parroquial”, donde todas las tardes recalaban con su humor, sus historias y su música los hermanos de la orquesta Ramírez.
El tendero diseñó para su hijo un destino más seguro y previno que las ganancias de la tienda podrían garantizar un futuro a Don Sergio, a quien dirigió entonces hacia los estudios de Derecho en la Universidad Autónoma de León.
En el tren a León se despidieron, el uno para indagar un mundo desconocido, el otro a confiar en que el esfuerzo diera pronto los frutos profesionales que garantizaran a su hijo futuro y prosperidad.
La vocación por un lado, “la vida que es dura, amarga y pesa” como cantó Rubén, por otro. Destino de poetas que tan bien conocía el cubano D. Nicolás Guillén.
“Yo, que pensaba en una blanca senda floridaSalto de línea Donde esconder mi vida bajo el azul de un sueño,Salto de línea Hoy pese a la inocencia de aquel dorado empeño,Salto de línea Muero estudiando leyes para vivir la vida”
Al cabo de algunos años, Don Sergio se presentó de nuevo ante su padre. Llevaba algo entre las manos, como quien porta un tesoro. Pero no era el título de abogado que podría esperarse, era… ¡una colección de cuentos!
Lo relata en una hermosa carta abierta a su padre: “Te llevé mi primer libro de cuentos, no me habías enviado a hacerme escritor sino doctor en Derecho, y temí entonces lo que iba a decirme un tendero que no leía libros, que de escribir no se come, primero la maldición de la música y ahora la maldición de la literatura”.
Pero en ocasiones la vida mejora a la literatura y los acontecimientos no transcurrieron como Don Sergio sospechaba. “Tomaste el pequeño volumen entre tus manos”, recuerda, “le diste vuelta al revés y al derecho, lo hojeaste, alzaste la vista y me dijiste: ahora tenés que escribir una novela”. Y eso fue lo que hizo Don Sergio. Eso y además graduarse en doctor en Derecho, recibiendo la Medalla de Oro como mejor estudiante de su promoción.
Con este beneplácito, con este paternal impulso Don Sergio comenzó a interesarse por el mundo de la novela, en donde resultó decisiva la lectura de Pedro Páramo.
El realismo mágico de Juan Rulfo terminó llevándole poco después a los pies de Rayuela, la obra de Julio Cortázar que marcó a toda su generación y que forjó al incipiente novelista en novelista contumaz, ya a las puertas de publicar Tiempo de fulgor.
Y es que la novela no fue para nuestro galardonado un corsé sino un horizonte de libertad. No fue una estación término sino un intercambiador a través del cual hilvanó su carrera literaria, una carrera que transita entre el novelista, el ensayista, el periodista, y en muchos aspectos también el poeta que es.
En todas estas variantes del pensar, sentir, expresar y contar, Don Sergio cumple el precepto que marcó un día otro ilustre Premio Cervantes, D. Camilo José Cela, al referirse a este oficio: “La más noble función de un escritor es dar testimonio, como acta notarial y como fiel cronista, del tiempo que le ha tocado vivir”.
Y si antes he mencionado cómo D. Sergio no fue ajeno al tiempo político que le tocó vivir, tampoco lo fue en cuanto al tiempo cultural por el que ha circulado.
Desde mediados de la década de los 60, comienza a colaborar en la prensa escrita y dirige Carátula y El libro azul del Centro Nicaragüense de Escritores. Más adelante fundará las editoriales Universitaria Centroamericana y Nueva Nicaragua, y en los últimos años promoverá el encuentro anual literario Centroamérica Cuenta. En todos ellos late la inquietud por demostrar “la frágil relevancia de las fronteras” cuando hablamos de una cultura y una lengua compartidas.
Majestades,
Cerca de medio centenar de libros llevan la firma, el talento, el ingenio de D. Sergio Ramírez. No voy a desglosarlos todos porque prefiero pensar en la escritura de nuestro galardonado como algo continuo, como un espíritu libre y global, donde su prosa manda sobre cualquier otro destino, donde el todo es más poderoso que las partes.
Así es como distinguimos a los grandes de la literatura universal: cuando saltamos de un libro a otro atisbamos una misma personalidad, una misma manera de afrontar la vida, una misma manera de tejer la literatura, incluso en diferentes géneros o registros. Y en su caso, los hay: porque su genuina manera de escribir y de describir impregna tanto su obra de ficción como sus ensayos y asoma con igual brillo en sus novelas como en sus cuentos.
“La literatura salva”, decía Carlos Fuentes. “La literatura tiene un poder redentor”, añadía Don Sergio Ramírez. Describir el mundo, lo bonito pero también lo feo, lo esperanzador y lo desesperante, lo dulce y lo amargo, y hacerlo siempre con un mismo canon de belleza es virtud de nuestro galardonado. Recuerda a aquellos versos de Joaquín Sabina a quien deseo un pronto y feliz restablecimiento en El boulevard de los sueños rotos, que popularizaron Los Secretos: “Las amarguras no son amargas / cuando las canta Chavela Vargas / y las escribe un tal José Alfredo”.
Un tal José Alfredo Jiménez que podría haber compuesto la banda sonora de la vida de nuestro premiado a mediados de los 90, cuando decidió despedirse de la vida política:
Ojalá que te vaya bonito Salto de línea ojalá que se acaben tus penas Salto de línea que te digan que yo ya no existo Salto de línea y conozcas personas más buenas
Desde aquel momento, Don Sergio se encerró en ese despacho que llama “la cápsula espacial”, y dedicó todo su tiempo a escribir.
Por eso hoy, en este momento tan especial, los lectores de Don Sergio agradecemos a su esposa, pero también a sus tres hijos, a sus ocho nietos, la generosidad y el cariño con el que me consta que han acompañado la trayectoria literaria de nuestro galardonado.
Don Sergio recibe ahora el mismo premio que en 1987 recibió su amigo y mentor, Don Carlos Fuentes. Cuenta el escritor nicaragüense que su relación con el mexicano comenzó cuando le hizo llegar el manuscrito de su novela Castigo divino. Ambos estaban en España en 1988. Don Sergio para presentar su novela. Don Carlos para recoger este mismo Premio Cervantes.
El mismo día de su entrega en esta Universidad de Alcalá, Don Sergio supo que el premiado firmaba una página entera sobre Castigo Divino en el diario El País. Ya imaginan ustedes la expectación que despertó aquella página del periódico, aquel dedo del insigne Premio Cervantes señalando a su autor elegido y recomendando su nueva novela en un día tan especial.
En palabras de nuestro homenajeado: “Fue un empujón muy importante en mi carrera, que ayudó realmente mucho a la novela y luego a las traducciones. Fue una ayuda enorme en mi vida, que nunca voy a olvidar”, concluye.
Y nosotros tampoco vamos hoy a olvidar al autor de Terra Nostra que estará contemplando muy satisfecho todo lo que estamos celebrando aquí junto a su amigo. Precisamente de aquel Castigo divino llegó a decir Carlos Fuentes que era “la gran novela de Centroamérica, la que hacía falta para acercarse a la intimidad de sus gentes”.
Tiene Don Sergio una forma especial para la amistad, quizá en recuerdo de aquellos versos de D. Miguel de Cervantes en La casa de los celos: “Amistades que son ciertas / nadie las puede turbar”. Cultiva nuestro premiado las amistades como la buena literatura, con la seguridad de que un buen amigo resulta tan enriquecedor como una buena biblioteca.
Y ello a pesar de que se define como un trabajador “solitario” y asegura que la lectura es su “soledad acompañada”. Pero las soledades de nuestro galardonado son paréntesis, remansos de creatividad, en un mar de amistades fuertes, ilustres, duraderas.
El archivo fotográfico personal del autor se compone de cerca de cinco mil imágenes: allí están todos sus amigos, su vida social literaria, sus admirados de las letras.
Ni pretendo ni es posible resumir en unos nombres el talento que le rodea, la influencia que ha recibido, las amistades que le han enseñado –y a las que ha enseñado- a mirar la vida con la distancia y el afán de un prosélito de la belleza.
Un afán que compartimos. Muchas veces he tratado de responder a una pregunta recurrente: ¿qué es la literatura?
Es un universo de ficción, de instrucción, de valores. Es también una fuente de felicidad y evasión. Es también la oportunidad de vivir muchas vidas en una sola vida. Pero al fin, todo lo que encuentro en la literatura señala al mismo camino que un día adivinaron los filósofos de la Antigüedad al buscar el sentido de una vida más plena: el camino de la búsqueda de la belleza.
Es también, con la literatura, como se construye un país mejor, un lugar para vivir más libre, para ser más ilustrado.
Por estas razones, comparto lo dicho por otro ilustre galardonado con el Premio Cervantes, Don Mario Vargas Llosa para quien “aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría”.
Majestades,
En noviembre de 2017 llamé a nuestro galardonado para comunicarle que era el ganador del Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2017. Seguro que Don Sergio recuerda aquel momento. Yo llamaba con el tono propio de quien se sabe transmisor de una buena noticia, en torno a la hora del aperitivo, hora española y Don Sergio aguantó bien el tipo desde Managua, pasando por alto mi despiste sobre la diferencia horaria, y sin mencionar que en su país eran las siete de la mañana.
“Es una buena manera de comenzar el día”, respondió a mis enérgicas felicitaciones.Salto de línea Salto de línea Más tarde, comentando la anécdota con algunos de sus amigos, todos me insistieron en lo mismo: “no te preocupes, Sergio a las siete de la mañana lleva ya varias horas escribiendo”.
Me sentí aliviado. Primero por no haber sacado de la cama al premiado. Y segundo porque si nuestro Premio Cervantes aún mantiene la tensión literaria de escribir al alba, podemos estar seguros de que sus mejores obras están por llegar. Finalmente porque su actitud, su vida desmienten aquellos conocidos versos de Rubén, “Juventud, divino tesoro, ¡Ya te vas para no volver¡ Cuando quiero llorar, no lloro y a veces lloro sin querer”. En lugar de concluir afirmando “Mas es mía el arpa de oro”, hoy Don Sergio Ramírez natural de Masatepe, Nicaragua puede afirmar con orgullo, “Mas es mío el Premio Cervantes”
Muchas gracias,
ÍÑIGO MÉNDEZ DE VIGO y MONTOJOSalto de línea MINISTRO DE EDUCACIÓN, CULTURA y DEPORTE Y PORTAVOZ DEL GOBIERNOSalto de línea