Número de inventario: 5594. Badajoz.
Acero, hierro, latón, madera. 120,5 x 11 x 3,5 cm.
Desde los tiempos más remotos el hombre sintió la necesidad de poseer armas que le permitiesen matar a distancia. Es a finales de la Edad Media, con la aparición de armas de fuego portátiles, cuando reyes y señores feudales hicieron de la actividad venatoria un auténtico monopolio protegido por diversas disposiciones y leyes. La primera de estas armas fue el cañón de mano, denominado scoplos, que se transformó en scopletos, y más tarde en escopette, de donde procede el vocablo castellano “escopeta”, como explica el Duque de Medinaceli (1942: 7). Es en el siglo XIX, cuando dicho monopolio se fue diluyendo paulatinamente, provocando un aumento del número de estratos sociales que acceden a la caza debido al traspaso de las armas del entorno guerrero al ámbito civil, de las clases altas a las populares (P. Galloni, 2000: 182).
Escopetas, pistolas y fusiles fueron rápidamente transformados, y ya no se volvió a construir más armas de chispa, siendo reemplazadas por las de pistón, sistema inventado por el inglés Eggs en 1816. Éstas fueron desapareciendo con la invención del cartucho hacia los años 1825-1830, quedando reducidas a las de muy bajo precio, que aún se construían en Eibar, y de las que en los años 40 todavía se utilizaban con frecuencia entre los cazadores de oficio extremeños que asistían a algunas monterías (Duque de Medinaceli, 1942: 10-11).
Para desempeñar su actividad cazadora, el hombre se rodeó de diferentes animales que complementaban la acción de las armas: perros, aves de presa para la cetrería, hurones para las madrigueras de conejos y pájaros de reclamo, principalmente, como apunta R. Ocete Rubio (1998: 24).
La caza, como diversión de las clases altas, constituyó en el pasado un adecuado adiestramiento para sus acciones bélicas. Asimismo, las grandes cacerías representan hoy en día importantes acontecimientos de vida social, recogidos por los medios de comunicación. Por último, destaca el factor económico, pues el afán de lucro de algunos cazadores se ha traducido en una actitud depredadora indiscriminada, que ha provocado la extinción de numerosas especies (R. Ocete Rubio, 1998: 47 y 57).
ABCR