“Al cometa que se vio en España antes de la muerte del rey Felipe [IV]. Era de color sangriento, de movimiento veloz y todas las noches aparecía en diversas partes del cielo.
Soneto
Ese funesto asombro, luz errante
que gira por la esfera cristalina,
de Filipo amenaza la ruina
aunque teme anuncialla vacilante:
Con el temor aquí, y allí inconstante
profana infausto la región divina
que a quién tan alta muerte vaticina
no quiere el cielo dar lugar constante.
De la mayor deidad la dura suerte
avisa con temor la antorcha parda
pues su inconstancia el miedo nos advierte.
No alumbre, sino teme; tema y arda
que ser presagio de tan alta muerte
hasta a un astro divino le acobarda".
El 17 de septiembre de 1665 moría Felipe IV, rey de España. Muchos autores del Siglo de Oro dedicaron sus versos en vida de este monarca, como Pedro Calderón de la Barca, por ejemplo. A la muerte de Felipe IV también escribieron multitud de poetas de su tiempo como Sor Juana Inés de la Cruz, Diego de Ribera o Pedro Téllez Girón, entre otros.
La aparición de un cometa en 1664 fue para muchos el vaticinio de la muerte de este rey, así como la de otros personajes de especial relevancia de la época como el inquisidor general, Diego de Arce Reinoso (1587-1665) y de Baltasar Moscoso Sandoval, arzobispo de Toledo (1585-1665). De esta misma forma, le fue atribuido el advenimiento de grandes catástrofes, guerras y epidemias, como la Gran Plaga de Londres.
Esta manera convencida de entender los fenómenos de la naturaleza llevó al autor del soneto a describir con detalle la aparición de este cuerpo celeste, a la par que a transmitir al lector el signo inequívoco de un mal presagio para el rey. Lo habíamos escuchado en los versos de Lucano que anunciaba: cometa mutans regna et imperia.
No obstante, la superchería no impidió que este cometa fuera estudiado en su día por astrónomos de reconocido prestigio como Viçent Mut Armengol, jesuíta de Palma de Mallorca, o por su discípulo el padre Bernat Josep Saragossà, que depositaron en la observación directa el principio del conocimiento racional. La aparición de cometas durante todo el siglo XVII suscitó el análisis del fenómeno tanto en Europa como en América. Estábamos asistiendo a la gestación de la ciencia moderna y al incremento del corpus textual científico.
En el discurso del cosmógrafo y catedrático de matemáticas en el virreinato de Nueva España, Carlos de Sigüenza Góngora en Libra astronómica y philosóphica de 1690, se expresaba ya de forma antagónica:
Ningún cometa es culpado,
no hay signo de mala ley,
pues para morir penado,
la envidia basta al privado
y el cuidado sobra al rey.
De las cosas inferiores
siempre poco caso hicieron
los celestes resplandores;
y mueren porque nacieron
todos los emperadores.
Sin prodigios ni planetas
he visto muchos desastres,
y sin estrellas profetas;
mueren reyes sin cometas
y mueren con ellos sastres (Libra, 301)