El aniversario del Desastre de Annual (1921) parece un buen momento para fijarnos en otra vertiente de la no siempre buena vecindad entre españoles y marroquíes. Pero no vamos a detenernos hoy en los compatriotas que combatieron en el reino alauita, sino en los marroquíes que lo hicieron bajo la bandera franquista en la Guerra Civil, sin duda uno de los aspectos menos estudiados de su dimensión internacional. Ensalzados por unos, odiados y temidos por otros, la presencia de los moros no pasó inadvertida para la propaganda, que los utilizará como arma de guerra psicológica.
Transcurridos algunos años de la aventura colonial española en Marruecos, la continua sangría que generaba provocó un cada vez mayor rechazo popular. Para reducirlo se concibieron las Fuerzas Regulares Indígenas (1911), unidades de choque compuestas por tropa indígena al mando de oficiales españoles. La creación de unidades militares de nativos era una práctica común de las potencias europeas, como ya hicieran a lo largo del siglo XIX los franceses en Argelia y los británicos en la India.
Las Fuerzas Regulares, junto con el inicialmente denominado “Tercio de Extranjeros” (La Legión), eran las únicas unidades profesionales del ejército regular, es decir, no compuestas por soldados de reemplazo. Se distinguirán en las duras campañas coloniales libradas en suelo marroquí.
Los Regulares eran soldados mercenarios. Muchos se alistaban a la fuerza y otros para proveer de sustento a los suyos (recibían dos meses de paga por adelantado y comida). Durante la refriega civil los dirigentes locales hicieron además campaña a favor de la guerra santa de los franquistas contra los impíos republicanos. Se calcula que a lo largo de la contienda fueron reclutados entre 62.000 y 85.000 marroquíes, de los que unos 30.000 morirán o resultarán heridos.
Los soldados marroquíes fueron empleados como fuerza de choque, pero también como arma psicológica al extenderse el conocimiento de los métodos de guerra colonial que fueron su seña de identidad. No debemos olvidar que la propaganda fue un elemento crucial en la Guerra Civil por su carácter de conflicto social e ideológico.
Señala Alejandro Pizarroso, destacado especialista en historia de la propaganda, que esta explota ideas comunes y prejuicios. La propaganda tiene como fin manipular las emociones para dirigir a la población en determinada dirección, es decir, para persuadir
Ahora bien, ¿cómo se utilizan determinados temas para manipular las emociones? Veámoslo a través de la presencia de los marroquíes en varias colecciones conservadas en el Centro Documental de la Memoria Histórica, representativas de los diferentes canales de transmisión del mensaje propagandístico.
Erich Andres fue un fotoperiodista alemán que durante el otoño de 1936 visitó diversos frentes de la Guerra Civil Española, siempre desde el lado franquista. Se encontrará con los Regulares tanto en Salamanca, sede del Cuartel General de los sublevados, como en el avance del general Varela hacia Madrid tras romper el cerco del Alcázar de Toledo. Como es obvio, transmite una imagen positiva de los marroquíes.
Lo primero que reflejan las instantáneas de Andres es la curiosidad de los reporteros extranjeros ante la presencia de estas “exóticas” tropas africanas combatiendo en suelo europeo.
El fotógrafo alemán destaca la astucia como una de las cualidades de estos soldados. Así nos lo muestra este posado de un marroquí apuntando a un posible objetivo a través del balcón de una vivienda en las afueras de Madrid (posiblemente el barrio de Usera o Carabanchel). Mientras, en el espejo del aguamanil, podemos observar autorretratado al propio reportero.
Existe en el alemán un interés evidente por poner de relieve que el avance de las columnas rebeldes era imparable. Todavía a esas alturas de la guerra la propaganda de los sublevados alimentaba la idea de que la caída de Madrid sería inminente. El tiempo demostró que no. Aquí vemos a estos militares profesionales deteniendo a unos improvisados milicianos en ese ataque a la capital desde el sur.
Pero también convenía demostrar la humanidad de estas aguerridas tropas, célebres por su ferocidad. Para ello recurre nuestro autor a un elemento clave de la moderna propaganda de guerra: los niños. En este caso unos chiquillos sorprendidos por la novedad de los soldados marroquíes en las inmediaciones del Cuartel General de Franco, en Salamanca.
Frente a la persecución religiosa republicana, la propaganda nacional opone el respeto a la religión por parte de estos soldados de mayoría musulmana. Era este un argumento importante para disimular la contradicción que implicaba el empleo de tales tropas por los adalides del catolicismo.
Así pues, en la foto de Andres contemplamos a un marroquí transportando cuidadosamente los restos de un crucificado gótico que, junto a otras imágenes religiosas, se encontraban apiladas en la Iglesia de Maqueda (Toledo).
Al frente de estos hombres se encontraban oficiales españoles. Las décadas de presencia en Marruecos había generado en muchos miembros del colectivo militar (intereses profesionales aparte) una visión ultraconservadora de España, que entronca con su intervencionismo en política a lo largo del siglo XIX, y sustenta ideológicamente el golpe de 1936.
En la última de las imágenes de Andres que traemos a colación tenemos a un grupo de ellos departiendo relajadamente en una especie de fumoir situado en un cuartel de Regulares de Tetuán (Marruecos). La estancia está decorada al modo marroquí con alfombras, cojines, mesas de marquetería, bandejas, etc.
La propaganda republicana muestra una imagen de los Regulares marroquíes completamente distinta, centrada en explotar la contradicción de su presencia en España entre las filas franquistas y la idea de crueldad que el común de los españoles asociaba a la figura del moro.
Un ejemplo de lo primero lo tenemos en este sobresaliente ejemplo de la amplia colección de cartelería republicana que conserva el Centro Documental. La obra resalta las contradicciones de un conglomerado nacionalista que había puesto el país a merced de los extranjeros. Los personajes tienen un doble significado. Representan a un tiempo una nacionalidad extranjera de las que apoyaban a los rebeldes y a un grupo social de interés en la sublevación. Los marroquíes están doblemente reflejados, por un soldado (que simboliza al pueblo engañado) y un jalifa, en representación de unas élites magrebíes sometidas a las potencias coloniales.
Además del argumento ideológicamente transversal de la invasión extranjera, la propaganda republicana explotará la contradicción implícita en un adversario que entendía la guerra como una cruzada y no reparaba en utilizar mercenarios musulmanes. La idea está muy bien condensada en este detalle procedente de un cartel en formato aleluya. Muestra a un obispo que golpea con el báculo a un soldado marroquí a modo de bendición.
El recuerdo del incesante tributo en vidas, en su mayoría humildes, que conllevaron las guerras coloniales estaba aún muy fresco en la mente de todos. Este fotomontaje pretende abundar en tal sentido. Nótese que va dirigido al campesinado castellano, una de las supuestas bases sociales de los sublevados.
Es habitual que la propaganda se destine tanto al consumo propio (combatientes y retaguardia), como que vaya enfocada al enemigo. En la poco conocida, a la par que interesantísima, colección de hojas de propaganda del Centro Documental encontramos sugerentes ejemplos de ello.
Con la hoja de propaganda que mostramos a continuación se pretendía convencer a los combatientes de que deberían desertar, pues estaban siendo utilizados en una guerra que no era suya. Se trata de un mensaje bien concebido porque los marroquíes eran soldados a sueldo que se habían alistado en su mayoría huyendo de la miseria. Lo que no está claro es cuántos de estos soldados se encontraban en condiciones de leer estos mensajes.
Para evitar estos problemas los republicanos elaboraron hojas redactadas en lengua y alfabeto árabes, cuyos mensajes fueron reforzados con fotografías que mostraban la amistad de algunos Regulares con los milicianos, en abierto contraste con otras imágenes de soldados marroquíes tendidos sin vida en el campo de batalla.
No falta el humor en la propaganda bélica como forma de restar peso al enemigo. En esos casos se recurre a los tópicos ligados a la imagen que del adversario poseen los receptores del mensaje. Este caricaturesco combatiente marroquí que, vulnerando los preceptos del Corán, se deleita comiendo carne de cerdo y bebiendo alcohol es buena prueba de ello.
La participación de estos soldados en la Guerra Civil y su difusión propagandística reforzaron la imagen negativa que de los marroquíes poseía buena parte de la sociedad española, fruto de las guerras coloniales y de la secular presencia islámica en la Península Ibérica, cuyo relato, distorsionado por la historiografía más conservadora, había sido difundido a través de la enseñanza
Imagen y trayectoria histórica que, amén de otros conflictos territoriales y económicos, han condicionado sin duda las relaciones recientes con nuestros vecinos del sur.
Texto y selección documental: José Luis Hernández Luis
Maquetación: Marta Marcos Orejudo