En la civilización de la imagen en la que vivimos estamos familiarizados con la fotografía, reproducida hasta la saciedad en todos los soportes posibles, incluido el virtual que nos ofrece la pantalla del ordenador. Sin embargo, en el mundo pre-industrial era la escritura y, sobre todo, la palabra, los principales recursos para provocar emociones o transmitir la información.Salto de línea El siglo XIX en la centuria de las Revoluciones burguesas, de los avances tecnológicos y de la eclosión de los avances en una sociedad campesina como la española de caciques y señoritos, aldeas y ciudades. En este ambiente provinciano arraiga la fotografía, un invento extranjero atribuido por igual a Nicephore Niépce (1826) y Louis Jacques Mandé Daguerre (1837), quien supo rentabilizar la novedad. El 10 de noviembre de 1839 se tomaba el primer daguerrotipo en Barcelona, y poco días más tarde otro en Madrid, extendiéndose luego por la toda la España isabelina, cuna de la burguesía liberal.
En España los profesionales pioneros fueron extranjeros de la talla del inglés Charles Clifford (1819-1863), afincado en Madrid hacia el 1850; el francés Jean Laurent (1816-hacia 1890), con estudio en la Corte desde 1856; así como el exiliado polaco Conde de Lipa, de viaje por España en 1847; junto a Eugenio y Enrique Lorichon, quienes itineraron por nuestro país captando paisajes y paisanajes. Además, hubo otros fotógrafos extranjeros que nos han legado imágenes excelentes, como R.P. Napper, los miembros de la Compañía Levy, W. Atkinson o Paul Nadar. Hacia 1860 apareció la primera generación de fotógrafos españoles. Por supuesto, reyes y cortesanos se hicieron perpetuar también por medio de este nuevo invento, legándonos excelentes muestras de su talento en los archivos nobiliarios españoles.