Toledo, ca. 1750
El culto a las imágenes que representan a la divinidad, seres sobrenaturales u otros que se consideran dignos de veneración, está presente en diversas religiones. La divulgación de su uso se explica tanto por su utilidad para hacer visible y concreto aquello que no lo es, como por su valor como herramienta pedagógica, sobre todo en los tiempos y lugares en los que una gran parte de la población era analfabeta.
En el contexto cristiano, el Concilio II de Nicea (787), celebrado tras la polémica generada por la reacción iconoclasta que rechazaba el culto a las imágenes, se justificaba la veneración a la imagen solo en cuanto representación del ser divino al que iba dirigida la devoción y se distinguía de la adoración, que era debida solo a Dios.
En la religión católica, las figuras representan a Jesucristo, los santos y sobre todo a la Virgen, cuyas imágenes tuvieron gran difusión a partir de la Contrarreforma; la Iglesia utilizó la representación de María como herramienta para combatir las herejías y como instrumento para la evangelización de América.
Pero, además de connotaciones religiosas, muchas veces las imágenes han asumido significados culturales que las han convertido en emblemas identitarios de una comunidad. También se han dotado de valor simbólico como referentes de prestigio; ambas razones han llevado a ataviarlas con ricas vestiduras y joyas.
Las imágenes vestideras, aunque tienen su origen antes, se desarrollan sobre todo desde el siglo XVII hasta el XIX. Excepto las partes del cuerpo que quedaban visibles (cabeza, manos y a veces pies), el resto se dejaba sin tallar o estaba labrado de forma muy esquemática y se articulaba en los puntos que facilitaban ser vestidas.
Inventario: MT005640A/B