Ninguna época se mostró tan obsesionada por la profundidad, la inmensidad y el horror del concepto de tiempo como lo estuvo el Barroco, dice Panofsky. Es el ingrediente de cualquier reflexión. Una visión del tiempo, no como ocasión, no como oportunidad, sino como su reverso, es decir, como pérdida, como fugacidad, como un enorme dolor. Esta Alegoría del tiempo, del valenciano Miguel March, suma este doble rostro: la grandeza de un principio filosófico y la presencia alarmante de un ser destructor. El anciano decrépito sostiene su guadaña y se inclina sobre los símbolos mundanos del poder —la corona del rey, el laurel del héroe— augurando su decadencia y pérdida final. Esta tribulación anida en el corazón mismo del soliloquio melancólico, que ve el mundo a través de una obsesiva conciencia de la temporalidad.