La soledad, el desarraigo, la renuncia a los bienes y al hogar son consustanciales a la espiritualidad cristiana ideal. Esta fuga mundi, que induce a rehuir la compañía humana y a retirarse a lugares oscuros y solitarios, es la versión religiosa del solipsismo del melancólico, pues ambas son formas de introspección y de encuentro consigo mismo. Por esto era un lugar común representar al melancólico como un monje solitario. No obstante, el entusiasmo místico de los religiosi contemplativi tiene su envés desalentador, porque Dios es inaccesible, y acaban temiendo que sus visiones sobrenaturales no sean más que ilusiones provocadas por el humor negro.
En la España postridentina, las leyendas heroicas de ascetas y eremitas, de dejados, recogidos y quietistas, olvidados de su cuerpo y de toda vida terrena, preocupaban a los especialistas y a los poderosos, pues el exceso misantrópico y su devoción imaginativa rozaban la heterodoxia. La extraordinaria fantasía inventiva de los artistas reconstruye este universo, que alcanza una difusión sin precedentes.