No hay muchas obras en la pintura europea que muestren tan vivamente y sin rodeos el ímpetu de la concentración creativa como este lienzo, salido del pincel de ese autor enigmático que es el Maestro de la Anunciación a los Pastores —artista del círculo de Ribera, hacia 1620-1640, acaso el valenciano Juan Dò—. El pintor nos descubre a un filósofo en plena actividad intelectual. Todo él, alma y cuerpo, está atravesado por el rayo del conocimiento. En medio de una oscuridad que nada distrae, rodeado de libros y papeles, pobremente vestido, con su rostro anguloso y rústico, su cuerpo cruza en diagonal la penumbra. En su ímpetu, y mientras se concentra en el manuscrito que tiene ante sus ojos —cabeza girada, mirada fija, boca entreabierta, sien palpitante—, traza con su mano unos renglones sobre un cuaderno en blanco, poderosamente iluminado. Su cerebro hierve, su frente late y solo el gorro parece contener el bullir interior de las ideas. No sabemos si toma notas o si la lectu-ra le ha sugerido un pensamiento que escribe apresuradamente. La escena transmite toda la curiosidad y la impaciencia por saber y entender y la fuerza con que la lectura «llama» a la escritura, como una necesidad acuciante. Comprendemos que no es una lectura obediente ni fiel, sino una lectura crítica que está construyendo una verdad interior. El lector escala a la cima más alta: se transforma en autor.