Esta maraña de carnes desnudas —dos hombres y dos mujeres— que se embisten entre sí, disputándose el dominio del universo, es una de las pinturas más impresionantes del género alegórico. La obra del flamenco Ludovicus Finsonius, o Louis Finson, realizada en 1611, a medio camino entre la extravagancia manierista y el tenebrismo caravaggiesco, es una Alegoría de los cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire, que son el principio de todas las cosas. Su conflagración constituirá un viejo topos literario: «Los adversos elementos unos con otros rompen pelea, tremen las tierras, ondean los mares, el aire se sacude, suenan las llamas, los vientos entre sí traen perpetua guerra», escribía Petrarca. En España, esta poética del ensañamiento de la naturaleza contra los hombres y de cómo el caos del universo resuena en sus almas alcanzó una presencia destacada en la lírica, el teatro o la teología: está en san Juan de la Cruz, Luis de Granada o Calderón. En La vida es sueño, este último describe los animales terres-tres como un mapa sobre el que se dibujan los elementos del cosmos: «Pues el cuerpo es la tierra,/El fuego, el alma que en el pecho encierra,/La espuma el mar, y el aire es el suspiro,/En cuya confusión un caos admiro;/Pues en el alma, espuma, cuerpo, alien-to,/Monstruo es de fuego, tierra, mar y viento».