Por la deformación sufrida en el hundimiento del pecio Nuestra Señora de las Mercedes, en 1804, no se ve bien el perfil de la tapa, pero en la cara posterior se aprecia que la caja recurre al formato de una venera, de contorno movido por dos escotaduras laterales que vienen a suscribir la estructura de una concha peregrina (marcando así la zona de la charnela).
La cubierta difiere de la cara posterior pues el borde es cóncavo, mientras que ésta aparece recorrida por una moldura. Lo habitual en las cajetas es llevar una concha relevada, cóncava y centrada, de la que surgen gallones lisos, y entre ellos rombos y espejos enfilados, y algún motivo vegetal.
Sobre la venera, una cara masculina con gola gallonada sobre campo naturalista. En la orilla espejos ovales y dos roedores representando muy posiblemente a las vizcachas (según la mitología andina eran las mensajeras entre los hombres y los Apus (divinidades de las altas cumbres). En la cara posterior cambia el ornato, con una escena en la que aparecen en primer término dos personajes (uno sentado y otro en pie) sirviendo de fondo una ciudad amurallada; por el atuendo y el tocado de una de ellas, parece remitirnos a una escena bíblica, aunque sin identificar.
La presencia en el lateral derecho de un árbol de copa cerrada y con un ave posada sobre él nos remite a dos motivos de éxito en la platería andina, tomados de los keros y las aquillas incas. Es muy semejante en formato y adorno a una de las cajetas rescatadas del galeón Nuestra Señora de la Luz (subastado en Sotheby´s, Nueva York, en 1993, lote 250): la misma concha central, la orla de gallones y la figura híbrida de “un hombre verde” rematándola; también en el borde cóncavo se dibujan espejos ovales. Pero el hecho de que en la cara posterior el tema recogido sea la representación de cuatro personajes con un fondo de ciudad amurallada y la leyenda grabada NOE avala el gusto por este tipo de temática religiosa en un objeto de uso profano.
Por estas coincidencias no hay duda de que ambas piezas pertenecen a un mismo foco artístico del área de Potosí o Chuquisaca, y su datación se fijaría siempre antes de 1752, aunque el modelo pudo repetirse con éxito más allá de este año.
Cristina Esteras Martín