Saturnino Santos Bazán, mi abuelo, comenzó sus estudios de anatomía forense en el hospital de la princesa, en Madrid, donde realizó también la carrera de farmacia. Fue en Madrid donde conoció a su mujer, Dolores Munsuri, hija del conocido político de la España regeneracionista de 1898 Antonio Munsuri Sainz. Munsuri además fue teniente de alcalde de Madrid, vicepresidente del Centro de Instrucción Comercial y uno de los sastres más prestigiosos del momento entre la Aristocracia Madrileña.
En 1917, Saturnino Santos y Dolores Munsuri se trasladaron con sus tres hijos a Mogente (Valencia), donde él ejercía de farmacéutico titular cuando, por desgracia, al igual que ahora, sobrevino una pandemia llamada entonces la “gripe española”. La escasez en ese momento de médicos, medicamentos y vacunas hicieron que la segunda ola de la pandemia fuera más virulenta que la primera, lo que provocó en Saturnino el deber de entregarse a ayudar a la población sin descanso. Murió en la segunda ola de la pandemia en el mes de octubre de 1918. Por su obstinación en ayudar a la población y por su labor y humanidad fue reconocido y enterrado en este pueblo. Dejó viuda y tres hijos pequeños. Mi padre, Argimiro Santos Munsuri, con solo siete años, fue uno de ellos.
Argimiro Santos Munsuri fue un hombre luchador desde su más temprana infancia, un hombre que se hizo a sí mismo. Quizá vivir esa etapa tan dura de su infancia le hizo así, un hombre con un esmerado afán de superación y un deseo insaciable de conocimiento.
Sirvan estas líneas como un pequeño homenaje a su gran persona por todo lo que hizo por el mundo de la cultura en este país por su aportación a la ciencia, arte y cultura y por su generosa donación a este museo.
Su hija, Esther Santos.