Los Exploradores

Una cronopio y un fama deciden visitar el Museo Nacional de Antropología.

El fama prepara su visita concienzudamente. Consulta todos los materiales que el museo ofrece en su plataforma digital para conocer de antemano todo lo que va a ver y una vez en el lugar dejarse únicamente llevar por el disfrute estético, convencido de que ya sabe lo que hay que saber. Se mueve por las salas de forma ordenada, siguiendo el recorrido y con el convencimiento que da una sólida educación de clase media-alta. Se para delante de la vitrina que contiene la máscara mbuya de la cultura pende. Se imagina sin dificultad los ritos de iniciación makunda en los cuales los muchachos acaban siendo circuncidados. Valora la pericia del hacedor de la máscara, sin duda especializado en plasmar rasgos concretos de antepasados míticos pero no desprovisto de la capacidad artística necesaria para crear símbolos comunitarios. Piensa en cómo los pintores de vanguardia hubiesen reinterpretado la máscara si se hubiesen topado con ella.

La cronopio no sólo no prepara su visita si no que tiene dificultades para encontrar ese museo que recuerda que está por la zona de Atocha o del Parque del Retiro. En el Museo Reina Sofía, la miran extrañados cuando les pregunta si ese es el Museo Arqueológico y le dicen que el museo que busca está en la calle Serrano. Aunque le extraña, ya que no coincide con la ubicación que creía recordar, hacia allí se encamina. Piensa en ir por la calle Alfonso XII, pero, al ver la cuesta que le espera, decide entrar en un edificio de aspecto clásico y solemne que le queda a la izquierda, y cuando franquea su umbral e inquiere qué edificio es ese, descubre que ¡ya se encuentra en el museo que en realidad buscaba! Al entrar al museo, lo visita de forma desordenada, saltando de una planta a otra (y por ello de un continente a otro). Finalmente llega también a la vitrina de la máscara que minutos antes había visitado el fama. Antes de consultar la cartela, le sorprenden sus rasgos duros, sus dientes afilados. Le recuerda a su profesor de latín cuando le reprendía por no saberse las declinaciones (aunque este no tenía tanto pelo, eso sin duda). Tras leer la explicación, asiente, aunque se queda un poco extrañada de la forma en la cual la máscara llega al museo. Por recolección. Sonríe al imaginarse una plantación de máscaras mbuya a la cual los niños no se acercan por miedo a ser circuncidados antes de tiempo. Maliciosamente piensa que, según la ley de la oferta y la demanda, si ella fuese una cronopio pende podría vivir perfectamente de cultivar máscaras para que fuesen recolectadas. Le cuesta entender que si esa máscara es tan importante para su comunidad haya sido entregada tan fácilmente al “explorador”. De ese pensamiento surge el siguiente, el texto del conservador es muy convincente y claramente es el fruto de un estudio pormenorizado y justo. Pero ¿qué es lo que piensan los pende, si es que hoy siguen existiendo, sobre sus máscaras y sobre que estén en un museo de Madrid? ¿Tienen hoy para ellos el mismo significado que entonces?

Al salir del museo, el fama y la cronopio se encuentran. Se conocen pues asistieron a la misma universidad. Toman un café. El fama acapara la conversación explicándole todo sobre la diversidad cultural a la cronopio, que finge escuchar atentamente pero piensa en su profesor de latín. Rosa, rosae, rosam. En la cafetería, entra un chico africano vendiendo pulseras que simulan ser étnicas. El fama ni lo mira. La cronopio le pregunta de dónde es, si reconoce dentro de su cultura alguno de los objetos del museo que está al lado, si las pulseras las ha hecho él, si tienen algún significado, si... “Dudo mucho que te pueda contestar algo más allá de su procedencia”, la interrumpe el fama. “Desgraciadamente no creo que tenga la formación suficiente para profundizar en el resto de los temas...”

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