La vida se había vuelto más lenta durante el confinamiento. No es que el fama hubiese tenido antes una actividad vital vertiginosa pero, durante esos meses, encerrado en casa y sin más actividad debido al erte que ahogarse en el maremoto de información sobre el virus, su rutina había bajado de velocidad hasta convertirse en algo como un bolo vegetal rumiado por un vacuno o un tango que se intenta bailar por primera vez. Todo transcurría a cámara lenta y él se dejó llevar, asiéndose apenas a los pocos minutos de acción que permitía el día, la ducha de por la mañana, el cocinar, la breve salida al supermercado que intentaba saborear como el preso cuando le dejan salir al patio. Sin saber porqué, había seleccionado uno en concreto, en su misma manzana como marcaban las normas pero un poco más allá que otros. En un primer momento, quizás fue por estirar un poco más las piernas pero después vino el conocer con exactitud sus pasillos, el obtener ese refresco de naranja en concreto que comenzó a tomar y que justificaba ir allí y no a ningún otro establecimiento y sobre todo esa número 27 que de repente, un buen día, comenzó a anunciar las ofertas de la sección de charcutería. Era de rojo intenso (uno de los primeros días que la vio comprobó, no sin rubor y por debajo del anorak con su pantonera, que sin duda se trataba del tipo 485C), sans serif, helvética rotunda (bold) de un tamaño aproximado de fuente 220. Llevaba una mascarilla de las que popularmente se conocen como de pico de pato invertido, las más eficaces, y promocionaba el precio del kilo del jamón serrano de oferta, producto nacional. Eso llevó al fama a adaptar todo su recetario: jamón salteado con setas, con guisantes, con melón, atravesando el tronco de una trucha unos minutos al horno… la cuestión era poder acercarse cada día a la sección de charcutería en la única salida diaria al supermercado e imaginar que ahí abajo, tras la máscara, la número 27 le sonreía. Tras unas semanas y sin duda debido a la fuerte demanda sobre el jamón serrano, la número 27 fue reubicada, publicitando a partir de ese momento la mortadela boloñesa. El fama vio su oportunidad, preguntando con timidez sobre el producto y al mismo tiempo sobre la mala situación epidémica italiana. La número 27 contestó con educación mostrando unos ojos negros enormes que aún cautivaron más al fama, que además de bucear en las posibilidades culinarias de la mortadela se fue atreviendo a preguntar un poco más allá, sobre la vida anterior, sobre inquietudes y aficiones, todo ello encapsulado en los poco más de dos minutos que disponía antes del que el encargado del supermercado se pusiese nervioso. La 27 había llegado hace unos años a España. Eran otros tiempos con expectativas laborales mucho mejores, con momentos de gloria como cuando fue contratada como dorsal de una joven promesa del Sevilla FC, pero la crisis económica lo había cambiado todo. Durante unos meses, había sobrevivido en un diario económico, la subida de la prima de riesgo y esas cosas, pero tras aquello malvivía con lo que iba saliendo. Paradójicamente la crisis sanitaria había abierto nuevas posibilidades laborales para ella, el auge de los supermercados, el baile de cifras diario de las TVs, esas cosas. Todo mal pagado, y al final el pluriempleo le dejaba poco espacio para un ocio dedicado a sudokus y como mucho alguna sopa de letras, por cambiar, de vez en cuando. Él le contó su trabajo en la imprenta familiar, los malos tiempos desde el boom digital, la familiaridad con todo tipo de letras y números pero ninguno como ella, nunca esa definición y esa brillantez que le tenían fascinado. Un buen día el gobierno decidió relajar un poco las medidas de contención contra la Covid y permitir salir a caminar. El fama se armó de valor y le dijo a la número 27 que quizás pudiesen hacer ese paseo juntos. Ella dijo que sí.
La 27 adecuó su horario laboral para, al salir de trabajar del supermercado, poder dar una larga caminata en bucle por el barrio con el fama antes de irse a su piso compartido en los barrios del sur de la ciudad. El atardecer de fondo les animó a contar fragmentos más íntimos de su vida: las dificultades en el país de origen de ella, primero la alta tasa de analfabetismo y después la inflación monetaria, la habían obligado a emigrar casi con lo puesto, el precio de la vivienda la obligaba a compartir piso y esos meses eran especialmente duros al tener que confinarse en su habitación bajo las miradas duras de sus compañeros de piso sin duda por su exposición al virus en el supermercado. Él le contó su pasado de educación católica, la soledad autoimpuesta a pesar de una madre que le recordaba cada día que debía encontrar una mujer decente. A ninguno de los dos les gustaba demasiado el deporte pero lo seguían por las noticias, ambos añoraban el desayuno en la cafetería leyendo el periódico del día. De política mejor no hablar. Lentamente fueron avanzando en sus conversaciones hasta llegar a los amores pasados en los cuales no habían tenido demasiada suerte, buscando un punto de encuentro que no podría llegar pues según las normas ni siquiera podían sentarse en un banco a mirarse a los ojos durante los paseos. Comenzaron a notar que los otros y las otras viandantes los miraban de forma extraña, en ocasiones podía parecer que incluso con desaprobación. Lo achacaron a que sin duda se habían dado cuenta de que no pertenecían al mismo núcleo familiar, no acataban las normas. Les dio igual. Un buen día comenzó la desescalada de las medidas, podían verse más, incluso en casa de él (el vivir solo facilitaba la ocasión). Lo primero que hicieron en el primer encuentro privado fue contemplarse sin máscaras, el uno a la otra y viceversa, durante horas, sin hablar. Al tercer día ella se llevó su cepillo de dientes y algunas cosas más.
El fin del estado de alarma, la vuelta a una normalidad poco habitual pero condimentada con el regreso a rutinas que parecían ya pretéritas, obligó al fama a dar la noticia. Había comenzado una relación. Lo que consideraba sería recibido como buenas nuevas por su familia se convirtió en una lluvia de reproches. Dónde se había visto. Un hombre de su nivel con una número 27. ¡Con una número! Y eso si es que era una, pues lo anguloso de su anatomía dejaba muchas dudas. Y encima de otro país, de un rojo procedente sin duda de latitudes al sur de las fronteras patrias. Su objetivo sería conseguir una vida mejor pero ¡que se olvidase, la unión era imposible, contravenía cualquier regla moral, debía olvidarse de ella…! El fama al principio se enfrentó a esta oposición familiar, enarboló su derecho a una nueva vida, durmió mal a pesar de su convencimiento. Después lentamente llegaron las dudas, que la número 27 notaba pero no se atrevía a preguntar, comprendiendo. Con la llegada de la temporada turística, le ofrecieron un buen puesto en las islas, marcando el aforo a una sala de fiestas. Tras hablarlo con él, decidió aceptar, les vendría bien reflexionar, coger poso, ese tipo de cosas que se dicen para no alargar una situación incómoda. Siguieron en contacto por teléfono en los pocos momentos que la 27 tenía libres. Al fama, le convencieron de que acudiese a un psicólogo.
-Uno más uno, dos – le decía el profesional desde la superioridad que da hablar a alguien que está reclinado en un diván.– Después de hoy, mañana. Es imposible que un gato ladre porque los gatos no ladran. Imposible movernos de las casillas lógicas de la vida, las que nos han traído hasta hoy, las que nos diferencian de las bestias. Un fama no puede tener una relación sentimental con un número por razones obvias de múltiple naturaleza. Como mucho profesional y teniendo en cuenta el lugar que le toca a cada uno. Imagínese en lo que se convertiría todo, el caos, el poder tomado por los cronopios, la ruina. En caso de recaída, tómese una de estas cada ocho horas. Si no sirve quizás haya que buscar un tratamiento más agresivo. Le pongo cita para la semana que viene, a esta misma hora.
Cuando las islas comenzaron a sufrir restricciones por parte del turismo internacional, la 27 tuvo que volver a la ciudad. Habían seguido hablando las últimas semanas pero de nuevo había vuelto la lentitud para el fama. Decidieron que de momento ella volviese a su piso compartido del sur de Madrid. Tendrían difícil verse porque justo su zona iba a tener restricciones de movilidad. El fama comenzó a buscar un supermercado por si le volvían a confinar con ayuda de su madre. Mientras recorría los pasillos de la sección Gourmet de un Hipercor pensaba: uno más uno, dos. Después de hoy, mañana. Los gatos no ladran. En un par de horas, tomar la pastilla verde…