Mi nombre es Alba Ferrándiz y me gusta pensar que, a pesar de no tener un cargo en ningún museo, puedo contribuir a hacerlos lugares más accesibles, donde todes tengamos cabida. Soy estudiante, he estudiado arte de África, América y Oceanía, y mi área de mayor interés es Oceanía, ese continente tan lejano del que tan poco sabemos en España. Que sepamos poco de él en España no se debe solamente a su lejanía geográfica (“las antípodas”, ¡imagínate!), sino también al abandono y poco interés que se ha tenido en general por esta región, y en particular por los preciosos objetos producidos por las comunidades que habitaron y habitan Oceanía, que están presentes en muchos museos españoles.
¿Alguna vez has oído hablar del umete de Tahití, un cuenco para beber kava (con k, es una bebida que se consume en el Pacífico de forma social) que fue regalado por el jefe Tu al intérprete Máximo Rodríguez en 1775? ¡Pues está, ni más ni menos, que en el MNA! ¿No te suena de nada? Es que no está expuesto, está guardado en el almacén, junto a muchos otros objectos de Oceanía. Que no estén expuestos es una pena, pero responde a una lógica del pasado por la cual los objetos de Oceanía no tenían cabida en la organización del museo. Por suerte, parece que pronto las cosas pueden cambiar.
De todas maneras, las piezas de Oceanía no están completamente olvidadas, guardadas en un almacén sin ninguna posibilidad de acceso. Con las nuevas tecnologías, y en particular con las redes sociales, estas piezas que son desconocidas para el conjunto de la sociedad pueden darse a conocer. El umete, por ejemplo, tiene su propia entrada en el catálogo online del MNA (aparece como cuenco de Tahití). También me gustaría resaltar el poder de Instagram: muchos museos de todo el mundo están utilizando esta red social no solo para promocionar sus colecciones, sino para interactuar con el público joven. Uno de mis ejemplos favoritos es la cuenta del museo parisino Musée du quai Branly, que durante los meses de confinamiento hacía un concurso semanal con preguntas sobre sus colecciones, su edificio, su historia, etc. Desde el MNA se hizo algo parecido.
El MNA también aprovechó el confinamiento y el verano para subir alguna que otra publicación sobre algunas de sus piezas más desconocidas. Entre ellas, sí, ¡publicaron el umete y brevemente comentaron su provenance (procedencia) e historia! También otras piezas de Oceanía fueron publicadas; algunas con su historia de vida, otras con una pequeña descripción de para qué se utilizaban dichas piezas en su lugar de origen… a veces incluso la relevancia actual de estas piezas. Porque sí, aunque muchas de ellas son piezas fabricadas entre los siglos XVII y XX, y con la llegada de los europeos la manera de producirlo, sus significados simbólicos, sus usos y muchas veces hasta su apariencia se vieron modificados, siguen teniendo una importancia muy grande para las comunidades indígenas, o como se las suele llamar en el ámbito museístico-antropológico, comunidades de origen.
El umete de Tahití. Foto de Pablo Linés Viñuales, publicada en la web del MNA.
Como mi área de especialización es Oceanía, voy a explicar esto con ejemplos de por allá. Para los maoríes, las piezas producidas por sus antepasados y ancestros son taonga (tesoros). Pero los taonga no son tesoros porque sean brillantes o bonitos, o porque tengan un valor sentimental nada más. Un taonga está vivo, ya que está decorado con motivos iconográficos y figuras antropomórficas o zoomórficas (que normalmente son representaciones de ancestros) que traspasan parte de su energía vital al objeto. También pasa esto con las personas que producen los objetos. Por tanto, estar en contacto con los taonga es vital para los maoríes: es su manera de estar conectados con sus antepasados. ¿Pero cómo vas a estar en contacto con tus taonga si están en la otra punta del mundo? Por eso, muchas comunidades maoríes reclaman que sus taonga ancestrales sean repatriados a Nueva Zelanda. Un caso diferente es Nueva Caledonia, donde las piezas producidas por los antepasados Kanak son considerados como “embajadores” de la cultura Kanak en otros países, y por tanto, que los objetos deberían permanecer en museos extranjeros (según Emmanuel Kasarhérou, un académico Kanak que ha sido recientemente nombrado nuevo director del Musée du quai Branly, el primer director indígena del museo). Cada comunidad tiene una relación diferente con su pasado y con los objetos producidos por sus antepasados, pero raro es que no tengan una relación estrecha con dichos objetos.
¿Y todo este rollo, a qué viene? Pues a que, sea cual sea la relación de cada comunidad con los objetos de su pasado, las redes sociales y las nuevas tecnologías en general nos otorgan una herramienta única para acercar estas piezas a las comunidades de las que originan. Publicar las piezas en canales telemáticos permite a gente de todo el planeta acceder a ellas. Aunque no sea lo mismo que ver o tocar una pieza en persona, el “retorno” de un objeto sagrado a una comunidad – aunque sea de manera cibernética – puede tener un impacto y ayudar a estas comunidades a curar los traumas del colonialismo pasado. Hasta se ha desarrollado un concepto, “repatriación virtual”, y muchos museos están produciendo modelos 3-D de sus piezas y “enviándolas” a las comunidades de origen para que puedan interactuar con ellas. Otros museos optan por hacer una repatriación física del objeto y exponer el modelo 3-D en sus galerías. En mi opinión, este es un camino acertado que, a pesar de que no supone una repatriación física, supone un primer paso de acercamiento entre los museos europeos y las comunidades de origen.
Las nuevas tecnologías, en definitiva, otorgan posibilidades a los museos. Pueden interactuar con los jóvenes a través de las redes sociales. Pueden darse a conocer y dar a conocer sus colecciones a gente de todo el mundo. Pueden trabajar hacia la “decolonización” del museo con las comunidades de origen de sus piezas. En definitiva, pueden construir un espacio virtual que dé cabida a todes, donde se pueda establecer redes de apoyo y contacto con personas de todos los rincones del planeta. ¿A qué esperamos?