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La Arqueología después de la Arqueología

Jornadas Europeas de Arqueología 2019

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En estas Jornadas de Arqueología centramos nuestra atención en tres objetos arqueológicos sobre los que la investigación actual en el Museo de Altamira está aportando datos nuevos que iluminan nuevas miradas hacia las comunidades de cazadores-recolectores, en el inicio de nuestra Historia.

Omóplato grabado de la cueva de Altamira

Omóplato grabado de la cueva de Altamira

Este omóplato fue hallado en 2009 en la excavación arqueológica más reciente practicada en la cueva de Altamira. Su estudio ha permitido resolver las dudas de los investigadores sobre la cronología precisa del conjunto de omóplatos con ciervas grabadas hallados en la cornisa cantábrica con características muy similares.

Aerógrafo de la cueva de Altamira

Aerógrafo de la cueva de Altamira

El aerógrafo de la cueva de Altamira es el único ejemplo paleolítico conocido de este útil empleado para soplar pigmento y crear imágenes en las cuevas. Durante mucho tiempo se descartó que hubiera sido empleado para pintar las figuras de esta cueva. Sin embargo, recientemente han sido identificadas nuevas manos, algunas de ellas manos en negativo de color ocre, que pudieron haber sido sopladas con un aerógrafo.

Rodete del Linar

Rodete del Linar

Los dos únicos rodetes decorados hallados en Cantabria han sido recuperados en el marco del proyecto de investigación “Los tiempos de Altamira”, en la cueva de Las Aguas y en la cueva de El Linar, ambas en Alfoz de Lloredo.

Omóplato grabado de la cueva de Altamira

Omóplato grabado de la cueva de Altamira

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Al final de los tiempos de Altamira, las comunidades de cazadores y recolectores de la región cantábrica, durante varias generaciones, grabaron ciervas como ésta sobre huesos y sobre las paredes de las cuevas. Estas figuras expresan la memoria compartida que tejía la identidad de una comunidad cultural reconocible desde el valle del Sella hasta el valle del Asón.

El valor histórico y arqueológico de este omóplato grabado recuperado en la cueva de Altamira en 2009, en la excavación arqueológica más reciente, reside en que su estudio ha permitido delimitar el periodo en el que se grabaron estos objetos singulares de la cultura material del Paleolítico superior.

Los omóplatos grabados, habitualmente con cabezas de cierva, se encuentran asociados a un ámbito espacial y temporal concreto, la región cantábrica y el periodo Magdaleniense inferior [20 500 – 17 000 BP]. Estos grabados presentan unos convencionalismos estilísticos y técnicos comunes. Así, nos hablan de movilidad, intercambio, identidad y de cierta comunidad cultural compartida entre unos grupos humanos que realizaban estas representaciones tan homogéneas, casi estandarizadas, en un tiempo y un lugar muy concreto.

El Museo de Altamira conserva cinco ejemplares procedentes de la propia cueva de Altamira, cuatro de ellos, recuperados en las excavaciones de principios del siglo XX, y uno en el proyecto de investigación reciente llevado a cabo por el Museo denominado “Los Tiempos de Altamira”. Asimismo, este museo conserva ejemplos de otras cuevas cantábricas como El Juyo o El Rascaño.

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Aerógrafo de la cueva de Altamira

Aerógrafo de la cueva de Altamira

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El aerógrafo de la cueva de Altamira es el único ejemplo paleolítico conocido de este útil empleado para soplar pigmento y crear imágenes sobre la roca de las cuevas.

En el yacimiento arqueológico de la cueva de Altamira se recuperaron cuatro fragmentos de hueso del ala de un ave de gran tamaño. Cortados con la misma longitud, están decorados con motivos similares y tres de ellos conservan restos de mineral óxido de hierro en el interior y en el exterior. Estos restos de ocre y su forma de tubo permiten sostener la hipótesis de que se traten de aerógrafos.

Los aerógrafos fueron confeccionados a partir de huesos de aves grandes, como zancudas o rapaces y en concreto correspondientes al ala o a la pata. Se cortaban así dos tubos iguales que se usaban para proyectar una nube de gotas de pintura sobre la superficie a pintar. Uno de ellos se introducía en el pigmento, compuesto generalmente por óxido de hierro o carbón mezclados con agua, y el otro apoyado sobre el anterior, por el que se sopla aire.

Quizá estos huesos fueron utilizados para representar las manos en negativo rojas recientemente identificadas en la cueva de Altamira mediante la aplicación de técnicas de análisis digital de imágenes en el marco del proyecto Handpas.

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  • En nuestro catálogo en línea “Altamira, el primer arte” existe información detallada sobre las técnicas del arte de la cueva de Altamira.
  • Sobre el proyecto Handpass y la investigación de las manos representadas en el arte paleolítico, proponemos la lectura de este artículo sobre los estudios en la cueva de Altamira: HANDPAS. MANOS DEL PASADO PDF.
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Rodete del Linar

Rodete del Linar

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Los denominados “rodetes” son una de las piezas más singulares del Paleolítico superior. Se han hallado muy pocos (en la actualidad se contabilizan unos 130 en Europa), por lo que representan una pequeña parte del total de los objetos creados por las comunidades de cazadores – recolectores. Sin embargo, están presentes en una extensión muy amplia de Europa, siendo notable su concentración en torno a los Departamentos franceses del Pirineo y Centro-Sudoeste y la cornisa cantábrica. La gran mayoría de ellos fueron fabricados en el final del Paleolítico superior, durante el periodo magdaleniense.

Poco habituales, los rodetes enriquecen el repertorio mobiliar de la cornisa cantábrica. Su forma es principalmente circular, su tamaño oscila entre los 4 y 5 cm, de poco grosor. La mayor parte de ellos poseen una perforación central. Están realizados en diferentes soportes, fundamentalmente pétreos y óseos, siendo mayoritario el empleo de escápulas de cérvidos. Muchos portan grabados de animales, personas o signos.

El rodete hallado en la cueva El Linar está realizado en hueso, perforado y grabado en ambas caras. Su diámetro se estima en 10 cm y su espesor no supera los 0,3 cm. En su cara A se aprecia parte de la representación de una figura grabada correspondiente a los cuartos traseros de un caballo, y en su cara B conserva una serie de pequeños trazos grabados correspondientes al proceso de elaboración y recorte del disco, así como otras lineas decorativas superpuestas de grabados con trazo más profundo.

Para las personas que los usaron en el inicio de nuestra Historia, colgados o prendidos en sus ropas, estos discos de hueso portaban un significado, un valor o una función que hoy desconocemos. Reconocemos en estos pequeños objetos y en sus imágenes grabadas una misma forma de hacer, un saber compartido por las comunidades que habitaron lo que hoy es Europa, desde la Península Ibérica hasta Siberia, y a lo largo del tiempo en que fuimos cazadores - recolectores paleolíticos.

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