En Cazadores de ciervos analizamos desde el punto de vista de la arqueología experimental cómo se diseñaban, producían y utilizaban los propulsores y azagayas en el Paleolítico superior
La especialización de los cazadores tiene su origen en el Paleolítico superior dando lugar a la preferencia por una especie y a la selección de partes concretas del animal en función de la cantidad de carne u otros recursos que podían obtener de ellas. Estas son llevadas al campamento, abandonando en el sitio de cacería el resto del cuerpo una vez descuartizado.
En el actual territorio costero cantábrico, donde se encuentran Altamira o El Juyo se practicaba masivamente la caza del ciervo, siendo excepcionales los sitios especializados en otras capturas, como la de cabras, en parajes de roquedo como Rascaño.
El propulsor es una herramienta que ha acompañado al ser humano desde la prehistoria hasta la actualidad. Si bien el uso de los propulsores se documenta en el área cantábrica a partir del Magdaleniense inferior, diversas culturas han utilizado este artefacto posteriormente, desde el círculo polar ártico hasta Australia o Nueva Guinea. La identificación de los primeros propulsores paleolíticos partió, inicialmente, del establecimiento de paralelos etnográficos con pueblos históricos documentados a través de la etnología y la antropología cultural, siendo el primer autor en proponer esta identificación el estudioso francés De Mortillet en 1891.
El uso del propulsor está perfectamente documentado en el país de Altamira. Por ejemplo, contamos con el excepcional hallazgo del propulsor de la cueva del Castillo, único en el área cantábrica. Realizado en asta de ciervo, se conserva prácticamente en su totalidad excepto por la punta, que ha desaparecido. Está datado en el Magdaleniense inferior y tiene paralelos con propulsores del área francesa como el del yacimiento de Mas d’Azil.
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