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Lavativa

Lavativa

Número de inventario: 17392. Madrid.

Estaño, madera, cáñamo. 42 x 7 x 6 cm.

La ciencia veterinaria ha avanzado paralela a la domesticación de los animales. Así, los conocimientos del hombre han evolucionado a lo largo del tiempo proporcionándole una experiencia que le permitiese cuidar y curar a los mismos. Ya en el Egipto del III y II milenio tenemos constancia de la existencia de algunas prácticas veterinarias, como señala A. Aguirre Sorondo (1991: 11).

El siglo XX ha representado la evolución de la medicina veterinaria hacia una orientación científica y su ejercicio profesional. Por ello, se publican en España numerosos manuales o guías que proporcionan a los ganaderos y auxiliares veterinarios conocimientos que les permiten socorrer al animal enfermo en caso de necesidad. Solían recoger los remedios para sanar distintas enfermedades así como el método de administración de los tratamientos (J. Alcañiz Saiz, 1923: 9). Además, algunos cuentan entre sus páginas con un detallado informe del instrumental del que se vale el veterinario para desempeñar su función. Entre esos aparatos figura la lavativa, una jeringa de estaño que suele tener un litro por lo menos de capacidad. Otros útiles empleados son los embudos acodados y los irrigadores a los que alude J. Alcañiz Saiz (1923: 193).

Se utilizan para administrar enemas que consisten en medicamentos líquidos que se introducen en el cuerpo por el ano. Los purgantes y lavativas laxantes favorecen la desaparición de los procesos inflamatorios. Por esto, se emplean para curar enfermedades del estómago como indigestiones, gastritis y demás dolencias del ganado vacuno y cabrío, principalmente (L. Saiz, 1922: 36-38 y 46-49). También es frecuente su utilización en partos; en los casos en que el alumbramiento del feto no se acompaña de la salida de la placenta, se practican lavados uterinos hasta que se produzca su expulsión tal como describe C. Sanz de Egaña (1922: 104).

ABCR

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