Como broche a esta guía de lectura que nos ha ocupado todo el año 2021 y que nos ha permitido poner en valor perfiles femeninos muy heterogéneos, traemos a colación la figura de doña María de Castilla (1401-1458) , reina consorte de Aragón tras su matrimonio con el rey Alfonso V el Magnánimo .
María fue hija del rey Enrique III de Castilla y de Catalina de Lancaster . A los cinco años de edad perdió a su padre y vivió hasta el momento de su matrimonio, en un reino que debía afrontar la minoría de edad del nuevo soberano castellano: Juan II . Fueron años en los que su madre, Catalina, y su tío, Fernando el de Antequera , compartieron la regencia durante la minoridad sin no pocos conflictos entre ellos. Este punto no es baladí a tenor de las responsabilidades que María tuvo que afrontar en el futuro. Catalina de Lancaster es, sin duda alguna, un ejemplo de regencia femenina que no debemos pasar por alto.
Además de haber aportado un elemento de legitimidad dinástica a la Casa de los Trastámara como nieta del rey Pedro I , Catalina supo asumir su papel político como reina en diversos ámbitos, desde el patronazgo -muy relevante en el aspecto religioso- como en el de las relaciones exteriores, con especial atención a aquellos asuntos que tienen que ver con la esfera eclesiástica, donde mostró su apoyo al Papa Luna en el contexto del Cisma de Occidente.
En 1415 María abandonaba su Castilla natal para contraer matrimonio con el heredero aragonés. Hay que señalar que la infanta castellana casó dentro de su familia: tras el Compromiso de Caspe de 1412 , su tío Fernando de Antequera, se había convertido en el rey de Aragón, y tras los esponsales de María y Alfonso, adquirió la condición de suegro de su sobrina. El nuevo matrimonio tuvo que asumir muy pronto las responsabilidades del gobierno, ya que en 1416, Alfonso subió al trono tras el fallecimiento de su padre Fernando.
Quizá el punto más relevante de la vida conyugal entre ambos fue la infertilidad de María, un hecho que le preocupó sobremanera durante años y que supuso que, a la muerte de Alfonso, fuese su hermano, con el nombre de Juan II , quien asumiese el trono aragonés. Este hecho, la ausencia de hijos y el incumplimiento de una de las funciones básicas de una consorte, no hurtaron a María de un protagonismo político bien merecido. El otro aspecto de la vida conyugal que más se ha destacado al tratar a María y a Alfonso, ha sido la larga separación del matrimonio a causa de la política mediterránea del soberano. Alfonso siguió en este punto una de las principales apuestas de su padre, la expansión y consolidación en el Mediterráneo y, en 1420 abandonó la Península en dirección al reino de Nápoles donde permaneció varios años. Durante su ausencia, la lugartenencia general de los reinos peninsulares quedó en manos de su mujer y de su hermano. En este punto, María se convirtió en una mujer muy activa en todas aquellas acciones que le habían sido delegadas.
El Archivo de la Corona de Aragón (ACA) conserva un buen caudal documental que da fe de la gran actividad política y cortesana desplegada por la reina aragonesa. Los Registros de la Cancillería aragonesa muestran de manera muy clara cómo afrontó María la gobernación de sus reinos. Además de la abundante correspondencia que mantuvo con Alfonso, para ponerle al corriente de la situación de aquellos reinos que había dejado atrás, son otros los aspectos que se han destacado. Así, uno de los asuntos que más cuidó fue la correcta administración de justicia en los distintos reinos. A esa preocupación unió una incansable actividad como mediadora para la resolución de ciertos conflictos entre diversos actores, ya fueran personas individuales o instituciones. Quizá, en este punto sea conveniente recordar que la reina fue esencial en la mediación de conflictos entre sus diversos familiares. De esta manera, sus lazos con los soberanos castellanos, Juan II y Enrique IV , como hermana y tía respectivamente, fueron muy relevantes para la conducción de la propia relación entre las Coronas aragonesa y castellana. También se ha destacado como María insistió a su marido para que mediase en la conflictiva relación que mantuvo el futuro Juan II de Aragón con su hijo primogénito, Carlos, Príncipe de Viana .
Otro aspecto que no podemos olvidar es el ejercicio de la merced regia que queda reflejado de manera bastante elocuente en esa documentación. María prestó especial atención a su entorno cortesano, principalmente a las mujeres que formaron parte de su Cámara Real, y trató de atender sus súplicas, recibir a sus hijas en el servicio regio y, por supuesto, concertar uniones provechosas para sus familias y los intereses de la Corona.