Continuando con la estela de la celebración del Día de los Archivos os mostramos una parte de la colección bibliográfica privada de Fernando Fernández-Cavada y Paris. Actualmente se encuentra depositada en la Biblioteca del Archivo Histórico de la Nobleza, y es un buen ejemplo de complementariedad entre Biblioteca y Archivo.
Esta biblioteca particular, compuesta de unos 3020 ejemplares, está recibiendo tratamiento bibliotecario para quedar accesible a través del Catálogo Colectivo de la REBAE
El conde de la Vega del Pozo reunió a lo largo de su vida una valiosa colección de monografías, obras de referencia y números de revista que tratan fundamentalmente sobre historia de España y América Latina, genealogía y heráldica. Como toda colección privada, nos llega enriquecida con dedicatorias autógrafas de sus autores, anotaciones manuscritas, facturas de librerías y un sin fin de pequeños detalles que dan vida y valor al puro objeto que supone un conjunto de hojas impresas encuadernadas juntas.
Y precisamente de talleres de imprenta, librerías y editoriales cubanas, tanto en Cuba como en el exterior, trata nuestra historia.
Sin ánimo de ser exhaustivos, os proponemos un recorrido por las ediciones cubanas de la Colección Vega del Pozo.
Fornet, en El Libro en Cuba (1994), data en 1723 el primer impreso producido en Cuba. Pero no fue hasta mediados del siglo XVIII cuando se establecieron en la Isla las primeras familias de impresores, como los Spencer o los Boloña, algunas de las cuales perduraron hasta principios del siglo XX. Sus impresos debían obtener la debida autorización de la Capitanía General, institución de carácter administrativo-militar para el gobierno de la Isla, que perduró hasta su independencia en 1898.
Durante la primera mitad del siglo XIX el movimiento editorial fue muy reducido, se limitó a unas pocas provincias entre las que destacó La Habana, y se centraba mayoritariamente en la edición de libros de texto y manuales (Cira Romero). Las producciones se limitaban a unos 200 ejemplares, dado el alto índice de analfabetismo en la Isla, un 75% de la población a finales del siglo XIX (J. Laguardia Martínez).
La figura del impresor-editor se consolida gracias al surgimiento de la narrativa y las revistas literarias a mediados de siglo. Un claro ejemplo del Romanticismo imperante es la publicación más antigua que conservamos de las impresas en Cuba, Los reveses del amor de Domingo Ghinetti, impreso en 1855.
A la par aparecieron numerosas cabeceras de periódicos, uno de ellos fundado por este mismo impresor Antonio María Dávila, de cuyos trámites para la autorización de impresión encontramos testimonio en PARES.
Pero lo que más abunda en esta colección es temática histórica como veremos a continuación:
De José María de la Torre, que elaboró la primera guía comentada de la ciudad, se conservan un ejemplar de la edición original de 1857, de la Imprenta de Spencer y Cía, titulado Lo que fuimos y lo que somos o La Habana Antigua y Moderna, así como su facsímil, publicado en Santo Domingo por Ediciones Históricas Cubanas al que acompañan unas palabras de Lydia Cabrera.
Si consultamos el Diccionario Biográfico Cubano de Francisco Calcagno, leemos en la entrada referente a José María de la Torre:
“Natural de la Habana, como geógrafo, estadista, arqueólogo, uno de los hombres que con sus obras y con el ejemplo de su laboriosidad han contribuido más a la propagación de las luces…”.
De su actividad también encontramos referencias en PARES:
Parece que Calcagno no opina lo mismo de nuestro galán Ghinetti:
“Incansable creador de despropósitos literarios: pero aparte su afán metromaníaco, fue militar pundoroso…”.
En 1876, el impresor y librero Andrés Pego asociado con el académico Rafael Cowley, decidió publicar las historias de José Martín Félix de Arrate, Antonio José Valdés e Ignacio de Urritia bajo el título Los tres primeros historiadores de la Isla de Cuba, impresa en La Habana.
Según Calcagno, José Martín Félix de Arrate, historiador cubano nacido en 1697 escribió, aunque con errores, la que considera primera historia de La Habana en 1761, aunque permaneció inédita hasta 1830. Fue reeditada por los editores R. Cowley y A. Pego en tres tomos, ya con su título actual.
Aunque existía tradición de impresores cubanos en el exterior, hay dos momentos históricos que marcan la emigración de la población cubana: el periodo entre 1868 y 1898 donde se suceden las tres guerras cubanas de independencia contra las fuerzas coloniales españolas, este es el caso de Nestor Ponce de León, cubano emigrado establecido en Nueva York, que junto a otros editaron libros de compatriotas; y, en segundo lugar, el cambio de régimen derivado de la Revolución de 1959.
Nuestro famoso Diccionario fue impreso en Nueva York en 1878 en la Imprenta y Librería de N. Ponce de León, y como dato curioso vemos que recoge en sus últimas páginas la Opinión de la prensa y de personas autorizadas, estrategia publicitaria incorporada hoy día a cualquier publicación, a la vez que nos sirve de fuente para conocer publicaciones y críticos de la época. Este diccionario, incluye datos de personas célebres hasta 1886 a pesar de que la fecha de su publicación, según su portada sea 1878.
¿Cómo explicamos esto? Ambrosio Fornet (p. 68) habla de los libros de retazos durante los siglos XVIII y XIX, “Fuera de los cauces oficiales, era virtualmente imposible publicar un libro: por pequeña que fuera la tirada, el autor no podía sufragar la edición”. Las soluciones empleadas eran reducir la extensión de la obra para así reducir costos o la venta de pliegos sueltos por entregas, que practicaban ya editores extranjeros. Así, excepto la portada y las 120 primeras páginas, el resto del Diccionario fue impreso durante 1885 y 1886 en La Habana por el editor-impresor Elías Fernández Casona.
En algunas obras, la lista de suscriptores aparece impresa en ellas.
¿Puede ser este apunte manual inserto en el propio libro una relación de personas y las respectivas entregas de su compra a plazos?
A pesar de las dificultades, la edición de estas importantes obras que dan testimonio de sus orígenes confirma la idea de Fornet, de que el público de posguerra reclamaba ya una literatura de expresión y afirmación nacional.
Se abre un nuevo contexto histórico, España había renunciado a su soberanía sobre Cuba, Puerto Rico y Filipinas tras firmar el Tratado de París, a la vez que Estados Unidos ocupaba la Isla hasta 1902 cuando, tras presiones cubanas por constituir su propio país, se proclamó la República de Cuba el 20 de mayo de ese año, aunque hubo una segunda intervención americana durante esa década.
Enrique Collazo, nos proporciona en Los americanos en Cuba, un relato exhaustivo de primera mano de unos hechos de los que también fue protagonista. Solo contamos con la segunda parte, impresa por C. Martínez y Ca. en 1906 en la ciudad de La Habana.
Una característica del oficio de la edición en Cuba que se mantuvo hasta la Revolución fue lo que Fornet llama la españolidad de la imprenta.
En el siglo XVIII no había distinción entre impresores criollos y peninsulares, ambos españoles. Sin embargo, tras la independencia de la mayoría de los territorios americanos en el primer tercio del siglo XIX, y los conflictos entre la burocracia colonial y el grupo de poder surgido en torno a los ingenios de azúcar, el clima político cambió, provocando situaciones ventajosas para los peninsulares en la Isla. La situación se mantuvo al llegar la república ya que no hubo grandes transformaciones socioeconómicas, por lo que el impresor español, también distribuidor y librero, continuó acaparando el mercado con su dominio técnico y comercial (Fornet p. 34-35).
Concretamente menciona a José López Rodríguez “Pote”, propietario de La Moderna Poesía; Aureliano Miranda, fundador de El Siglo XX, y a P. Fernández, como ejemplos de grandes impresores-editores de la primera mitad del siglo XX que ya se habían establecido en la Isla a finales del siglo anterior.
De 1917 conservamos la adaptación para la enseñanza de la obra de Vidal Morales, Resumen de la Historia de Cuba, en este caso una segunda edición, de la Librería e Imprenta La Moderna Poesía. Morales era jurista, periodista, archivero y estudioso del pasado histórico y literario de Cuba.
Como dato curioso mostramos publicidad de La Moderna Poesía inserta en la obra editada en Madrid en 1873, Las insurrecciones en Cuba, de Justo Zaragoza.
En 1919 la Academia de la Historia de Cuba organizó un concurso literario con motivo del IV centenario del traslado de La Habana a su lugar definitivo. La ganadora fue la investigadora estadounidense Irene A. Wright. Con el título Historia documentada de San Cristóbal de La Habana en el siglo XVI, la obra fue publicada en 1927 por El Siglo XX en dos tomos de excelente papel.
Otro activo impresor del primer tercio de siglo fue el editor y librero Ricardo Veloso, que establece en 1910 la Librería Cervantes. De 1918 es la primera edición del Historial de Cuba de Ricardo Rousset, impresa en tres tomos.
Con la unión en 1927 de las dos mayores empresas del país, La Moderna Poesía y Librería Cervantes, se fundó Cultural S.A., que poseía la maquinaria más avanzada de la época. Una de sus primeras ediciones fue la biografía de José Antonio Gómez de Bullones, alcalde de Guanabacoa a mediados del siglo XVIII, y héroe popular de la resistencia contra los ingleses, fue escrita por Juan Florencio García (1928).
Pero la colección Vega del Pozo también abarca otras materias, como la genealógica, la artística, la puramente de sociedad o la religiosa. Un ejemplo lo encontramos en Apuntes para la historia eclesiástica de Cuba, de Juan Martín Leiseca, impresa por los Talleres Tipográficos de Carasa y Ca., Habana 1938