Elegido por Urdaneta como el lugar más idóneo, Acapulco se erige a finales del siglo XVI como el gran puerto mexicano en el Pacífico, protagonizando en exclusiva el comercio oceánico entre América y Asia durante más de dos siglos. Al llegar el mes de marzo el puerto de Acapulco rebosa de actividad. El galeón ultima su partida y en sus bodegas se estiban cantidades ingentes de plata proveniente de México y Perú. Las cubiertas se llenan de religiosos para la evangelización de Asia, soldados para la defensa de las Filipinas, funcionarios para su administración y arcones llenos de cartas, documentos y noticias que, tras cruzar dos océanos, mantienen la comunicación de un sistema colonial entre tres continentes. Les espera a todos un viaje de tres meses hasta Manila. La ciudad languidece, hasta que la llegada de la “Nao de la China”, con sus bodegas repletas, aporta nuevas alegrías a este enclave costero. No se detendrán en Acapulco, pues en su mayor parte serán enviadas a Veracruz por una ruta terrestre. En su camino, algunas piezas se quedarán, aunque Veracruz espera tales cargamentos para embarcarlos hacia Sevilla.