La Chancillería de Valladolid y Ana de Mendoza, princesa de Éboli

Retrato de la princesa de Éboli, Alonso Sánchez Coello

Ana de Mendoza de la Cerda, conocida como la princesa de Éboli, nació en 1540 en Cifuentes (Guadalajara). Era hija de Diego Hurtado de Mendoza y de Catalina de Silva y Andrade, de la poderosa Casa de los Mendoza y del Condado de Cifuentes, respectivamente. A edad temprana se casó con un noble de origen portugués, Ruy Gómez de Silva. De este matrimonio nacerían diez hijos, de los que sólo sobrevivirían seis. Enviudó en 1573, a la edad de 33 años, y durante su vida llegaría a ser duquesa de Pastrana, condesa de Melito y princesa de Éboli.

Al fallecer su marido, tuvo que hacerse cargo del patrimonio familiar y de la administración de sus estados, debiendo ocuparse también de la tutoría de sus hijos. Con Teresa de Jesús protagonizó un sonado enfrentamiento como consecuencia de la fundación del convento de monjas carmelitas descalzas de Pastrana, creado a instancias de la princesa. Aunque ambas mujeres se alineaban dentro de la misma corriente espiritual reformista del momento, el posterior ingreso de la princesa en el recién fundado convento de Pastrana, tras enviudar, no debió de ser del agrado de la Santa, lo que desembocó en el cierre de la casa conventual. Sin embargo, la princesa de Éboli no permanecería mucho tiempo alejada del mundo. De hecho, Ana de Mendoza es especialmente conocida por haber formado parte de las intrigas políticas que se desarrollaron en la Corte de Felipe II. Fruto de esta implicación pasaría los últimos 13 años de su vida encerrada, primero en prisión y posteriormente en su palacio de Pastrana, siendo privada además por el monarca Felipe II de la administración de su patrimonio y de la tutoría de sus hijos. Al parecer, la princesa de Éboli fue sospechosa, junto al secretario del rey, Antonio Pérez, de haber promovido el asesinato de Juan de Escobedo, secretario de don Juan de Austria, pero no bastando con eso, parece que también pudo haber mantenido una postura que resultaba bastante incómoda para Felipe II en sus aspiraciones al trono portugués. De esta manera, la sombra de la conspiración se cernió sobre su cabeza, muriendo en 1592 a la edad de 52 años en su palacio de Pastrana, cuyas ventanas habían sido cubiertas con rejas y celosías por orden del rey.

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