El invento de la fotografía permitía inmortalizar a nobles y plebeyos de manera más barata que nunca. Los fotógrafos retrataban a sus clientes en poses teatrales o pictóricas. En este sentido, el libro constituye un fetiche de las clases medias y altas, una elite que quiere perpetuarse en la memoria identificada con la cultura.
Los fotógrafos pioneros vieron en el patrocinio de la Casa Real española y la participación en las Exposiciones Internacionales un buen medio de publicitarse. En 1858 se puso de moda la fotografía de pequeño formato (6 x 9 cms.) similar al de una tarjeta de visita, empleando una cámara dotada con seis objetivos que permitía obtener hasta media docena de fotografías en cada toma.