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Jarro de ordeño

Jarro de ordeño

Número de inventario: 44776. Chipude (La Gomera).

Arcilla. 18 x 29 cm.

El ganado en las Islas Canarias ha generado a sus gentes importantes beneficios económicos, constituyendo la explotación caprina parte sustancial de su economía. Aparte de la carne, la piel, los cuernos y el estiércol o “paino”, el pastor obtenía fundamentalmente de sus cabras un gran rendimiento en cuanto a producción de leche se refiere. No en vano, la cabra autóctona canaria está reconocida como una de las razas más productivas del mundo, en relación con las precarias condiciones de los pastos y austeridad del terreno en el que viven (J. L. Gil, C. J. Moreno y J. M. Corcuera, 2004: 114).

La leche y el queso eran productos básicos para los isleños, tanto por su importancia como alimento familiar como por su salida hacia el mercado. Esta producción y comercialización, cada vez más, se lleva a cabo a través de cooperativas y centrales lecheras, pero tradicionalmente fueron tareas exclusivas y propias del oficio de pastor (T. Noda Gómez, 2004: 93).

A pesar de la existencia, a lo largo de nuestra geografía, de diferentes tipologías de recipientes empleados por el pastor para el ordeño (tarros, “herradas” o incluso algunos más excepcionales y específicos de determinadas zonas como es el caso del peculiar kaiku vasco-navarro, que aparece también en este apartado), todos ellos presentan características comunes (anchura, bases planas y gran estabilidad) a fin de favorecer el trabajo, es decir, la forma se adapta perfectamente a la función.

Procedente de los alfares de Chipude, en La Gomera, es el jarro o “carabuco” para el ordeño de cabras que aquí se muestra. La pieza responde al tipo de cerámica tradicional que en dicha localidad continúan realizando las mujeres generación tras generación, aún hoy en día como medio de vida, aunque la demanda responda en la actualidad más a cuestiones decorativas que a las meramente funcionales. Repitiendo en muchos casos viejos modelos, estas mujeres alfareras trabajan el barro a mano, ayudándose únicamente de “lisaderas” (simples guijarros) para el pulimento y abrillantado exterior. La aplicación de polvo rojizo humedecido (obtenido al triturar ciertas piedras) hace que estas piezas adquieran un característico tono rojo (J. Llorens Artigas y J. Corredor-Mateos, 1982: 180).

La pieza es una donación de Helen M. Knecht-Drenth y Tijmen Knecht.

CHD

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