Murallas y Ciudadela de Pamplona
Emplazada en un escarpe sobre el río Arga, la historia de la ciudad de Pamplona ha estado marcada a lo largo de los siglos por su carácter militar como plaza estratégica para el control de las rutas que atraviesan el Pirineo occidental. Fundación castrense de Pompeyo (75 a.C.) en las guerras sertorianas, de la que se ha conservado el trazado urbano en buena parte de la Navarrería, recientes excavaciones han descubierto la muralla edificada en época bajoimperial (s. IV) y aún es posible contemplar algunos restos de las construcciones defensivas de los tres burgos que hasta el siglo XIV configuraron la capital del reino de Navarra.
Tras la incorporación a Castilla (1512), Pamplona se convertiría en bastión estratégico de los Austrias ante la siempre amenazante Francia, con fortificaciones constantemente renovadas y una guarnición siempre preparada para el combate. Así, en pocos años, el castillo de Luis I el Hutín (s. XIV) sería sustituido por otro erigido por Fernando el Católico (s. XVI) y finalmente por la ciudadela de il Fratino (1571), siguiendo el plan de la de Amberes y excepcionalmente conservada. Un proceso similar al vivido por las murallas de la ciudad (ss. XVI-XVIII), siempre renovadas de acuerdo a las novedades técnicas de la época, y conservadas en su mayor parte.
Vista aérea de la ciudadela de Pamplona y uno de los baluartes de la ciudad
Recinto amurallado de Viana
La ciudad de Viana es una de las más importantes fundaciones urbanas de la Edad Media en Navarra y una de las mejor conservadas en la actualidad. Su origen se remonta a 1219, año en que Sancho VII el Fuerte decide englobar pequeñas poblaciones en un nuevo núcleo como defensa ante la frontera castellana, a pie del Camino de Santiago.Salto de línea Su planta, en consecuencia, es la propia de las villas de repoblación, rectangular, atravesada longitudinalmente por tres calles cortadas por una trasversal de menor importancia. Todo ello se rodea de un recinto amurallado reforzado con torres, fosos y barbacanas, abierto al exterior a través de cuatro portales. Dentro de la fortaleza desempeñan una función defensiva especial las torres parroquiales de San Pedro y Santa María. Por último, la defensa tenía su fuerte principal en el castillo, emplazado en la zona más escarpada, cuyo enclave lo ocupan hoy diversos inmuebles en cuyos sótanos pueden contemplarse restos de su planta trapezoidal, patio de armas y torre del homenaje.
Puerta de Santa María y muralla de Viana
Recinto amurallado de Puente la Reina
Fundada como jalón jacobeo al pie del puente erigido en el siglo XI para salvar el curso del río Arga, la villa sigue para su trazado urbanístico el plan de las llamadas ciudades-camino, regular y articulado en torno al Camino de Santiago (Calle Mayor). En su composición, sigue el modelo adoptado por la mayor parte de núcleos fortificados en el siglo XII. El recinto, importante posición estratégica en el sistema defensivo del reino de Navarra, constituye un rectángulo alargado delimitado por una muralla jalonada por torreones cuadrangulares distribuidos regularmente y abiertos hacia el interior de la población.
Las fortificaciones, como resulta lógico, sufrieron reformas y mejoras constantes a lo largo de los conflictivos siglos XIV-XV. En la actualidad, aunque disimulados por edificaciones posteriores que se han adaptado a los bloques cúbicos, todavía se conservan la mayor parte de los torreones dispuestos a lo largo de la muralla, siendo uno de los núcleos que mejor ha mantenido su estructura medieval.
Primer arco del puente que da nombre a la población, y aspectos de las torres
Recinto amurallado de Torralba del Río
Situada en las inmediaciones de la sierra de Codés, la villa de Torralba fue fundada en 1263 por Teobaldo II de Navarra. Como posición avanzada ante la frontera castellana, el caserío fue enclavado en un altozano y rodeado de murallas, con un urbanismo articulado en torno a dos vías principales longitudinales y otras más pequeñas que las cruzan, al igual que otras plazas defensivas creadas en la misma época en buena parte de Europa meridional (bastidas). Las fortificaciones fueron edificadas a partir del siglo XIV, al hilo de los conflictos bélicos entre Navarra y Castilla y la guerra civil del reino, en la que el príncipe Carlos de Viana recompensó su fidelidad concediéndole el título de buena villa con asiento en Cortes (1456).
Una vez perdida la misión defensiva de sus murallas, éstas fueron ocupadas paulatinamente por viviendas, hecho que ha posibilitado su conservación. Aún en nuestros días es posible admirar su trazado y buena parte de sus lienzos jalonados de torres cúbicas y saeteras, uno de los portalones de acceso a la villa así como la iglesia, que formaba parte del complejo defensivo.
Dos vistas del recinto amurallado de Torralba del Río, una puerta y torre defensiva
Castillo de Ablitas
El de Ablitas era uno de los grandes castillos del reino de Navarra a finales del siglo XIII. Emplazado en la cima de un cerro, dominando el conjunto de la población, la fortaleza hunde sus orígenes en el siglo XII, fecha en la que habría sido reedificado tras la reconquista de la villa por Alfonso I el Batallador (1119). En siglos posteriores jugó un papel fundamental como plaza fronteriza, sufriendo los asaltos de tropas aragonesas y las compañías de Beltrán du Guesclin, y fue uno de los pocos castillos navarros que sobrevivió a las demoliciones decretadas en el siglo XVI tras la conquista castellana, integrado en el señorío de los Lacarra.
Aunque actualmente se conserva en ruinas, el perfil cilíndrico de la Torre del Homenaje aún domina la villa. Se conservan asimismo buena parte de los sótanos, con galerías abovedadas en ladrillo y una escalera de caracol, todo ello excavado en la roca.
Ruinas de la torre y zaguán del Castillo de Ablitas
Castillos de Estella
Dominando la población jacobea nacida en 1090, en la peña llamada todavía la Cruz de los Castillos, existió hasta el siglo XVI una importante fortaleza, que en época medieval constituyó uno de los principales enclaves defensivos del reino de Navarra. El castillo fue edificado por el rey Sancho Ramírez (s. XI) y ampliado y reformado por sus sucesores como residencia regia en los siglos XIII-XV. Inexpugnable sobre la roca, contaba con tres fuertes exteriores (Zalatambor, Belmecher y La Atalaya) que constituían prácticamente fortalezas aisladas y contaban con sus propios alcaides. Todo ello se integraba además en un formidable recinto defensivo, junto al convento de Santo Domingo, las peñas y el recinto amurallado de la ciudad, con sus iglesias fuertes de San Pedro de la Rúa y San Miguel.En 1512 beamonteses y castellanos conquistaron definitivamente el castillo, que continuó en uso hasta 1572, cuando el nuevo plan defensivo frente a Francia y la construcción de la ciudadela de Pamplona condujeron al abandono de los castillos medievales navarros. Volado con pólvora por orden de Felipe II, fue empleado como cantera por los vecinos. En la actualidad, diversos trabajos arqueológicos procuran rescatar y documentar este Bien de Interés Cultural.
Restos de las fortificaciones estellesas
Cerco de Artajona
En 1085, tras la donación de la villa a la iglesia de Saint-Sernin de Toulouse, los canónigos comenzaron a levantar un recinto fortificado en el participaron canteros franceses y que en pocos años quedaron terminadas. Reparada y mejorada en épocas posteriores, especialmente bajo el reinado de Carlos II de Navarra (s. XIV), el conjunto sufriría las secuelas de la conquista castellana a comienzos del siglo XVI, al igual que la práctica totalidad de castillos del reino.Con todo, el Cerco de Artajona constituye uno de los más importantes y pintorescos conjuntos fortificados medievales de la Península Ibérica, emplazado en un altozano y dominando su entorno con su perfil de robustos muros de sillería jalonados de torres cúbicas. De las catorce torras con que debió contar, quedan nueve en pie y los cimientos de otras tres. Formaban parte del recinto defensivo igualmente la iglesia de San Saturnino y su torre (s. XIII) y el llamado Castillo del Rey, un donjón de planta circular recuperado gracias a excavaciones arqueológicas aún en curso.
Dos vistas del Cerco de Artajona con sus potentes torres cúbicas