Hace 500 años en la campa de Villalar, el 23 de abril de 1521, quedó prácticamente sellada la revuelta de las Comunidades de Castilla. Un movimiento que, junto con las Germanías valencianas, había convulsionado los reinos peninsulares de Carlos I, a comienzos de su reinado.
Las veleidades imperiales de Carlos de Gante aumentaron las exigencias fiscales y militares de sus vasallos. Su fidelidad se resquebrajó y muchas de las élites urbanas de las ciudades con voto en Cortes arrastraron a la sedición de villas y aldeas, estallando un magma de conflictos larvados que mezclaban exigencias políticas y ambiciones personales o familiares. A todo esto, la aristocracia aguardaba la ocasión para erigirse en salvadora del reino, sin optar por uno u otro bando hasta que, en el momento álgido de la rebelión, en otoño de 1520 un rey ausente nombró cogobernadores del reino al condestable y al almirante de Castilla, don Fadrique Enríquez de Velasco, en apoyo de Adriano de Utrech, cardenal de Tortosa y antiguo ayo del borgoñón.
Este golpe de mano terminó, a medio plazo, por desequilibrar las fuerzas en liza, y tras varias deserciones de líderes comuneros, una mala estrategia militar dio al traste con la amenaza interna más seria que tendría el emperador en territorio español, lo que terminó con los líderes de la revuelta ejecutados, encarcelados o exiliados.
Aunque la tierra de Toledo y la Murcia rural todavía mantuvieron el pulso durante unos meses, fruto de la desesperación y la certeza del castigo que pesaba sobre la cabeza de los alzados, solo era cuestión de tiempo que volviese Carlos de su periplo centroeuropeo y que se cerrase un pacto entre élites y corona, implicándolas en la empresa imperial, tanto europea como atlántica. Sin embargo, la guerra dejó un impresionante reguero de comuneros que represaliar, agraviados que compensar y leales a los recompensar.
Uno de los más destacados era el III condestable de Castilla: don Íñigo Fernández de Velasco (†1528), II duque de Frías y IV conde de Haro, casado con María de Tovar, marquesa de Berlanga y Astudillo. El más poderoso aristócrata de Castilla-la Vieja había sido asistente de Sevilla (1504-1506) y siempre se mantuvo a fiel a la Corona: primero a Isabel I, luego a Felipe I, a continuación al regente Fernando II de Aragón y posteriormente al joven Carlos I, de quien fue copero mayor de la Casa de Castilla entre 1518-1524. Recibió el Toisón de Oro (1519) y acompañó al soberano hasta embarcar en A Coruña, rumbo a sus posesiones septentrionales (1520).
Con media corona de Castilla declarada en rebeldía, se mantuvo cercano al regente Adriano de Utrech. Fue corregidor de Burgos en plena revuelta, pero no logró impedir que la cabeza de Castilla se adhiriese a la Junta de Ávila, ni que muchas de sus villas se adhiriesen a la Comunidad.
En septiembre de 1520, ya nombrado cogobernador del reino, el almirante de Castilla paulatinamente se fue imponiendo por la su fuerza de las armas, haciendo nombrar a su primogénito, el conde de Haro, como capitán general de las tropas realistas.
Amenazado su poder por los movimientos antiseñoriales, siempre fue partidario de una línea dura contra los comuneros, empleando a sus propias huestes y dineros para socorrer la causa realista, consciente que se ayudaba a sí mismo y a su linaje en el turbulento tablero político de la época.
Los documentos que traemos a colación proceden del antiguo Archivo Ducal de Frías, hoy propiedad del Estado y custodiados en el Archivo Histórico de la Nobleza (Toledo).
Algunos hacen referencia a la suma adelantada por el propio condestable al tesorero Vargas, que ascendía a la respetable suma de 25.000 ducados, destinados para pagar a las tropas. Habían sido prestados por diversos banqueros (el burgalés Jerónimo de Castro, Francisco de Salamanca, Rodrigo de Carrión, el regidor Pedro Orence de Cobarrubias), pero también la cartuja de Miraflores (Burgos) y el deán de Salamanca [AHNOB, FRÍAS, C. 22, D. 5 y 6]. Alguno de estos manuscritos llamó la atención en su día del historiador y economista Ramón Carande (1887-1986) [AHNOB, FRÍAS, C. 22, D. 107-108], el gran especialista en la vida económica en tiempos de emperador.
Años más tarde, en Burgos, el 8 de octubre de 1523, se reunieron en el emblemático palacio de los condestables, en la conocida Casa del Cordón, el titular del linaje junto a su esposa, María de Tovar y Vivero, marquesa de Berlanga y duquesa de Frías, con sus hijos: Pedro Fernández de Velasco y Tovar, conde de Haro; Juan Fernández y Tovar, marqués de Berlanga y Bernardino Fernández de Velasco. También comparecieron sus parientes Pedro de Velasco y Bartolomé de Velasco, su sobrino (hijo de Juan de Velasco, criado del condestable, perteneciente a la casa de Terán, casa fuerte con foso en el lugar de Burceña, en el burgalés Valle de Mena). En objetivo era refrendar la alianza entre las distintas ramas del mismo linaje, una vez concluidas las turbulencias del reino y en gratitud por su ayuda durante “los alborotos y comunidades”.
En el documento que se hacía escribir por escribano del número se relataban los servicios a la corona de Pedro y Bartolomé de Velasco, poniendo en juego sus personas y haciendas. Bartolomé de Velasco se había distinguido en la pacificación de las ciudades levantiscas de Jaén y Baeza. Además al padre de Bartolomé, el capitán de caballos Juan de Velasco, había perdido su vida durante la Guerra de Granada, cuando encabezaba 50 hombres de armas.
Para que quedase constancia del acto, se solemniza mediante escritura pública, con el fin que se conozcan y reconozcan las hazañas de su parentela. En el manuscrito resultante, don Íñigo Fernández de Velasco se intitula condestable de Castilla y León, camarero mayor del rey, titular de las Casas de Velasco, de los Siete Infantes de Lara, Tovar, duque de Frías, conde de Haro, marqués de Berlanga “y señor de otros muchos lugares”, caballero de Toisón de Oro y otros cargos y dignidades.
A continuación, se glosan los servicio de sus familiares a la corona, identificando archivo nobiliario con santuario de la memoria, reseñándose que solo plasma lo que se recoge “en consideración de los papeles que tengo en mi harchivo antiguos y presentes que e visto de las casas, así de Belascos y Fernández, y la de los siete Ynfantes de Lara y la de Tovar y otras que me tocan solariegas y sus antigüedades dellas y sus oríjenes y casas fuertes que en tiempo antiguo antes de los señores godos hizieron [a los] cavalleros Belasco ynfanzones”.
Luego, pasa a relatar las gestas de los caballeros presentes: durante los desórdenes acontecidos a fines del reinado de Enrique IV, tras la Farsa de Ávila (1465), su casa solariega había sido destruida y quemados sus bienes, por acudir en defensa del rey legítimo. Según su propio testimonio, habían levantado bandera por don Enrique Juan de Velasco (padre de Bartolomé Velasco) y su hermano Pedro de Velasco, junto con otros caballeros de los linajes Velasco, Tovar, Mesía, Acuña, Alvarado, Zambrano, Pedraza, Ávalos, Hoyos, Salazar, León, Campos, Bonifaz, Fernández, Salido, Corvera, Ribera, Navarrete, Toledo, Quintana, Ribamartin, Carvajal, Agurío (sic), Mendoza, Guillén, Godino, Cobos, Frías, Quintana, Haro “y otros descendientes de me Casa” en servicio de abuelo y padre del rey en las montañas de burgos y Vizcaya. De este modo, en defensa de Enrique IV, su padre Juan de Velasco había estado preso en Tordesillas (1445).
Una generación después, en 1517, siendo sus deudos, acompañaron al condestable al encuentro de la corte itinerante de Carlos I, cuando desembarcó en Tazones (Cantabria). Pocos años más tarde, Bartolomé de Velasco había mostrado su valor durante la revuelta comunera en Andalucía, luchando por el emperador en las ciudades de Jaén y Baeza, con el fin de recobrar la hacienda que había legado su padre a su difunto hermano Pedro de Velasco en tierras de Jaén.
A continuación, a fines de 1520, tío y sobrino ayudaron al condestable y al almirante a aquietar las Comunidades de Burgos. Es más, en marzo de 1521 se unieron a las huestes que don Íñigo levantó en el Valle de Mena y las montañas de Burgos, que luego vencieron en batalla de Villalar y derrotaron a Juan de Padilla. Comandaba el ejército realista Pedro Fernández de Velasco y Tovar, conde de Haro, en calidad de capitán general. El ejército había partido a Peñaflor de Hornija (una villa jurisdicción de los Girones) el 21 de abril, amenazando a los comuneros que habían tomado Torrelobatón y, por fin, el 23 derrotaron a los desleales. Lucharon, codo a codo, Bartolomé de Velasco con su primo Pedro de Velasco, siendo herido en la refriega, ya que “pasándole el cuerpo, de que estuvo a la muerte, peleando como tales caballeros”.
Apenas conjurada la revuelta comunera en la meseta norte, el grueso de las tropas imperiales marcharon al frente de Navarra, conquistada por los franceses. El condestable fue nombrado Capitán General de Guipúzcoa y las mesnadas de los Velasco participaron en el levantamiento del cerco a Logroño (11 de junio de 1521). Según su testimonio, yendo el condestable y el almirante con un escuadrón para animar a los soldados fue herido de nuevo Bartolomé de Velasco, a quien propinaron una gran cuchillada en la cara bajo la frente, de la cual le quedó una enorme cicatriz, lo que no le impidió matar a un capitán francés. Durante meses se sucedieron los hostigamientos, hasta estar presentes en el asedio a Fuenterrabía, demostrando su valor en tan arduos trances.
Para que no se olvidasen sus gestas se escritura este documento solemne. Se trataba de un original múltiple. Uno se entregó a ambos parientes, tío y sobrino, para que constaran sus méritos, y el otro debía atesorarse “en mi harchivo para esta conservación desta antigüedad, parentesgo (sic), por las muchas noticias y casa solariegas de las susodichas que tengo en mis harchivos”.
Firmaron como testigos algunos allegados de los Velasco: Pedro de Melgosa, criado y contador del condestable, Juan Pérez y Diego González, vecinos de Burgos, además de los otorgantes: el propio condestable, el conde de Haro, el marqués de Berlanga, Bernardino de Velasco y Tovar, así como el pendolista Jerónimo de Santotis, escribano público de Burgos. Lo que se ha conservado es una copia simple del traslado de dicha escritura [AHNOB, FRÍAS, C. 91, D. 10]. Suponemos que el original estaría validado con los sellos de los otorgantes, para darle más autoridad.
De la gratitud del emperador hacia el condestable, a menudo insatisfecho por el trato que le otorgaba la corte, baste recordar que la dignidad de regidor de Toledo, en el cabildo de la Ciudad Imperial en banco de caballeros, que antes ostentaba Juan de Padilla, el famoso caudillo comunero, fue concedido por el soberano a Juan de Tovar, vástago de don Íñigo Fernández de Velasco [AHNOB, FRÍAS, C. 22, D. 7]. Había llegado la hora de cosechar los triunfos… o de asumir la derrota.
Sin embargo, a lo largo del s. XIX, después de ser vilipendiados, sus protagonistas fueron declaados Hijos Beneméritos de la Patria. En nuestra historia más reciente, ya en Democracia, los comuneros se convirtieron en iconos que han dado nombre a calles y plazas, colegios e institutos o asociaciones y hasta merecido monumentos urbanos.
De algún modo, nuestra memoria está impregnada de su aliento indomable y su pensamiento crítico, así como de muchos de sus ideales y valores, vencidos, pero no sepultados, hace ahora cinco siglos.
Texto de M.F. Gómez Vozmediano (Archivo Histórico de la Nobleza).