Se encuentra, sin duda, entre lo que más llama la atención a los visitantes de las exposiciones permanentes de la sede del Centro Documental de la Memoria Histórica situada en la calle Gibraltar de Salamanca.
Sin embargo, esa mezcolanza de muebles, objetos y otras piezas puede resultar, en muchos casos, indescifrable para el visitante y sin duda, suscita muchas reacciones encontradas, también entre los propios masones.
La recreación no siempre es bien comprendida. Este se debe, en buena medida, a que se desconoce su origen. En ocasiones, tampoco se consideran entedibles los motivos por los que aún sigue instalada y abierta al público. Por todo ello, se dedica esta entrega de Fragmentos de Memoria a explicar cómo se concibió.
En España, la antimasonería se remonta a 1738, año de la primera condena pontificia de la masonería. La antimasonería tiene una doble vertiente: religiosa y política. Salvo los breves paréntesis de la ocupación bonapartista (1808-1813), el Sexenio revolucionario (1868-1873) y la Segunda República (1931-1936), se puede decir que la masonería estuvo siempre perseguida y bajo control policial. En el mejor de los casos, ha llegado a ser tolerada, pero nunca apoyada totalmente por el poder político, al tiempo que ha contado con un rechazo frontal por parte de la Iglesia Católica.
Con la sublevación militar del 18 de julio de 1936, la historia de la masonería española entra en una época de persecución y sistemática destrucción. El primer decreto contra la masonería data ya del 15 de septiembre de 1936, y está dado en Santa Cruz de Tenerife, por el entonces comandante en Jefe de las Islas Canarias, general Franco. En él queda declarada la Masonería fuera de la ley, siendo confiscados todos sus bienes.
Durante la Guerra Civil, numerosos masones fueron fusilados. Del resto, la inmensa mayoría acabó en el exilio.
El 1 de marzo de 1940 se aprobaba la Ley para la represión de la masonería y el comunismo. En este mismo año, se constituía el Tribunal Especial de Represión de la Masonería y Comunismo, que estaría en funcionamiento hasta la creación del Tribunal de Orden Público en 1963.
La cruzada antimasónica fue una de las obsesiones más profundas y persistentes de Franco y de sus más íntimos colaboradores. El resultado fue la práctica desaparición de la masonería en España.
Los fondos masónicos del CDMH constituyen una clara muestra de esa especial inquina por parte del régimen franquista y del propio Franco contra la masonería. En esa aversión, se mezclaban motivos personales e ideológicos. Se les consideraba enemigos de la civilización y de la Iglesia Católica. Pese que el número de masones en la España de los años 30 era más bien reducido, se les veía capaces de atacar al régimen. Y además, se les identificaba con la II República.
En 1937, en pleno conflicto bélico, se crearon dos organismos:
Unos meses más tarde, en junio de1937, a partir de la toma de Bilbao, se organiza la llamada "recuperación de documentos del enemigo". De este modo, el 14 de julio se constituye un servicio que actuaría en los territorios que iba ocupando el ejército liderado por Franco. Toda esa documentación era enviado a Salamanca, donde se procedía a su organización y clasificación. A esta entidad volcaba en estas labores de incautación se le dio rango administrativo cuando por decreto de 26 de abril de 1938 se crea la Delegación del Estado para la Recuperación de Documentos (DERD).
Las dos entidades creadas durante la Guerra Civil con fines similares, la Delegación del Estado para la Recuperación de Documentos y la Delegación de Asuntos Especiales, tendieron a fusionarse unas veces de hecho y otras de derecho y quedaron bajo la dependencia de una misma persona, Marcelino de Ulibarri y Eguilaz, quien también encabezó el organismo que en 1944 los reunió formalmente dentro de la Presidencia del Gobierno: la Delegación Nacional de Servicios Documentales (DNSD).
La incautación de los documentos y demás enseres de las logias masónica de todo el país se concentró en Salamanca, algo que no sucedió con otras instituciones o entidades republicanas. Se trataba, en cualquier caso, unos fondos más abarcables, dado que no existían tantas logias en la España de los años 30 del pasado siglo..
No sólo se incautó la documentación necesaria para controlar quiénes eran los integrantes de las logias que existían en aquellos años en España, como los listados de socios. También se hicieron con todo el contenido de la logia: muebles y otros tipos de enseres, piezas que reflejaban los símbolos de la masonería y una amplia colección de joyas y otros atributos masónicos, como mandiles, bandas, malletes…
Además, se apropiaron de colecciones fotográficas y una amplia variedad de libros y publicaciones periódicas.
Todo ello entró a formar parte de la llamada Sección Especial, que agrupa los documentos relacionados con la masonería y otros movimientos y asociaciones que, aunque no eran de naturaleza política, se les consideraba como sospechosos por parte del régimen franquista. Fueron los casos del protestantismo, el teosofismo, el rotarismo, el librepensamiento o la Liga de los Derechos del Hombre.
A la documentación masónica se le dedicó una atención extraordinaria, fruto de esa especial aversión que el franquismo tenía contra los masones. Dicha documentación se empleó para identificar a sus miembros y descubrir sus actividades.
Marcelino de Ulibarri, carlista y acérrimo antimasón, deseaba que los servicios que él encabezaba no realizara sólo labores de documentación y apoyo a órganos como el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, sino que se llevara a cabo iniciativas de carácter más propagandístico y cultural.
De hecho, se empezó a trabajar en dos proyectos que inicialmente contaron con el visto bueno del propio Franco: la puesta en marcha de un Museo de la Masonería (en realidad, un museo antimasónico) y la edición de una Historia de la Masonería. Ninguno de ellos llegó a ver la luz. Por parte de las altas instancias del régimen se quiso concentrar los esfuerzos del archivo creado en Salamanca se centrar en la represión. Por otra parte, la propaganda antimasónica quedó en manos de la Jefatura del Estado y sus más inmediatos colaboradores.
De los citados proyectos, sólo salió adelante la recreación de la logia masónica, para la que se habilitó un espacio propio dentro de la actual sede del CDMH de la calle Gibraltar (el antiguo colegio de San Ambrosio). Se prepararon las paredes, el techo y el suelo y se instalaron todo tipo de muebles y objetos. Una vez realizada esta tarea, ese espacio permaneció cerrado hasta los años 90 del siglo XX. Hoy es de libre acceso junto al resto de las exposiciones permanentes.
La recreación se instaló con las mismas piezas originales incautadas en las logias que funcionaban en la España de los años 30. En su observación, hay que diferenciar entre los elementos o características que son parodia y escarnio de la masonería, de aquellos aspectos que, pese a todo, ayudan a conocerla un poco mejor.
En primer lugar, se debe destacar el desorden y la mezcla de elementos, ya que en un mismo espacio hay objetos que en realidad se utilizaban para rituales diferentes, y por tanto, no aparecían juntos en una misma ceremonia.
Pero ante todo destacan dos elementos que son una pura parodia. En primer lugar, los muñecos encapuchados que representan al Venerable Maestro y al Secretario de la Logia. Las capuchas se usaban ocasionalmente en algunas logias hace muchos años para cubrir la cabeza del aspirante a formar parte de una. Pero se trata algo que ha caído en desuso.
La calavera es el otro elemento discordante. Nunca estaba en la logia, sino en la cámara de reflexión, y desde luego, no tenían ojos de colores.
La disposición de estos elementos busca claramente crear un ambiente tétrico y fomentar la idea de la masonería como algo siniestro o peligroso. Es el caso de mandiles y collarines puestos del revés para que se vean su parte negra y no la de colores y bordados. Estos elementos sólo se disponían así como señal de luto cuando fallecía algún miembro de la logia.
Como ya se ha indicado, todos los objetos, piezas y muebles son auténticos y procedentes de logias que funcionaban en España en aquella época. Son símbolos que reflejan la manera de pensar de la masonería, su filosofía y sus rasgos definitorios.
De este modo, la observación de estos puede ayudar a comprender un poco mejor los fundamentos del pensamiento masón, desde elementos grandes, como la bóveda celeste o el suelo ajedrezado, o pequeñas piezas como la piedra en bruto o la piedra pulida.
Una vez que se entiende el sentido de todos estos elementos, la visión sobre la masonería puede cambiar y deja de tener ese cariz siniestro que se le quiso dar con la construcción de esta recreación.
Esta recreación de una logia masónica es, ante todo, un documento en tres dimensiones, que muestra, con gran claridad, el alcance que tuvo la represión llevada a cabo por el régimen franquista, durante la Guerra Civil y una vez terminada ésta y que afectó de manera considerable a los masones españoles. En este sentido, la recreación se puede considerar como parte integrante de la memoria histórica.
Por último, hay que insistir en que, pese a las salvedades indicadas, esta recreación también puede funcionar como un espacio pedagógico que ayuda a conocer y comprender un poco mejor un mundo que en España sigue resultando bastante desconocido y del que se tiene una visión un tanto distorsionada, en buena medida por la antimasoneria que ha tenido tanta fuerza durante mucho tiempo.
Texto y maquetación: Marta Marcos Orejudo