Salto de línea En el Real Decreto, que viene a ser nuestra partida de nacimiento, nos denominaron ARCHIVO PUBLICO GENERAL DEL REINO, y se concedió nuestra tutela a la Real Academia de la Historia por lo que nuestra primera sede estuvo en la Calle León de Madrid en un caserón que tenía el estrambótico nombre de “Nuevo Rezado” donde todavía está la Real Academia.
En principio teníamos tres misiones que cumplir. La primera era reunir todos los documentos y archivos de las instituciones religiosas desamortizadas en 1835. Después teníamos que generar herramientas para facilitar a la historiografía científica el acceso a los fondos, especialmente los medievales. Y por último se nos asignó la misión de recoger los archivos históricos del sistema ministerial y desde entonces somos un archivo abierto, es decir, el archivo histórico de la Administración General del Estado.
Como todos los archivos, el espacio ha condicionado nuestra historia. Por eso a finales del siglo XIX tuvimos que buscar una nueva sede ya que los archivos, sobre todo desde los ministerios y del Tribunal Supremo, no dejaban de mandar remesas y nuestro destino fue el Paseo de Recoletos de Madrid. La verdad es que desde el mismo año de nuestro nacimiento se había empezado a construir un enorme edificio para albergar la Biblioteca Nacional, los museos nacionales y a la postre el Archivo Histórico Nacional. El edificio que planeo Francisco Jareño y culminó Ruiz de Salces se inauguró en 1892 y unos años más tarde allí nos trasladamos ocupando la parte delantera norte de Recoletos y el lateral de Jorge Juan, aunque este dato no lo vais a encontrar en Wikipedia.
Estas dependencias nuevas supusieron un respiro para los atestados archivos ministeriales y para la Delegaciones de Hacienda de las Provincias que continuaron enviando documentación de instituciones desamortizadas. En esta etapa hubo momentos buenos y momentos malos entre estos últimos sufrimos las consecuencias de una guerra civil y de los asedios y bombardeos a Madrid, pero por otro lado el Archivo adoptó su forma y estructura general de fondos.
La historia volvió a repetirse y después de la guerra civil tuvimos que buscar una nueva ubicación y la decisión fue construir un edificio de nueva planta pensado para la función de archivo, es decir para reunir, conservar y difundir el patrimonio histórico documental. El sitio elegido, ciertamente era muy emblemático; en el Madrid de la posguerra el nuevo emplazamiento era conocido como los Altos del Hipódromo, antes Colina de los Chopos como lo denominó Juan Ramón Jiménez, donde al final se construyó el Campus de la sede Central del Consejo Superior de Investigaciones Científicas por lo que compartimos vecindad no solo con esta ilustre institución sino también con el edificio de la Junta de Ampliación de Estudios, llamado edificio Rockefeller, que dirigió Santiago Ramón y Cajal, con el coetáneo edificio del Instituto de Óptica Daza de Valdés planeado por Miguel Fisac y con la Residencia de Estudiantes de la Institución Libre de Enseñanza inspirada por Francisco Giner de los Ríos. Y aquí seguimos a la espera de una nueva ampliación que necesitamos con urgencia para que la documentación de la Administración General del Estado pueda seguir fluyendo hasta nuestros anaqueles.
A lo largo de estos años hemos reunido un auténtico océano de memoria histórica documental, sin duda uno de los acervos archivísticos más impresionantes del mundo. Nuestros documentos más antiguos originales son del año 696 y llegan hasta prácticamente el siglo XXI. Pero el paso de los años no hace sino renovar nuestro compromiso social que sigue siendo esforzamos para cumplir el objetivo marcado desde 1866 que es reunir, proteger, conservar, describir y difundir el patrimonio histórico documental, incluido el nativo digital, y ponerlo a disposición de toda la sociedad.
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