Hace siglos, unos españoles arribaron a las islas Filipinas y trajeron consigo sus costumbres, su idioma, su cultura y sus alimentos. No fue un encuentro fácil, pues hubo muchos abusos e incomprensión, aunque también hubo interés por conocer aquellas tierras, sus recursos naturales y sus gentes. Allí confluyeron varios pueblos asiáticos y europeos, propiciando el nacimiento de una nueva sociedad. Juntos participaron en la globalización de los intercambios y, con ella, en la combinación de los gustos y sabores de Oriente y Occidente.
Conocidas desde la Antigüedad por sus virtudes alimenticias y medicinales, las especias del lejano Oriente se hallaban inmersas en un halo de misterio hasta fines del siglo XV. Las noticias aportadas por Marco Polo avivaron el interés de los comerciantes europeos, que hicieron lo posible por evadir las trabas de la ruta tradicional y encontrar una vía directa de acceso a las míticas islas de las especias.
La exploración de la costa africana, fomentada por la corona portuguesa, ofreció a sus marinos el acceso directo al océano Índico, mientras que los castellanos optaron por una aventura más arriesgada: navegar hacia el Oeste y dar la vuelta al Mundo, tal y como propuso Cristóbal Colón. Muchos fueron los sacrificios de aquellos intrépidos marineros, que malvivieron durante meses en barcos poco preparados para tan larga travesía. Todo por ofrecer a las lujosas mesas europeas unos condimentos muy apreciados.
El primero en lograrlo fue Fernando de Magallanes, que partió de Sevilla en 1519 y alcanzó su ansiado destino en 1521. Aunque falleció en el intento, su hazaña, culminada por Juan Sebastián Elcano, que consiguió regresar en 1522 con una exigua tripulación.
Esta expedición sentó las bases de otras posteriores, aunque no fue hasta 1564 cuando Miguel López de Legazpi logró no sólo comunicar la América española y sus nuevos dominios en las islas Filipinas, sino regresar en 1565 e iniciar la comunicación regular entre ambos continentes.
Estos viajes no sólo sustentaron empresas conquistadoras, evangelizadoras o comerciales, contribuyeron a la difusión de la gastronomía española y, por ende, de los nuevos productos americanos que se acababan de incorporar a la revolución alimentaria que estaba teniendo lugar.