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Prefacio

Es ahora, ya en los primeros años de este tercer milenio, cuando aquellos a quienes en algún momento se llamó los olvidados son por fin reconocidos.Salen del anonimato, o al menos lo hacen sus nombres y su memoria, pues son muy pocos quienes quedan en vida. La dictadura franquista tuvo como efecto que durante casi cuarenta años algunos aspectos esenciales de la historia española reciente quedaran en la sombra. Y aunque, posteriormente, una joven democracia trajese vientos de libertad a España, parece que todavía ha hecho falta llegar a nuestros días para que la vivencia de los hombres y mujeres que sufrieron la tragedia de la Deportación haya terminado para muchos de salir a la luz ese sentimiento lo compartimos algunos antiguos deportados en mayo de 2005, hace ahora un año, cuando junta a nosotros asistía a las conmemoraciones de la liberación de Mauthausen, por primera ve, el Presidente de un Gobierno español.

Muchos años antes, recién terminada la Guerra Mundial, yo y otros compañeros, antiguos deportados, habíamos tenido la ocasión de conocer a otro Presidente del Gobierno de España. Se trataba de Francisco Largo Caballero, que había conocido también los avatares de la Deportación, él en el campo de Sachsenhausen, cerca de Berlín. Había vuelto anciano y fatigado de Alemania, pero todavía pudimos contar con su presencia en algunos actos organizados por los exdeportados, antes de que falleciera en París en 1946. con ocasión de su entierro en el cementerio de Père Lachaise no faltó el afecto y el calor de una gran masa de españoles exiliados y, desde luego, de muchos deportados.

Él, siendo una personalidad tan relevante, había pasado por un campo nazi. Toda una muestra de las circunstancias personales tan variadas de cada uno de los deportados y de quienes vivimos el exilio de general. Medio millón fuimos quienes dejamos en febrero de 1939 la tierra en que habíamos nacido. Éramos personas de todas las condiciones sociales y dejábamos tras nosotros cualquier esperanza que hubiéramos podido albergar de una sociedad moderna y democrática en nuestro país. Esa sed de libertad la llevaron los republicanos españoles a todos los rincones de Europa, dejando incluso su vida en esa lucha. De ello dieron muestra miles de españoles, unos en la Resistencia francesa, otros el Ejército o en la Legión Extranjera.

Recordemos como un símbolo de esa lucha a aquellos primeros vehículos blindados de la División Leclerc que entraron en París para liberar la Capital y que iban pilotados por republicanos españoles. El tributo pagado a esta búsqueda de la libertad fue muy costoso para buen número de nuestros compañeros. Todo había empezado en realidad mucho antes de los combates en Europa, todavía en nuestro propio suelo. Ya entonces habíamos sido víctimas del nazismo y de otros regímenes fascistas que imperaban en Europa en aquellos tiempos y que en 1936 habían convertido a nuestro país, que había sido una joven República democrática, en un auténtico banco de pruebas de lo que se avecinaba.

Cuando estábamos ya en el exilio y había empezado la guerra europea, el nazismo se encontró con algunos de nosotros en suelo francés y nos consideró como un colectivo peligroso, molesto para sus fines. Así que no es casualidad que ya en 1940 fuimos más de siete mil los republicanos españoles deportados a campos de concentración nazis. El nazismo reconocía en nosotros a enemigos, pero en Madrid había un Gobierno que flirteaba con Hitler. En aquel momento, se nos marcó con un triángulo azul, el reservado para los apátridas. Franco no se dignó reconocernos como ciudadanos españoles. El primer día en que llegaron presos españoles a Mauthausen, el 6 de agosto de ese año, yo me encontraba entre ellos; tenía entonces diecisiete años y entraban también en aquel campo conmigo mi padre y mi hermano mayor.

Allí conocimos lo que nunca antes hubiésemos podido imaginar. Los trabajos en la cantera o en otros lugares hasta caer agotados; el hambre; las enfermedades; los castigos crueles. Los hijos veían consumirse a sus padres; muchos iban viendo morir a sus compañeros de luchas, a sus paisanos. Otras veces simplemente desaparecían, enviados a un destino desconocido; entonces sospechábamos lo peor, y esas sospechas un día se revelaron ciertas. Por supuesto, nosotros no éramos allí las únicas víctimas; a nuestro alrededor otros grupos padecían un destino similar e incluso en ocasiones, la eliminación rápida y total.

De los españoles que entramos en Mauthausen solamente unos dos mil regresamos a Francia en 1945. pero algunos lo hicieron en muy malas condiciones. Mi padre murió en el Hospital de la Salpetrière de París a las pocas semanas de volver; fueron bastantes, incluso mucho más jóvenes que él, quienes fallecieron no mucho después de volver de los campos.

Para los que tuvimos la suerte de poder recuperar la salud y las fuerzas se abría otra etapa, a partir de aquellos momentos, junto con los supervivientes de otros campos de al muerte, fuimos acogidos por Francia, que esta vez sí no abría los brazos y se había convertido en tierra de asilo para unos hombres y mujeres que nos sentíamos desposeídos de nuestra ciudadanía de origen.

En Francia hicimos lo posible por reconstruir nuestras vidas, pero no por ello abandonamos el recuerdo de nuestros compañeros muertos en los campos. Tampoco descuidamos el esfuerzo para que sus viudas y sus hijos supieran de lo ocurrido. Era el primer paso para que muchas de esas personas pudieran reclamar las indemnizaciones que en su momento se les reconocieron. Establecer ese contacto no siempre fue una tarea fácil; recuerdo cómo en su momento un hecho que puede parecer tan sencillo como enviar a España una carta a cada familia de nuestros compañeros muertos resultaba una empresa de un coste inalcanzable para nuestra organización en Francia. Por mi actividad de muchos años en la Federación Española de Deportados e Internados Políticos puedo atestiguar hasta qué punto hizo falta la entrega de muchos para que ese deber pudiera cumplirse.

Quiero expresar mis deseos que esta información suponga una verdadera toma de conciencia en España ante lo que significó nuestra experiencia. Que venga a ser como colocar un eslabón que faltaba en la cadena de la historia de nuestro país y que sirva para dar fe ante las nuevas generaciones de lo que fueron aquellos hombre y mujeres y de cuál fue su destino. Es cierto que han permanecido olvidados mucho tiempo y que ha sido una larga ausencia, pero no tengo ninguna duda de que hoy los españoles comprenderán que ese pasado le pertenece y que también esos que fueron olvidados han contribuido a que la España de hoy sea la que es.

Ramiro Santisteban Castillo. Salto de líneaPresidente de la Federación Española de Deportados e Internados Políticos Salto de líneaMauthausen, nº 3237

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