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Larache/Al-Araich. Entre la memoria y el presente

Exposición | 5 de diciembre de 2014 - 1 de febrero de 2015Salto de línea La Fragua. Tabacalera Promoción del Arte

Fátima Sohora © Gabriela Grech, VEGAP, Madrid, 2014

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Fátima Sohora © Gabriela Grech, VEGAP, Madrid, 2014

Fotografía color impresa en papel Kodak Endura; montaje en Forex Smart laminado mate.

Dimensiones: 120 x 120 cm y 70 x 70 cm.

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Desde sus orígenes, la población de Larache se caracteriza por un mestizaje sobresaliente: ciudad portuaria y crisol de diferentes civilizaciones y culturas, por ella pasaron fenicios, cartagineses, romanos, árabes, portugueses, españoles... En otro plano, la convivencia a lo largo de los siglos de musulmanes, sefarditas y cristianos configuró una sociedad confesionalmente híbrida, una situación que prácticamente se ha prolongado hasta la actualidad.

Tras el establecimiento del Protectorado en 1912, la presencia militar y la masiva llegada de inmigrantes peninsulares le confirió una impronta claramente española, entreverada con personajes de diversas nacionalidades: desde Isabel de Orleans y Orleans, Duquesa de Guisa, que fijó allí su residencia más permanente, hasta protagonistas de la literatura universal como Jean Genet (allí enterrado) o Mohamed Chukri, pasando por espías de las potencias occidentales en las convulsas décadas que precedieron a la II Guerra Mundial. Y en tan dispar heterogeneidad, también todos los estratos sociales.

Este capítulo, contrapunto humano y social del paisaje urbano, pone el foco en los moradores de un escenario mutante. Una batería de rostros traza la semblanza de una sociedad plural y cambiante: sus protagonistas posan a veces individualmente y otras acompañados en retratos de familia, formando dípticos que permitían a Gabriela Grech documentar también sus espacios domésticos.

Los retratos están resueltos desde una perspectiva clásica del género –deudora de la tradición pictórica– en planos cortos, frontales y con fondo negro, porque la artista no quería que ninguna estrategia visual distrajera la atención del sujeto fotográfico: los habitantes de Larache. Era esencial que cada personaje fuera el protagonista único de la imagen y que se perpetuara en ella con la misma dignidad con que se enfrentaba a la cámara.

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