El Desastre de 1898 fue clave en la decisión del rey Alfonso XIII (1886-1941) de mantener la neutralidad española en la I Guerra Mundial, conocida como Guerra Europea. La lucha contra los rebeldes independentistas de Cuba desde 1895 y la destrucción de la antigua flota española del Caribe y del Pacífico por parte de la armada estadounidense, en las batallas de Santiago de Cuba (3 de julio 1898) y Cavite (Bahía de Manila, 1 de mayo 1898), provocaron que los recursos militares españoles se vieran mermados.
Esta situación puso fin a la guerra con la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam, “la Perla del Pacífico”, la isla más meridional del archipiélago de las Marianas, ocupada militarmente por los marines norteamericanos el 20 de junio de 1898 [1].
El régimen político de la Restauración entró en declive debido a una situación social inestable, que fue en aumento desde comienzos del siglo XX. La herencia militar de la crisis de 1898 se vió afectada por el modelo de reformismo aplicado a finales del siglo XIX, que se inspiraba en el modelo militar prusiano [1].
Como consecuencia de la crisis marroquí de 1904, cuando la influencia española se redujo a Ceuta y Melilla, se celebró en 1906 la Conferencia Internacional de Algeciras para solucionar dicha crisis, que enfrentaba a Francia con Alemania. Se estableció el Protectorado de Marruecos ejerciéndolo España en la parte norte y Francia en la zona sur. En el Protectorado español se desencadenó la Guerra del Rif por la sublevación de las tribus rifeñas. Antonio Maura, al frente del Gobierno español, envió tropas para apaciguar la zona. No se trataba de un ejército profesional, sino que la mayoría de los efectivos procedían del reclutamiento obligatorio, compuesto por jóvenes reclutas de las clases populares. Sus familias carecían del dinero suficiente para pagar la "cuota" que los eximía del servicio militar a cambio de pagar a un voluntario. Este creó un gran descontento popular en toda España y se produjo el levantamiento de las clases trabajadoras que desembocó en la Semana Trágica de Barcelona de 1909 [1].
A pesar de la resistencia popular en la Península contra la guerra de Marruecos, la situación allí empeoró por la incorporación al Ejército de antiguos oficiales carlistas cuyos sueldos agotaban la mayor parte del presupuesto militar y evitaban su modernización. Además, la promoción se obtenía por los méritos de guerra, mientras que, en la península, era concedida por antigüedad, aumentando así su número y el presupuesto para pagar sueldos. Existían grandes desigualdades dentro de su estructura, pero todos mostraban un sentido de honor exagerado, probablemente por la crisis de 1898. Se añadía también otro problema en relación al ejército: existía en España una tradición de intervención en la política nacional como defensor del sistema liberal, mientras que a su vez iba creciendo la hostilidad contra políticos y civiles, lo que aumentaba aún más la inestabilidad general [1].
En 1912 el presidente del Consejo de Ministros José Canalejas fue asesinado por el anarquista Manuel Pardiñas Serrano . Este suceso influyó también en el desgaste restauracionista, aumentando la inestabilidad política. Ésta, desde la promulgación de la Constitución de 1876 , estaba marcada por el turno de partidos en el Gobierno y este sistema se fue degradando por la fragilidad de los gobiernos que apenas permanecían un año en el poder, y por la extensión del fenómeno del caciquismo. [2].
Este conjunto de situaciones, junto a otras razones de política exterior, influyeron para que España fuera una nación poco desarrollada y dependiente de otros países para su subsistencia, haciéndose inviable su participación activa en la Guerra Europea. La neutralidad dio lugar a otro tipo de situaciones internas pero también permitió que se produjese un desarrollo importante que redirigiría la trayectoria del país en los años siguientes.