A lo largo de sus más de 150 años de historia, el Archivo Histórico Nacional ha ocupado tres sedes diferentes.
El Archivo nació en los locales de la Real Academia de La Historia en la calle León y en 1896, treinta años después de su fundación, se trasladó al Palacio de Museos, Archivo y Biblioteca Nacionales situado en el Paseo de Recoletos, actual sede de la Biblioteca Nacional y del Museo Arqueológico Nacional, ocupando la llamada ala de Jorge Juan.
Al finalizar la Guerra Civil Española era evidente que el edificio se había quedado pequeño para albergar las tres instituciones; por ello se planteó la necesidad de dotar al Archivo de un edificio propio que permitiera ampliar su capacidad de recepción de fondos y cumplir mejor con sus cometidos específicos.
Ocupaba entonces el cargo de Director General de Archivos y Bibliotecas Miguel Bordonau y Mas que había sido director del Archivo de Simancas, “cuyo entusiasmo y amor por el Archivo allanaron cuantas dificultades se oponían en la ejecución del proyecto”, en palabras de Luis Sánchez Belda.
El emplazamiento elegido no podía ser más adecuado, en los Altos del Hipódromo, en los terrenos que había ocupado la Junta de Ampliación de Estudios y en los que se estaba construyendo la sede del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Se trataba de una zona alta y bien ventilada de Madrid, un lugar idóneo para una institución de archivo y en un entorno dedicado a la investigación.
El proyecto se encargó al arquitecto Manuel Martínez Chumillas. Presentó su primera propuesta en el año 1941, aunque tuvo que ser modificada poco después ya que la marcha de la construcción de los edificios aledaños en el campus del CSIC obligó a desplazar el edificio hacia el Sur, terreno con un importante desnivel que suponía la necesidad de reforzar la cimentación y añadir un muro de contención de tierras en la zona posterior y flanco izquierdo. Esta circunstancia no cambió el diseño del edificio en cuanto a su estructura y esencia, aunque sí hubo una importante modificación en la fachada, como puede observarse en los documentos que exponemos. Las obras se dilataron durante casi diez años debido a las dificultades para conseguir materiales de construcción en el contexto de la postguerra, que implicaron retrasos continuos. Finalmente fue inaugurado el 12 de octubre de 1953.
A pesar de que Manuel Martínez Chumillas había pertenecido a GATEPAC , optó por un edificio de corte clásico tanto en su estructura como en su ornamentación. El edificio presenta dos cuerpos claramente diferenciados: una extensa fachada que ocupa uno de los laterales de la plaza central del CSIC, en la que se ubican las zonas públicas y de trabajo, y el área de depósitos distribuida en torno a un patio central. En cuanto a su decoración, en palabras del arquitecto: “Aun teniendo en cuenta la imprecisión que caracteriza la arquitectura de este tiempo, bien puede apreciarse que aquella ha de responder a un sentido tradicional más bien clásico, dentro de unas líneas de sencillez y cierta sobriedad, sin perder su aspecto noble”. Por motivos que desconocemos se descartó el primer diseño de fachada optando finalmente por una portada a modo de arco triunfal con dos órdenes superpuestos, todo ello realizado con pobres materiales constructivos propios de una época de austeridad: ladrillo y piedra artificial.
Por primera vez el Archivo Histórico Nacional contaba con un edificio propio, independiente y diseñado para uso exclusivo de Archivo. El Arquitecto tuvo en cuenta el fin y usos del edificio en su concepción y le dotó de algunos elementos arquitectónicos contra los principales riesgos de deterioro: humedades, fuego, desperfectos de guerra, robo y agentes biológicos. El incendio y desaparición del Archivo General Central en 1939 estaba muy presente, y para reducir al máximo el riesgo de incendio se diseñó un depósito desprovisto de instalación eléctrica, solventándose la falta de luz artificial con numerosas ventanas que facilitaran la iluminación natural. Con respecto a las humedades, se previó que todas las conducciones de agua se llevaran por columnas distanciadas del depósito, y las bajadas de aguas pluviales en el exterior y separadas de los muros. Estaba previsto también instalar un sistema de climatización artificial que no llegó a ejecutarse, sustituyéndose en algún momento del proceso constructivo por chimeneas de ventilación que recorren todas las plantas del depósito en sus esquinas lo que, por un lado, minimiza el riesgo de humedades por condensación al mismo tiempo que facilita la circulación del aire.
Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones del arquitecto, el nuevo edificio presentaba serios problemas para la conservación de los documentos. La disposición urbanística del CSIC obligaba a orientar la fachada principal y la zona pública del edificio al Norte, ubicando las áreas del depósito a las zonas de mayor incidencia de la luz solar, lo que, unido al gran número de ventanas y a la ausencia de un sistema de climatización artificial, dificultan el control de los parámetros medioambientales en el interior del depósito, especialmente en verano. Por otro lado, el diseño incluía unos depósitos de desmesurada altura, problema que se palió al instalarse la estantería metálica aprovechando su propia estructura para dividirlos en entreplantas con suelo de vidrio translúcido. Es probable, como apunta Carmen Crespo, que el aislamiento de la España de postguerra impidiera al arquitecto y a los propios archiveros conocer los avances en cuanto a construcción de edificios destinados a archivos y bibliotecas que se estaban realizando fuera de España.
Muchas de las problemáticas que presentaba el diseño se fueron solventando poco a poco con pequeñas intervenciones que han mejorado, en la medida de lo posible, las condiciones de conservación con medidas tales como la instalación de parasoles y la progresiva sustitución del acristalamiento por ventanas con filtros UV y control térmico para mitigar la transmisión de calor al interior. Atrás quedaron también los tiempos en los que había que entrar en el depósito con linterna; desde los años 80 hay instalación eléctrica y se mantiene un sistema de detección de incendios actualizado. Otros proyectos han resultado fallidos, como la instalación de un sistema de climatización artificial que nos permita intervenir sobre los parámetros medioambientales en el interior de los depósitos, especialmente necesario en las últimas plantas, donde están muy lejos de lo recomendado para asegurar la perdurabilidad de los materiales que conservamos. Sin embargo, otros problemas son insalvables pues están ligados al propio diseño arquitectónico del edificio que hace inviable, por ejemplo, una compartimentación de los depósitos que facilite el control de las condiciones ambientales y otros riesgos. Aún así hay margen de mejora con una inversión adecuada, la aplicación de nuevas soluciones y materiales disponibles hoy en el mercado y el diálogo siempre fructífero entre arquitectos y archiveros.
Pero más allá de estos problemas, la principal limitación con la que nos encontramos es la falta de espacio. Decía Carmen Crespo que el edificio ya nació pequeño. La planificación de un edificio destinado a custodiar de forma permanente la documentación de carácter histórico producida por los órganos de la Administración del Estado debía tener en cuenta las previsiones de crecimiento de sus fondos para varias décadas, sin embargo, el nuevo edificio apenas permitía la instalación de los fondos que ya tenía bajo su custodia en 1953. Hubo que habilitar nuevas zonas de depósito en el sótano y en la azotea para acomodar, en los años 60, los fondos documentales que se almacenaban en los Archivos Centrales de los Ministerios. Hoy en día, sus escasos 43km lineales de estantería están llenos, no podemos recibir los fondos que se acumulan en el Archivo General de la Administración y en los archivos centrales de los Ministerios, lo que conlleva a la saturación de todo el sistema archivístico estatal. También los espacios de la zona pública se han quedado pequeños. En los años 70 se acometió una ampliación para albergar el Centro Nacional de Conservación y Microfilmación Documental y Bibliográfica (CECOMI), superponiendo nuevas plantas en las alas laterales del edificio, pero en la actualidad no hay espacio material para nuevas ampliaciones que nos permitan disponer de una sala de exposiciones temporales, o una la sala de investigadores en la que atender con comodidad a un creciente número de investigadores que acuden a nuestro centro.
La promesa de un segundo edificio que resuelva estos problemas de almacenamiento es el gran reto de futuro de la institución sin perjuicio de una a reforma integral del edificio actual. En el año 2009 se anunció la asignación del edificio de logística de Galerías Preciados, situado en San Fernando de Henares, para segunda sede del Archivo Histórico Nacional. Con una superficie de 120.000 metros cuadrados, esta actuación permitiría multiplicar por diez la superficie actual y su capacidad de almacenamiento. Una actuación de esta envergadura esta plenamente justificada ya que resolvería el problema de saturación del sistema de archivos de la AGE y de los órganos superiores del poder judicial, evitando los costes y los riesgos de la externalización de custodia que se practica hoy día por la mayoría de los organismos públicos productores de documentos. Esperemos que pueda realizarse en fecha cercana.
[1] Grupo de Artistas y Técnicos Españoles para el progreso de la Arquitectura, grupo de arquitectos activos desde los años 30 del siglo XX, cuyo fin fue promover la arquitectura moderna en España, vinculándose con las corrientes internacionales de la vanguardia europea en cuanto a arquitectura y urbanismo.