Durante la Edad Moderna, el comercio de perlas entre Europa y América floreció desde finales del s. XV. Los bancos perlíferos caribeños fueron considerablemente explotados desde la llegada de los europeos, lo que llevó a la búsqueda de nuevas fuentes de extracción en las costas del Pacífico, como Ecuador y Panamá. Sevilla se convirtió en el epicentro de su recepción y distribución, donde comerciantes de toda Europa manejaron este codiciado bien. Sin embargo, y pesar de los esfuerzos por controlar el tráfico de perlas, el contrabando fue bastante común debido a su facilidad de ocultamiento entre otras mercancías.