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Hombre culto, cosmopolita y curioso, Valera fue también un cronista y crítico musical con criterio y buen gusto. Además de gran novelista, su faceta como dramaturgo le llevó a interesarse, sobre todo, por la música escénica. Frecuentó los teatros de ópera más importantes de la Europa de su tiempo y estaba al tanto de las tendencias y repertorios líricos del momento. También de las voces más relevantes que actuaban en los coliseos de las ciudades en las que vivió o visitó por sus labores como diplomático.
Amigo de compositores y libretistas, no es de extrañar que participase de los debates que se plantearon sobre el futuro del género lírico español. La inauguración del Teatro de la Zarzuela en Madrid, el 10 de octubre de 1856, supuso un hito en el afán de restaurar un género autóctono que dotase a la lírica española de un repertorio propio. Pero, la polémica que generó ríos de tinta en las publicaciones periódicas y ocupó muchas tertulias de creadores y aficionados, durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX, fue la consecución de la ópera española. Opinar y tomar partido entre potenciar la zarzuela o esforzarse por crear una ópera en lengua castellana, creada por autores españoles, fue un tema recurrente.
Valera no se quedó al margen de este debate y también escribió sobre esta cuestión. Ante la poca calidad de las obras que se estaban estrenando, publicó en la sección «Revista dramática» de El Contemporáneo (13 de octubre de 1861) lo siguiente:
“No se piense que somos enemigos de la zarzuela y que la juzgamos causadora de tantos males. Lo único que censuramos es la desenfrenada afición a la zarzuela que muestra el público de Madrid y el mal gusto literario que va prevaleciendo. Zarzuelas hay bonitas y aún las habrá mejores si Dios quiere; pero el teatro clásico español no debiera olvidarse por estos juguetes modernos. Nuestra rica, elegante e inspirada poesía dramática, la primera del mundo, no debiera reducirse a un remedo de la ópera cómica francesa”.
Una prueba de su interés por el teatro musical, y más concretamente por los libretos de zarzuela, es que se animó a escribir uno, titulado Lo mejor del tesoro .
El 26 de abril de 1877 El Pensamiento. Revista de literatura y bellas artes nos informa:
“Tenemos también noticia de que el reputado escritor D. Juan Valera ha leído en una reunión de amigos una nueva zarzuela, producto de su ingenio, titulada Lo mejor del tesoro. Escucharon su lectura los señores Arrieta, Santisteban, marqués de Velmar y otros. El argumento de la obra es interesante; y esto, unido al carácter fantástico y oriental de ella, nos hace augurarle un feliz éxito”.
Parece que Valera escribió este texto para que Emilio Arrieta presente en la citada reunión, le pusiese música, aunque luego el compositor no hizo nada. Años más tarde se lo ofreció a Isaac Albéniz . En la carta que le escribe, el 30 de julio de 1895, intenta convencerle en estos términos:
“[…] si Lo mejor del tesoro se representa con regular mise en scene y por dos actrices bonitas, no muy ordinarias, y que canten y reciten medianamente siquiera, creo que tendríamos un éxito estrepitoso y que daríamos al mundo una zarzuela de alta novedad y como en España no se usan. […] Es enorme la distancia que hay por ejemplo, entre La verbena de la Paloma y Lo mejor del tesoro, y nos exponemos a que el público perezoso no quiera anclarla. Aquí está el peligro. Arrostrémosle con todo a ver si logramos un gran triunfo […]”.
Albéniz tampoco puso música a este libreto, ni a otros dos textos que Valera le propuso: el diálogo filosófico Asclepigenia y el cuento El maestro Raimundico. Por el contrario, se interesó por una novela que Valera no veía apropiada para subir al escenario: Pepita Jiménez.
Con libreto en inglés de su mecenas y amigo, Francis Money-Coutts, Albéniz compuso la «comedia lírica, en un acto y dos cuadros», Pepita Jiménez, con los siguientes personajes: Pepita Jiménez (soprano), Antoñona (mezzosoprano), Don Luis de Vargas (tenor), Don Pedro de Vargas (barítono), El Vicario (bajo), El Conde Genazahar (barítono), además de dos oficiales, niños, pueblo, músicos y criados. Fue estrenada en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona el 5 de enero de 1896, con el texto traducido al italiano por Angelo Bignotti. La obra, que gozó de una notable difusión internacional, tuvo una vida un tanto peculiar.
Pocas obras en la historia de la ópera han pasado por tantas versiones y revisiones, aunque el atractivo de los personajes creados por Juan Valera y la esencia de la excepcional música de Isaac Albéniz se han mantenido hasta hoy.