La protección ante los animales no deseados y su eliminación
En algunas ocasiones la sangre no llega al río, y el ser humano se limita a interponer artefactos entre él y los animales que desea controlar para que no entren en sus espacios económicos y vitales, sin necesidad de acudir a su eliminación física. Sin embargo, también, la lucha por un mismo espacio o la defensa ante las pérdidas de su patrimonio, han llevado tradicionalmente al ser humano a buscar la muerte de determinados animales. En la actualidad esa actitud ha variado radicalmente debido a la difusión de ideas ecologistas y a la conciencia de la desaparición de numerosas especies salvajes.
El motivo por el que se puede entrar en contacto con un animal salvaje es muy variado, y la forma de hacerlo también. Se le puede domesticar en buena medida sin que pierda un punto de salvajismo –como los gatos–, o enjaular como animal de compañía para escuchar su canto o “jugar” con él; se le puede proporcionar un hábitat para obtener los productos que genera tal como se hace con las abejas o, simplemente, se le puede ir a recoger, cazar o pescar a su ámbito ecológico. Además de la carne del animal, se ha recurrido a obtener una serie de productos de estos animales que abarcan desde sus caparazones hasta las sustancias que producen, como la miel o la cera. En otros casos –pensemos en los toros de lidia o en los gallos de pelea– la puesta en escena de su fiereza y agresividad es la que sirve de diversión perfectamente reglamentada y codificada, aunque no siempre legal.