Animales religiosamente buenos
Todas las religiones y, por supuesto, el cristianismo han creado una división ideológica que afecta a muchos animales: los han hecho buenos o malos en función de con quien se los asocie. Dios, la Virgen o los santos han sido vinculados con diversos animales, que han actuado como símbolo de ellos o han formado parte fundamental en sus milagros, actuando como ejecutores de los deseos divinos. El cordero y la paloma son imágenes de la divinidad identificadas perfectamente por cualquier persona con una cultura cristiana. También, el águila, el león o el toro –junto al ángel (un ser híbrido)– evocan a los evangelistas. De la misma forma, muchos santos van unidos inseparablemente a un animal. San Roque sería inexplicable sin su perro, lo mismo que San Antón sin su cerdo o San Isidro sin la presencia de los bueyes.
Los poderes malignos se asocian regularmente a animales monstruosos, que reptan o tienen un carácter nocturno, así como a colores como el negro o los tonos oscuros. Serpientes y dragones variados, machos cabríos, gatos, lechuzas o cuervos evocan un mundo de demonios y brujas. A ellos hay que sumar algún animal nocturno –como el murciélago– siempre presente en las pócimas de éstas últimas. De igual forma el demonio y otros elementos malignos –como las citadas brujas– han sido personalizados con determinados animales o han llegado a tener una apariencia híbrida, que mezclara caracteres humanos y animales; en una palabra, que reflejara la monstruosidad.
Animales valorizados y humanizados
El acercamiento del mundo animal al ser humano, se produce ya desde la niñez, a través de juegos o de personajes animales infantilizados que le sirven de juguetes. Asimismo, se ha recurrido, desde muy antiguo y hasta hoy mismo, a narrar historias humanas con personajes animales con un marcado tono moralizante y, a veces aunque no siempre, infantil. Por otra parte, a muchos animales se les asocia con cualidades humanas, como al perro con la fidelidad o a la mula con la tozudez. Y, como rebelión contra el orden humano establecido, existe una larga tradición de “mundos al revés”, en los que los animales toman el poder y someten a las personas.
Animales emblemáticos. Representativos de una colectividad
Desde la heráldica antigua al recuerdo turístico actual, se ha recurrido a la identificación mediante un animal de familias, ciudades, países o de colectivos humanos de cualquier tamaño. Para ello, se ha elegido un determinado animal por sus características o se le ha cargado, otras veces, de alguna cualidad que se pretendía que pasara al colectivo representado. Más en el pasado que ahora, esas intención calificadora ha tenido un matiz heroico que resumía el valor del colectivo humano. En la actualidad, este tipo de animales aparecen como iconos comerciales que sirven para identificar un acontecimiento de carácter más o menos extraordinario, como una Exposición Universal o unos Juegos Olímpicos.
Animales con poderes sobrenaturales
A ciertos animales o a determinadas partes de algunos de ellos se les ha concedido un valor protector o benefactor cargado de poderes. La agresividad representada simbólicamente en la zona elegida (una garra o un diente, por ejemplo) sirve, a la persona que lo lleva, de barrera frente al mal. En ocasiones, las asociaciones son algo más complejas y problemáticas de desentrañar. En bastantes casos, además de ser utilizada por las personas, esa protección se ha dirigido a salvaguardar a los animales domésticos, dado el valor que éstos tenían en la economía familiar.
Animales míticos y seres híbridos
Muchos de estos seres están vinculados, en sus orígenes, con aspectos religiosos: han pertenecido al panteón mítico de otras culturas y han llegado a nuestros días desprovistos de muchos de los atributos que tenían en ellas. No se puede negar la posibilidad de la simple copia decorativa de modelos cultos o semicultos en muchos de los objetos usados por las clases populares. Se trata de unos seres que han formado parte de un mundo asumido mayoritariamente en el pasado –pensemos en la mitología clásica– y que posteriormente ha estado al alcance visual de cualquier persona a través de sus numerosas representaciones en la iconografía medieval y moderna de cualquier iglesia o palacio de numerosos pueblos y ciudades.