Número de inventario: 51774 A. Barcelona.
Algodón, poliester. 73 x 122 cm.
La elección de un animal como mascota de unos Juegos Olímpicos es algo habitual desde que en 1972 se eligió a un perro salchicha, Waldi, para los de Munich. A él le sucedieron un castor (Amik, en Montreal 76), un oso (Misha, en Moscú 80), un águila (Sam, en Los Ángeles 84), un tigre (Hodori, en Seúl 88), un tipo de erizo, un ave local –kookaburra– y un ornitorrinco (Millie, Olly y Syd, en Sidney 2000). Como se ve, en todos los casos, nos encontramos con animales elegidos por su carácter de representatividad localista en relación con el país organizador.
En este caso, Javier Mariscal, su creador, eligió como mascota de los Juegos de Barcelona de 1992 a un gos d’atura, un perro carea utilizado por los pastores del Pirineo, al que llamó Cobi y que alcanzó un éxito de marketing inesperado. A pesar de que en su momento se esgrimió el carácter autóctono catalán, su uso como perro de pastores no es muy antiguo. En Cataluña, R. Violant i Simorra (2001: 90) indicó, en los años treinta del siglo pasado, que su utilización no iba más allá de los comienzos de esa centuria.
Como ha indicado A.-M. Thiese (2000: 241-242), desde su reinstauración en 1896, las Olimpiadas han sido una ocasión propicia para hacer una demostración de identidad, tanto por parte de los países participantes como del país organizador. Una identidad a la que, como vemos, también se recurre cuando se trata de elegir a los símbolos representativos.
Está fabricada por Massana, Barcelona.
Pieza donada por Julia Sáez-Angulo.
JLMC