Andorra, España y Francia
El solsticio de verano es una fecha llena de magia en la región pirenaica, donde algunos pueblos todavía celebran tradiciones milenarias y rituales de purificación, paso a la vida adulta o fertilidad en los que el fuego es el protagonista. Según la tradición de cada localidad y al caer la noche, los habitantes de las distintas zonas comienzan una suerte de procesión de fuego en la que descienden desde las cumbres de las montañas hasta sus pueblos y ciudades, prendiendo fuego a una serie de fogatas preparadas a la usanza tradicional. Otros trazan formas en el aire con el fuego, danzan o encienden una gran hoguera en el pueblo. Además, en algunos pueblos se asignan funciones específicas a determinadas personas, como al alcalde para encender la primera fogata o al último vecino recién casado para encabezar la marcha de descenso desde la montaña. Al día siguiente, por la mañana, los vecinos recogen las brasas y cenizas de las fogatas y las llevan a sus hogares y huertos, como símbolo de protección. Se considera que las fiestas del fuego constituyen una ocasión para regenerar los vínculos sociales y fortalecer los sentimientos de pertenencia, identidad y continuidad de las comunidades, de ahí que su celebración vaya acompañada de comidas colectivas, cantes y bailes folclóricos. Estas fiestas promueven la cultura del voluntariado, la solidaridad y la hospitalidad y refuerza el sentido de pertenencia, identidad y continuidad de las comunidades pirenaicas, empleando a la familia como centro de transmisión del elemento a las generaciones más jóvenes, con el apoyo de una red de portadores de la antorcha y otras asociaciones vinculadas a la fiesta.