La historia de la Europa del siglo XVI es, sin lugar a dudas, la historia de un continente desgarrado por las guerras de religión. Los conflictos en el Sacro Imperio Romano Germánico que tanto atormentaron a Carlos V, la escisión de la Iglesia Anglicana o los conflictos entre católicos y hugonotes que tiñeron de sangre los reinados de los últimos Valois en Francia, son un claro ejemplo de un escenario convulso y de una sociedad en la que la religión y las creencias marcaban la vida pública y privada de hombres y mujeres.
Las reformas protestantes iniciaron desde principios del siglo XVI un auténtico cisma en la Iglesia de Occidente. El Papado, cuestionado desde los más diversos territorios europeos, se verá abocado a abordar una auténtica reforma de la Iglesia Católica mediante la celebración (discontinuada) de un Concilio en Trento entre 1545 y 1563.
La Reforma Tridentina o Contrarreforma, defendida a ultranza en España por Felipe II, luchará contra cualquier atisbo de heterodoxia en el seno de la Iglesia Católica. El control sobre las más diversas muestras de religiosidad popular se hará más férreo a través de instituciones ya existentes como el Tribunal de la Inquisición. Las manifestaciones artísticas se convertirán en un auténtico instrumento de adoctrinamiento de los fieles y de difusión de las verdades de la fe. Todo ello ejercía de antesala a un Barroco que en España, a través de la aparición de un nuevo género escultórico como el paso procesional, dejaba en evidencia que no solamente es necesario creer sino también demostrarlo públicamente.