“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor…”. Leer estas palabras llevan nuestro pensamiento a rememorar una de las más grandes creaciones de la literatura universal: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. A Miguel de Cervantes se le debe el honor de haber creado una obra cuya repercusión jamás hubiera imaginado.
La primera parte de Don Quijote de la Mancha fue publicada a inicios del año 1605. Su repercusión ya sería tal que, bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, se publicaría en Tarragona, años más tarde, una continuación apócrifa de la obra. Ello conllevaría que el propio Cervantes se animara a terminar la segunda parte de su obra, enriqueciéndola con nuevos episodios y tramas, parte que vería la luz en 1615, un año antes del fallecimiento del genio de Alcalá.
Considerada como la primera gran novela moderna, la obra ejerció una gran influencia sobre la narrativa europea (antes incluso que sobre la española) pero no sólo eso, tuvo una gran repercusión en la propia historia del arte. Múltiples son las manifestaciones artísticas que, dentro y fuera de España, se han ido sucediendo representando escenas de El Quijote. Sirva de muestra la espléndida serie de tapices encargada por Felipe V, realizada sobre cartones por Andrea Procaccini y Domingo Maria Sani, a la Real Fábrica de Tapices de Madrid.
Escenas como Don Quijote armado caballero, la aventura del titiritero y adivinanzas del mono adivino, el manteo de Sancho, la batalla contra los molinos de viento o la aventura de los rebaños son sólo algunos ejemplos de cómo se han representado las más diversas escenas de esta creación universal sobre los más variados soportes. Las colecciones de las instituciones museísticas bien se hacen eco de ello.