En todas las crisis sanitarias son fundamentales los hospitales y la actuación del personal sanitario sumado a todas aquellas personas comprometidas con los cuidados necesarios para hacer frente a la enfermedad. Una vez más, la Historia rescata de la memoria a través de los documentos conservados en los Archivos Estatales, el testimonio de aquellos personajes que vivieron momentos entre la incertidumbre y la desolación tras una epidemia.
Nuestro particular túnel del tiempo se detiene esta vez en un personaje muy conocido en Sevilla: Miguel Mañara Vicentelo de Leca, fundador de una institución tan emblemática para la ciudad como es el Hospital de la Santa Caridad. Los muros que albergan este edificio, en origen, formaban parte de una de las naves de las míticas Atarazanas de Sevilla construidas en el siglo XIII por Alfonso X. Con el paso del tiempo, a principios del siglo XVII, el hospital será administrado por la Hermandad de la Caridad, que se ocupaba de dar sepultura a los penados por la justicia, recoger a los ahogados y asistir a enfermos y pícaros de toda condición que menudeaban por Sevilla, ciudad en la que los terribles efectos de las sucesivas epidemias de peste, vislumbraban su decadencia tras un pasado esplendoroso.
Miguel Mañara era un noble sevillano de origen corso, había nacido en 1627, en el seno de una familia acaudalada gracias a sus fructíferos negocios establecidos en América.
Vivió una juventud muy acomodada gracias al patrimonio familiar, llegando a ser nombrado caballero de la Orden de Calatrava. Su fortuna y fama, no exenta de calaveradas, fueron objeto de leyendas populares e incluso de figuras literarias plasmadas por escritores de la talla de Tirso de Molina, Lord Byron o Espronceda.
Entre estos personajes, destaca el creado por José Zorrilla para su Don Juan Tenorio, aunque este hecho no está demostrado. Sin embargo, más allá de los paralelismos que los personajes de ficción reflejaran en la literatura, en realidad, el joven Mañara quedó pronto huérfano, circunstancia que le obligó a administrar el rico legado de sus padres, que de acuerdo a la leyenda, serían un estímulo para sus correrías juveniles. El matrimonio pudo haber sido un aliciente para que asentara su carácter, se casó con una joven de la nobleza sevillana, Jerónima Carrillo de Mendoza, de la que enviudaría en poco tiempo, sin dejar descendencia, sumiéndole en un profundo pesar que marcaría definitivamente su existencia. En 1662 ingresó en la Hermandad de la Caridad, de la que sería nombrado Hermano mayor, cediendo su patrimonio al cuidado de los pobres y los enfermos caídos en desgracia por la terrible peste de 1649.
De esta forma, el Hospital de la Caridad se vio dotado de nuevas instalaciones gracias a las inversiones efectuadas por el protagonista de nuestra historia. La ampliación de las naves ganadas a las Atarazanas, destinadas a comedores para pobres y un hospital para enfermos terminales, además de reformar la capilla en la que trabajarían artistas tan notables como Valdés Leal, Murillo o Pedro Roldán.
En una de las celdas del Hospital de la Santa Caridad, Miguel Mañana compuso su obra "Discurso de la verdad", (Sevilla: en la imprenta de Don Tomás López de Haro, 1671). Un relato sobre su crisis existencial, que determinaría su conversión hacia una vivencia plenamente espiritual dedicada al cuidado y protección de los más desfavorecidos.
Ya en el ocaso de su vida, la arrepentida voz de Miguel Mañara puede encontrarse en su testamento, en el que alude a una juventud disipada, "...los más de mis malogrados días ofendí a Dios... Serví a Babilonia y al demonio su príncipe con mil abominaciones, soberbias, adulterios, juramentos, escándalos y latrocinios, cuyos pecados y maldades no tienen número...",
La Parca, como a todos los humanos, llamó a su puerta en 1679, bajo su lápida consta esta leyenda que es toda una declaración de intenciones:
«Bajo esta lápida está la sepultura donde reposó el cuerpo incorrupto del venerable siervo de Dios Don Miguel Mañara Vicentelo de Leca del habito de Calatrava desde el día siguiente al de su tránsito 9 de mayo de 1679 hasta que por acuerdo de la Hermandad fue trasladado bajo el altar mayor el 9 de diciembre del mismo año tan insigne varón fundador de esta Santa Casa dispuso con grande humildad en su admirable testamento se le diera sepultura terriza en la puerta de la iglesia para que todos lo pisaran y por considerar a su sucio cuerpo indigno de estar dentro de templo de Dios y que sobre la misma se escribiera estas palabras aquí yace en los huesos y ceniza el peor hombre que ha habido en el mundo, rueguen a Dios por él"
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