La Historia de las Mujeres es un campo de investigación relativamente joven, que inició su andadura en los años setenta y que, actualmente, se ha convertido en una de las corrientes más activas del panorama historiográfico español. Surgida en el seno de la historia social, ha sido una línea de investigación que se ha retroalimentado con otras corrientes similares como son la historia de las mentalidades, de la familia, de la vida privada y cotidiana, etc.
Uno de los temas más fecundos en este campo ha sido el estudio del poder y la autoridad de las mujeres y del papel que desempeñaron en lo concerniente a su ejercicio en la esfera pública y privada, en el plano oficial y extraoficial.
Resulta patente que, a excepción del exclusivo grupo de las reinas, el colectivo femenino fue oficialmente excluido de las empresas políticas y militares, especialmente a partir del concilio de Trento, cuyos postulados repercutieron en un retroceso del papel de la mujer en la sociedad. Sin embargo, en ocasiones la realidad siguió unos derroteros muy distintos a los trazados por la legislación civil y canónica y a los discursos y representaciones formulados por intelectuales y moralistas. No podemos obviar la pluralidad de intereses familiares y económicos que influyeron en la asunción de un poder del que, de facto, hicieron uso algunas damas nobles a pesar de tener que enfrentarse al rol misógino impuesto por la sociedad. Ello se debió, fundamentalmente, a que estas damas contaron con unas mejores posibilidades de educación, pero sobre todo a que tuvieron acceso a un capital propio, en ocasiones muy sustancioso, y unas magníficas relaciones personales con el poder.
El analfabetismo, generalizado en la sociedad estamental, unido a la histórica reclusión de la mujer a la esfera privada ha repercutido notablemente en las fuentes documentales que nos han quedado para su estudio, que a menudo han sido calificadas como escasas y poco representativas, especialmente en lo concerniente al período medieval. Precisamente esta pobreza de fuentes ha llevado a que la atención de numerosos investigadores se centrara en los discursos y representaciones acerca de la mujer compuestas por hombres, en muchas ocasiones clérigos, lo que ha dado lugar a una historia de las mujeres muy próxima a la historia de las mentalidades y de la relación más o menos conflictiva entre ambos sexos.
La exposición “Mujer, Nobleza y Poder” ha recogido una muestra de 58 documentos, la mayoría de los cuales se refieren a actos jurídicos concretos, en los que ha quedado registrado el papel de las mujeres en situaciones en las que pudieron o incluso se vieron obligadas a actuar de un modo que no sintonizaba con los estereotipos femeninos de su tiempo.
La intención de la muestra no ha sido tanto centrarse en los casos excepcionales, anecdóticos, sino dar una visión de conjunto de las posibilidades que las damas nobles tuvieron a la hora de introducirse en una serie de espacios de poder típicamente masculinos y de dar muestra de su autoridad y reputación en el plano social e intelectual. Ciertamente, el objetivo de la exposición no se circunscribe a la mujer de a pié, pero a pesar de tratarse de documentos producidos por representantes de un estamento privilegiado, no dejan de ser documentos ilustrativos de hechos cotidianos entre los que se hallan tipologías tan habituales como los testamentos, las cartas de pago, la correspondencia, las capitulaciones matrimoniales o las escrituras de compraventa. Es por ello que, si bien algunas de las mujeres representadas son harto conocidas, como Ana Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli; Josefa Pimentel, condesa-duquesa de Benavente; Beatriz Galindo, La Latina; Juana Pimentel, viuda del condestable Álvaro de Luna o Beatriz de Bobadilla, lo cierto es que un buen número de los documentos expuestos refieren a mujeres que, hasta la fecha, han recibido escasa o nula atención por parte los investigadores. Éstas aparecen al frente de su Casa y estados, administrando el capital material y simbólico de su linaje, desarrollando prácticas en los espacios de sociabilidad ilustrados, actuando como mecenas, filántropas, o desempeñando cargos palatinos en el entorno cortesano.
Pasamos ahora a desglosar algunas de las fuentes documentales utilizadas en la exposición, según los bloques en que ha sido organizada.
El acceso a la nobleza
La práctica totalidad de las damas nobles, gozaron de tal estatus por vía de sangre, esto es, por haber venido al mundo en el seno de un ilustre linaje que se remontaba a algún antepasado heroico. La posición de la mujer como portadora de derechos sucesorios y transmisora de las cualidades del linaje queda visualmente representada en los árboles genealógicos. No obstante, existen otras muchas tipologías que nos permiten estudiar las consecuencias de esta filiación. Un ejemplo de ello son los privilegios a través de los cuales los monarcas confirmaron el señorío de villas y lugares heredados por mujeres, potestad que pudieron asumir cuando no existían familiares varones mejor posicionados en la línea de sucesión.
También dentro de este apartado ocupan lugar destacado las concesiones de títulos nobiliarios, especialmente las de aquellos que tuvieron su origen en una mujer como los marquesados de Arcicollar o de Mendigorría. Los propios títulos especifican a menudo los motivos de su concesión: los dos mencionados fueron otorgados como recompensa por los méritos alcanzados, en servicio a la Corona, por los ascendientes o descendientes varones de las beneficiarias. Por contra, otros títulos creados a favor de mujeres lo fueron a consecuencia de los méritos logrados por ellas mismas, casi siempre derivados de servicios prestados en el entorno cortesano de la reina. Las razones de tales concesiones pueden rastrearse además gracias a la correspondencia que ha llegado hasta nosotros.
Vida de la mujer noble
Los principales hitos en la vida de las damas de la nobleza estuvieron determinados por el rol que estas tuvieron asignado desde su mismo nacimiento. Tal papel puede vislumbrarse a través de numerosos documentos entre los cuales cabe destacar los siguientes: las capitulaciones matrimoniales, comúnmente ratificadas por los familiares de la futura contrayente cuando aún era niña, en las que han quedado testimoniadas la aportación económica femenina (dote) y masculina (arras), así como otros aspectos crematísticos tocantes a la sociedad matrimonial que pretendía constituirse. Asimismo, la necesidad de concertar matrimonios convenientes, esto es, beneficiosos para el linaje, dio lugar a una práctica común dentro de la alta nobleza que ha sido denominada “endogamia de clase”: los enlaces entre familiares debieron ser admitidos por la Iglesia, lo que ocasionalmente se hizo mediante las dispensas de consanguinidad expedidas por las autoridades competentes. La alternativa al matrimonio -y al enorme desembolso que éste suponía para la familia de la novia- fue la profesión en religión: destino habitual de las hijas segundonas del que dan cuenta la multitud cartas de pago otorgadas por conventos con motivo del ingreso de estas en los mismos.
Otro aspecto a considerar es si existió algo comparable a un cursus honorum para damas nobles. En este sentido podemos destacar la existencia de títulos de órdenes de damas nobles, equivalentes -salvando las distancias- a los títulos de órdenes militares masculinas, así como la documentación generada por diversos ceremoniales cortesanos como el de toma de almohada, reservado a las grandes de España, o las invitaciones a actos palaciegos en los que puede comprobarse la cercanía de ciertas mujeres con las más altas instancias de poder: bailes, tés, representaciones teatrales, etc. que es de suponer, les darían ciertas posibilidades de obtener favores e influir en estos ámbitos de sociabilidad a medio camino entre lo oficial y lo privado.
Especial interés por parte de la investigación han recibido aquellos documentos generados durante el período de viudedad, momento en el cual ellas adquirieron una cierta autonomía legal de la que no habían podido disfrutar durante su etapa de casada o soltera y a la que habría que sumar la posibilidad de disponer de los caudales procedentes de su dote, arras, bienes gananciales o herencias dejadas por los difuntos esposos. La viudedad aparece así como un período en el que la mujer se desenvuelve con mayor libertad. Cuando la viudedad vino acompañada de la tutoría y curaduría de menores a los que correspondía, legítimamente, la jefatura del linaje, el poder adquirido por estas damas se multiplicaba, ya que, hasta que estos menores adquirieran la mayoría de edad (a los 25 años), la tutora actuaba en su nombre como cabeza de linaje, llevando a cabo todo tipo de actos jurídicos, pleiteando y participando en diversas transacciones económicas.
Otra de las tipologías preferidas por los investigadores han sido los testamentos. En ellos pueden rastrearse multitud de aspectos que trascienden el componente material, arrojando una valiosa información acerca de la mentalidad de las testadoras y de sus gustos.
También en este apartado hemos de mencionar el conjunto documental producido a raíz de los acontecimientos vitales más significativos como los bautizos, los matrimonios y, especialmente, los funerales con cuyo motivo se desplegaba todo un elenco de representaciones de gran contenido simbólico y visual destinado a poner de relieve, ante la comunidad, el estatus y cualidades de la difunta.
Señoras de vasallos
Los archivos nobiliarios acumulan numerosos documentos en los que ha quedado reflejado el papel que algunas mujeres desempeñaron como señoras de lugares y personas, sobre los cuales ejercieron su autoridad mediante diversos actos de gobierno y justicia. Como norma general, tales atribuciones recayeron en manos femeninas solo en las ocasiones señaladas por falta de varón. La casuística es variada: desde las ausencias temporales de los titulares por prestación de servicios militares, cortesanos o diplomáticos, que obligaban a dejar la administración señorial, la casa y estados de estos magnates en manos de sus mujeres; la viudedad, tutoría y curaduría de hijos menores cuando eran los legítimos cabezas de linaje o los casos en que ellas fueron señoras naturales habiendo recibido un mayorazgo en herencia que incluía el señorío sobre ciertas villas y sus habitantes. Las fuentes documentales capaces de arrojar luz a este respecto son igualmente variadas, entre ellas encontramos actas en que vasallos y vasallas rinden homenaje y fidelidad a su señora; escrituras de mayorazgos fundados por viudas y casadas a favor de sus hijas e hijos en las que queda patente el papel de estas mujeres como transmisoras del capital simbólico de su familia; las cartas elevadas por los concejos municipales que se hallaban bajo jurisdicción una señora; las reales ejecutorias en las que los monarcas se pronunciaron ratificando los derechos señoriales de ciertas damas, tras largos litigios etc. Asimismo, no podemos olvidar el importantísimo papel desempeñado por las abadesas en el ámbito de sus respectivas jurisdicciones y su influencia sobre reyes y otras autoridades, de los que también han quedado huellas documentales.
Obras pías, beneficencia y filantropía
El ámbito de la beneficencia y la caridad fue un área donde las damas de la nobleza pudieron desplegar más libremente sus iniciativas. Como consecuencia de ello nos han llegado numerosos documentos en los que podemos ver la trascendencia de sus actuaciones al frente de instituciones que, a menudo, fueron constituidas y financiadas a iniciativa de ellas. Aseveran estos hechos diferentes licencias, otorgadas por autoridades civiles y religiosas, para la fundación de hospitales, capillas, cofradías, etc. así como la documentación generada por tales instituciones -libros de asiento, cuentas...- que a veces pervivieron a lo largo de siglos, como el hospital de La Latina o la archicofradía del Santísimo Sacramento radicada en Torrijos (Toledo). Hay también numerosos testimonios de la participación de estas aristócratas en iniciativas benéficas que trataron de paliar las consecuencias de epidemias y conflictos bélicos, como las guerras de África y su consecuente impulso a la red asistencial de la Cruz Roja, o de fomentar la expansión de los ideales ilustrados mediante su participación en las sociedades económicas de amigos del país, después de agrias polémicas en torno a la adecuación de aceptar miembros femeninos. Todo ello nos ha llegado en forma de correspondencia y de los más variados diplomas y condecoraciones.
Influencia política y militar
Salvando el caso de las reinas, a lo largo del Antiguo Régimen la actividad política y militar estuvo reservada a los hombres, al menos en su vertiente oficial. Sin embargo existe toda una serie de circunstancias en las cuales puede entreverse la influencia tácita ejercida por las mujeres en diversos entornos, a los cuales accedieron mediante una suerte de relaciones desplegadas a través de cauces privados. Puntualmente, los efectos de la privanza llegaron a materializarse en documentos oficiales, especialmente en el caso de que estas damas recibieran alguna compensación por su labor en forma de señoríos, tierras u otros bienes, como las villas otorgadas a Leonor de Guzmán, amante de Alfonso XI, o a Beatriz de Bobadilla, dama de Isabel la Católica, presentes en la muestra. Otra fuente de inestimable valor es la correspondencia, como la mantenida entre sor María de Ágreda y Felipe IV por más de veinte años, conservada en un libro copiador, o la traducción de época de una misiva remitida a Juan de Austria por Cofia Cadén, hija de Alí Bajá, gran almirante de los turcos, tras la batalla de Lepanto. Se custodian asimismo en el archivo un buen número de cartas en las que diversos particulares solicitan la intercesión de alguna dama influyente, como la poderosa duquesa de Osuna, para la obtención de puestos políticos y militares así como donativos destinados a financiar la guerrilla contra los franceses en plena Guerra de Independencia.
Cultura y mecenazgo
El patrocinio cultural fue una vía a través de la cual algunas mujeres dieron publicidad y visibilidad a su linaje. Ello se llevó a efecto mediante la construcción y dotación, mediante obras artísticas, de monasterios, conventos y capillas, v.gr, la de Álvaro de Luna, en la catedral de Toledo, terminada por su viuda e hija y de la que conservamos algún plano, y que a menudo nos dan pistas acerca de los gustos personales de estas damas. También hemos podido conocer un temprano testimonio de las preferencias literarias de una noble laica de la Baja Edad Media a través de un inventario de libros registrado en su testamento. Traspasados los umbrales del Renacimiento, y especialmente a partir del siglo XVIII, encontramos una mayor proliferación de testimonios que nos informan acerca de la labor de estas damas nobles en la esfera cultural, entre estos documentos hallamos cartas, como la que escribiera Leandro Fernández de Moratín solicitando un exclusivo ejemplar del Cancionero de Juan del Encina a Josefa Pimentel o la documentación económica derivada de los pagos realizados por esta misma a favor de Goya, Haydn o Boccherini. Conservamos asimismo documentos que nos remiten a la labor realizada por ellas mismas como pintoras, como los diplomas otorgados por diversas academias de bellas artes a favor de Mariana de Waldstein, marquesa de Santa Cruz, que llegó a ser directora honoraria de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, o los que atestiguan su labor como escritoras y traductoras, como es el caso de la marquesa de Tolosa, de quien conservamos una licencia para la lectura de libros prohibidos por el Santo Oficio.
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