El ducado de Gandía es un título creado por Martín I el Humano en 1399, con motivo de su coronación, que fue otorgado a Alfonso de Aragón "el Viejo", quien era de sangre real y futuro pretendiente al trono. El 20 de diciembre de 1485, la ciudad que le da nombre sería donada por les Reyes Católicos a la familia Borja. Con todo, Gandía se convertiría en uno de los títulos más destacados de la antigua Corona de Aragón, llegando a alcanzar la grandeza de España de primera clase de manos del emperador Carlos V (1520).
El archivo de los duques de Gandía, con más de mil legajos, forma parte de los siete grandes fondos del ducado de Osuna. No obstante, hoy en día sigue siendo difícil ofrecer una cifra exacta de su volumen hasta que sea completamente identificado. Téngase en cuenta que este fondo fue adquirido por el Estado junto a los demás archivos acumulados por el ducado de Osuna. El archivo ducal de Gandía se encontraba solapado con los papeles del ducado de Mandas, con quien compartía información vinculada a los reinos de Valencia y Cerdeña.
Ofrecemos aquí una síntesis de algunas de las particularidades del fondo, así como de las principales líneas de investigación que ofrece la lectura de sus valiosos escritos.
Uno de los elementos más interesantes del fondo son sus titulares: la célebre familia Borja, quizá más conocida por su forma italiana, Borgia.
Más allá de lo literario o novelesco -consecuencia de su famosa leyenda negra- el estudio de este famoso linaje nos permite una mejor comprensión de los mecanismos de ascenso social en el Antiguo Régimen, refutando en cierto modo la creencia de que en la sociedad estamental era inmóvil.
Efectivamente, los Borja, naturales del municipio aragonés del mismo nombre, tenían unos orígenes oscuros y modestos, alejados de la nobleza hasta su llegada al reino de Valencia. No será hasta el siglo XIV, cuando Juan Domingo Borja Doncel, adquiera la baronía de Torre de Canals y haga fortuna como comerciante de azúcar en Xàtiva, a la par que servía a la monarquía en la defensa del reino valenciano.
Seguramente, la riqueza de Juan Domingo Borja favoreció que su primogénito, Alfonso Borja Llançol, se formase en la Universidad de Lleida y sirviera a Alfonso V el Magnánimo. El patrocinio de este monarca impulsó el meteórico ascenso de Alfonso Borja en el seno de la Iglesia, convirtiéndose en 1455 en el papa Calixto III. Para el rey esto suponía contar con un súbdito fiel en la cúspide de la Iglesia católica.
Este rápido ascenso motivaría que, en los siglos posteriores, sus parientes tratasen de alterar y dignificar aquellos oscuros orígenes, dando lugar a tipologías documentales que abundan en el fondo. Reflejo ilustrativo de ello son los árboles genealógicos, que nos muestran de forma interesada un tronco de alta alcurnia. En este sentido fue habitual utilizar como base mítica del linaje a los vizcondes de Bearne, lo que determina uno de los elementos heráldicos más representativos de esta familia: el buey de gules (OSUNA,CP.4,D.7)
Otra forma de justificar los orígenes familiares fue mediante la narrativa materializada en memoriales y crónicas familiares. Los primeros se elevaban a modo de peticiones dirigidas a los Consejos y altos tribunales de la monarquía; las segundas estaban orientadas a magnificar la memoria del linaje, en ocasiones como publicaciones impresas para su mayor difusión. El mejor ejemplo de ello es la Prógine clara y origen de la antiquísima y noble familia de Borja, compuesta por Joan Baptista Roig de Penya (1621)
Personaje clave en la historia del linaje fue el ingenioso sobrino de Calixto III, Rodrigo de Borja, quien ideó la manera de que sus descendientes llegasen a ser duques de Gandía, a la par que se posicionaba en la cúspide de la jerarquía eclesiástica al ser elegido papa en 1492 con el nombre de Alejandro VI.
Aunque el Archivo Histórico de la Nobleza no custodia series documentales directamente relacionadas con la actividad estrictamente pontificia de ambos papas -más allá de alguna bula o breve conservada por sus destinatarios- sí cuenta con todo tipo de documentación útil para estudiar las estrategias utilizadas por Rodrigo y sus parientes con el fin de alcanzar la cumbre social y política de sus descendientes.
Un buen ejemplo de ello fue la concesión, en mayo de 1485, del título de Egregio (OSUNA,CP.2,D.34), por parte de Fernando II de Aragón, a sus tres hijos. Uno de los más conocidos fue César Borja, capitán general de los ejércitos papales, de quien también se conservan en Toledo documentos cruciales como su legitimación como hijo natural del papa (OSUNA,CP.121,D.11) o sus prematuros nombramientos eclesiásticos, como los de protonotario apostólico y arcediano de Xàtiva y rector de Gandía con solo siete años (OSUNA,CP.122,D.2-3). El resto de los beneficiarios fueron los dos primeros duques de Gandía: Pedro Luis de Borja, quien ya había servido como camarlengo del monarca, y Juan de Borja, quien sería capitán general de la Iglesia en Roma.
Las estrategias de ascenso social y consolidación del estatus familiar también podían llevarse a cabo mediante la política matrimonial, que ha dejado un amplio legado escrito a modo de negociaciones y capitulaciones matrimoniales entre familias. En este sentido, destaca la figura de María Enríquez de Luna, prima de Fernando II de Aragón, quien curiosamente estuvo prometida con los dos primeros duques de Gandía (OSUNA,C.532,D.15-21 y OSUNA,C.537,D.1), puesto que Pedro Luis falleció antes de casarse.
Al enviudar, María Enríquez efectuó una más que notable gestión del señorío durante la minoría de su hijo Juan, siendo para algunos autores la verdadera impulsora de la consolidación del estado señorial. La documentación conservada sobre la tutoría de la II duquesa de Gandía es una de las mejores muestras del poder señorial que podían tener las mujeres nobles a principios del siglo XVI.
La documentación de la época de su hijo Juan de Borja Enríquez, III duque de Gandía, nos ayuda a comprender el papel de la nobleza valenciana en el conflicto bélico de las Germanías, con documentación fundamental para vislumbrar el apoyo armado y económico de algunos nobles al emperador, lo que seguramente trastocaría la situación de la familia.
Más destacable aún fue la figura de su nieto Francisco de Borja, IV duque de Gandía y I marqués de Llombai, quien siguió una brillante carrera política como virrey de Cataluña, y de servicio a la Corona como caballerizo mayor de Isabel de Portugal. Francisco acabó consagrando su vida a la religión, siendo elegido General de la Compañía de Jesús, para acabar siendo canonizado por Clemente X.
El Archivo Histórico de la Nobleza custodia algunos testimonios documentales sobre su proceso de canonización. Un buen ejemplo de ello es un breve de Urbano VIII, fechado en 1624, en el que establece el culto al entonces beato, Francisco de Borja [OSUNA,CP.49,D.1].
Todas estas circunstancias repercutieron en la protección y patronato que la familia Borja ejerció sobre instituciones eclesiásticas como el monasterio de Santa María de la Valldigna o la colegiata de Santa María de Gandía, y auspiciando muchas otras obras pías. Esta vertiente religiosa devino en la contratación de importantes artistas, tal y como se refleja en las series contables o en su correspondencia personal, pudiéndose destacar la inserta en el fondo facticio de "Osuna-cartas", también conservado en el AHNOB.
Llamativo en este sentido es el boceto para la capilla de San Francisco de Borja, proyectado para la catedral de Valencia, y ejecutado en el siglo XVIII por los arquitectos Antonio Gilabert y Lorenzo Martínez [OSUNA,CP.10,D.1].
Retomando la evolución del linaje, Francisco de Borja continuó con las estrategias matrimoniales habituales entre la aristocracia y se encargó de que su primogénito, Carlos de Borja Castro, V duque de Gandía, contrajera matrimonio en 1548 con otra noble valenciana destacada: Magdalena de Centelles Cardona, quien llegaría a ser V condesa de Oliva.
Magdalena pertenecía a otro de los linajes valencianos más importantes del momento, y dedicó grandes esfuerzos económicos para conseguir alcanzar la titularidad del condado y vencer a otros aspirantes, los señores de Almedíjar, en dilatados pleitos. Este conflicto sucesorio, iniciado a la muerte de su hermano Pere de Centelles es, por su enorme volumen documental, un excelente ejemplo de los pleitos de tenuta señoriales ganados por mujeres a finales del siglo XVI.
Francisco Tomás Borja Centelles, VI duque de Gandía, no solo heredó el vasto territorio de los Borja y los Centelles, sino que con él la política matrimonial dio un giro definitivo hacia la aristocracia no valenciana. Efectivamente, debido a las dificultades para entroncar con familias aragonesas que pudiesen aportar cien mil libras de dote, se le prometió primero con una hija del duque de Alburquerque, aunque finalmente contrajo matrimonio con Juana Fernández de Velasco, hija de los condestables de Castilla.
A partir de este momento el fondo documental experimentará un proceso de castellanización, apreciable en la documentación personal. Prueba de ello es el testamento del VI duque (OSUNA,CP.109,D.19), cuyas últimas voluntades están redactadas en lengua castellana.
En este sentido, cabe recordar que una de las peculiaridades del fondo es, precisamente, la riqueza lingüística de sus documentos, predominando la tríada formada por valenciano, latín y castellano, seguida en mucha menor medida por el italiano, el sardo y el árabe. Esta realidad documental, de carácter trilingüe, terminará con los Decretos de Nueva Planta de 1707, cuando el castellano será usado ya de manera única en todas las tipologías de documentos, tanto privadas como públicas.
Con Carlos Francisco de Borja, VII duque de Gandía, se manifestarán de forma más evidente los problemas económicos de la familia, que en 1604 debía unos 11 millones de sueldos, de tal modo que el ducado fue secuestrado por la Corona hasta 1622.
Esta situación coincidió cronológicamente con la expulsión de los moriscos en 1609-1614, y el despoblamiento de muchas de las baronías del ducado, lo cual provocaría la concesión de nuevas cartas pueblas, establecimientos de tierras y ordenaciones municipales (OSUNA,C.562). Todo ello es fundamental para estudiar la crisis del siglo XVII y el proceso de reseñorialización, así como la necesidad de acrecentar el número de vasallos en la Valencia de principios del Seiscientos, lo cual estaría muy relacionado con la llamada Segunda germanía.
Paulatinamente, la quiebra de los duques de Gandía se iría equilibrando gracias a la ayuda de la Corona. En este sentido, cabe destacar la figura de Francisco Diego Pascual de Borja, VIII duque de Gandía, hombre de confianza para Felipe IV durante la Guerra dels Segadors en Cataluña. En este sentido, destacan el estudio de su correspondencia personal, conservada en Osuna-cartas.
De la misma manera, las cartas enviadas y recibidas por el X duque de Gandía, Pascual Francisco Ignacio de Borja son también fundamentales para el estudio del posicionamiento de la familia en la Guerra de sucesión. Efectivamente, los Borja, al igual que la mayoría de la nobleza titulada valenciana, apoyaron la opción borbónica.
Los últimos duques de Gandía con el apellido Borja, fueron los hermanos Luis Ignacio y Mariana, puesto que, al fallecer sin hijos, el ducado pasaría a manos de su sobrino Francisco Alfonso Pimentel Borja, X duque de Benavente y XIII duque de Gandía, dando por terminada el linaje principal, iniciado por Alejandro VI.
El archivo de los duques de Gandía no solo es interesante por el linaje de sus titulares, sino por el proceso de agregación de señoríos acontecido durante el Renacimiento. Efectivamente, en muy pocas generaciones, los Borja consiguieron dominar una impresionante extensión geográfica que abarcaba gran parte de los reinos de Valencia y Cerdeña, convirtiéndose en uno de los estados nobiliarios más grandes y compactos de la Corona de Aragón.
Dicho esto, es conveniente realizar una breve síntesis del proceso de expansión territorial de los Borja. Téngase en cuenta que este acercamiento no solo nos ayudará a seguir descubriendo algunas de las tipologías documentales más interesantes de sus fondos, sino que además, nos permitirá entender la llegada de los distintos subfondos al archivo ducal, lo cual es fundamental para comprender su actual clasificación archivística.
El territorio formado por el ducado de Gandía tiene su origen en la conquista cristiana del castillo de Bairén, efectuada por Jaime I (1240), lo que hizo que su término se vinculara directamente a la Corona. En 1323, Jaime II lo cedió a su cuarto hijo, el infante Pedro, conde de Ribagorza. Al enviudar éste, en 1358, pasó a su primogénito Alfonso de Aragón, apodado Alfonso el Viejo, siendo el señorío elevado a ducado real por Martín I (1399). A partir de este momento, el ducado podría considerarse como una especie de infantado o apanage, aunque con la peculiaridad de que su titular no era el primogénito del rey.
A su muerte le sucedió su hijo Alfonso el Joven. No obstante, al no tener herederos, el ducado real revertiría en la corona, hasta que Alfonso V el Magnánimo lo donó a su hermano y sucesor Juan II [OSUNA,C.547,D.24-32], quien después de haberlo cedido sucesivamente a su hijo Carlos, príncipe de Viana, en 1439 y a su esposa, Juana Enríquez, en 1461 lo hipotecaría a la ciudad de Valencia (1470).
Ante esta situación, cabe destacar la figura de Rodrigo de Borja, quien, en paralelo a su ascenso pontificio, diseñó la manera de que sus descendientes se convirtiesen en señores de gran parte del antiguo “apanage” del ducado real de Gandía.
Dicho territorio no solo contaba con el prestigio social que pudieran dar sus antiguos regios titulares, sino que aportaba grandes oportunidades de negocio gracias a las fértiles huertas mediterráneas, y la implantación de uno de los cultivos más innovadores y rentables del siglo XV: la caña de azúcar, por entonces un producto de lujo.
En este sentido, destaca la documentación del fondo dedicada a la ordenación del territorio agropecuario, como la crucial distribución de aguas dictada en la concordia firmada entre María Enríquez y Serafí Centelles en 1511 [OSUNA,C.598,D.8] o la delimitación de las dehesas de Gandía [OSUNA,C.547,D.23]. Los conflictos generados por este tipo de temas, además de los lindes jurisdiccionales o de propiedades, generaron, a su vez, destacados planos sobre parte del ducado [OSUNA,CP.10,D.3].
A estas características económicas cabría añadir otra de tipo social y religioso. Efectivamente, nos estamos refiriendo al importante peso demográfico de los mudéjares, convertidos a moriscos en el conflicto de las Germanías, el control señorial de los cuales dejó un legado escrito de gran interés para el estudio de las minorías en la Monarquía Hispánica.
Atendiendo a estas peculiaridades, la estrategia territorial del futuro Alejandro VI fue más que innovadora, puesto que se alejaba de los canales habituales de la Edad Media, fundamentados en las recompensas militares y políticas (auxilium et consilium). Rodrigo se centró directamente en el dinero, y más concretamente en la inversión en censales, siendo las escrituras de concesión y de redención de censos, algunas de las tipologías documentales cuantitativamente más importantes de entre los pergaminos que se han conservado en el fondo.
A finales del siglo XV muchos nobles valencianos estaban lastrados por las cargas censales, seguramente debido a la debilidad de la renta señorial tradicional, por lo que muchos tenían que acudir a este modo de endeudamiento para encontrar financiación; mientras que otros, como Rodrigo, aprovecharían estas debilidades como mecanismo de inversión. Para ello cabe destacar el mecanismo de la venta a carta de gracia, una especie de empeño en el que el vendedor se reservaba el derecho a redimirlo.
La reconstrucción del antiguo ducado real contaba además con una gran dificultad, puesto que el término general de la ciudad de Gandía se había convertido en un archipiélago formado por pequeños señoríos con complejas jurisdicciones. Efectivamente, durante el reinado de Juan II la deuda endémica de la Corona hizo que se vendiesen determinadas alquerías a una oligarquía de ciudadanos urbanos y pequeña nobleza, aprovechando las facilidades del señorío alfonsino.
El resultado de todo ello se traduciría en una rica y variada tipología de documentos relacionados con todo este proceso de cambio de propiedades, tales como escrituras de cesión, de obligación, de compraventa y cartas de pago. En muchos casos, además, no solo se conservan aquellas actividades realizadas por los Borja, sino que al archivo llegaron también, a modo de antecedente legal, los documentos que certificaban los cambios de propiedad anteriores, e incluso los privilegios medievales que daban origen a las baronías adquiridas.
Rodrigo de Borja inició su expansión territorial lejos de Gandía, en la baronía de Torralbes, en plena Ribera del Júcar, elevando el señorío a la categoría de marquesado de Llombai (1530). Para ello, el futuro pontífice aprovechó las dificultades económicas de Guillem Ramón Centelles, que había empeñado el señorío desde 1478 a Francisco Vives de Boil, señor de Bétera, y luego a Rodrigo en 1479, aunque la compra definitiva por parte de los Borja vendría en 1494.
En 1483 Rodrigo entregó a sus hijos, Pedro Luis de Borja y Juan de Borja, altas sumas de dinero para comprar señoríos. En este contexto, y en la misma comarca bañada por el Júcar, se usaría el mismo mecanismo con la baronía de Torís, aprovechando las diferencias entre los herederos de Pedro Boil Lladró, por lo que se les empeñó la baronía a los Borja por carta de gracia en 1483, para ser finalmente adquirida en 1494.
El siguiente señorío que se situaría en el punto de mira sería la baronía de Chella, adquirida de manera directa a Martí de Torres, sin empeños previos, en 1484.
Llegados a este punto, los Borja centrarían sus esfuerzos en la comarca de la Safor, mediante la compra de la ciudad de Gandía. Ésta se firmó con el monarca en 1485 [OSUNA,C.4070,D.3], aprovechando una deuda contraída por Fernando el Católico con la ciudad de Valencia y habiendo salvado una cruenta crisis entre el cardenal y el rey, que llegó a la excomunión del monarca y el encarcelamiento del primogénito de los Borja. A pesar de todo, Rodrigo consiguió que su hijo Pedro Luis, se convertiera en I duque de Gandía poco después.
Su vínculo o mayorazgo, no obstante, no aparecerá documentalmente hasta las capitulaciones matrimoniales de Pedro Luis con María Enríquez, prima del rey, en 1488. No obstante, hasta las capitulaciones matrimoniales del III duque no se explicitan de forma nítida las condiciones del mismo.
Una vez incorporada Gandía, era necesario ir adquiriendo las múltiples alquerías con jurisdicción propia que había en el término general. Un buen ejemplo de ello fue la adquisición de Bellreguart, anteriormente conocido como Sotaia, a Juan Roca (1486). Esta fue seguida, el mismo año, por las alquerías de Carbonell o Sabot, propiedad de Lluís Carbonell, y la de los Balaguer, propiedad de los hermanos Jaume, Francesc y Miquel Balaguer. En 1487, se adquirieron también las de Xeresa y Alcodar a Joan Vich.
En el sur, las tierras conocidas actualmente como la Marina eran igualmente estratégicas, al estar situadas entre Denia y Gandía y completar su viejo sueño de poseer todo el antiguo apanage de Alfonso el Viejo. En este sentido, Pedro Luis de Borja adquirió la Vall de Gallinera (1487), aprovechando la minoría de edad de su propietario, Jeroni de Vich. A esta baronía se le añadiría en tiempos del II duque, la vecina baronía de la Vall d’Ebo, también propiedad de los Vich.
En paralelo, continuaron los esfuerzos expansivos por la Ribera del Júcar, y más concretamente por la baronía de Corbera, siendo adquirida por Juan de Borja (1494), aprovechando las dificultades económicas de su propietario, Carroç de Vilaragut.
El II duque de Gandía, además, fue beneficiado en la coronación de Alfonso II de Nápoles (1494), como agradecimiento al apoyo de Alejandro VI, con una serie de señoríos en territorio italiano, tales como el principado de Tricarico, y los condados de Chiaromonte, Lauria y Carinola. A estos se sumarían la donación del ducado de Sessa por parte de Federico III, y la donación papal del ducado de Benavento y los lugares de Terracina y Pontecorvo por parte de su padre en 1497.
Ya en tiempos de la regencia de la II duquesa, María Enríquez, se vendieron los señoríos italianos y se llevó a cabo un nuevo impulso comprador en las tierras de la Safor. Así pues, se adquirió en 1499 la alquería de Miramar a los hermanos Balaguer, y en 1500 las de Almoines y Benieto Iussà a Pere d’íxer [OSUNA,CP.136,D.22].
La adquisición más preciada en la huerta de Gandía era la baronía de Realenco, formada por una serie de alquerías que fueron donadas por el I duque real, Alfonso el Viejo, a su nieto Hugo de Cardona. Sus alquerías pertenecieron a este linaje hasta que Juan Cardona y María Fajardo se las vendieron a María Enríquez en 1502.
A su vez, la duquesa regente se expandió por la Vall d’Albaida, una zona a medio camino entre Gandía y la Vall de Gallinera, gracias a la compra realizada en 1499 de la baronía de Rugat, que había sido secuestrada por la Gobernación de Valencia a su endeudado propietario, Aguiló de Romeu.
La última compra orquestada por María Enríquez se realizó nuevamente en la comarca de la Ribera del Júcar, donde adquirió la baronía de Albalat de la Ribera (1510). Este señorío había sido intervenido por la Gobernación de Valencia a causa de las deudas de sus propietarios, los Rois de Corella, primero, y Gaspar de Castellví, después.
De este modo, a caballo entre los siglos XV-XVI, se habían cumplido muchas de las aspiraciones territoriales de Alejandro VI, por lo que no se reincorporarán nuevos territorios hasta la segunda mitad de siglo con Francisco de Borja, IV duque de Gandía.
Con el futuro santo se continuaron adquiriendo alquerías en la huerta de Gandía, de tal modo que en 1548 se compró la de Benieto Sobirà a Francesc Martorell y la de l’Assoc a Miquel Joan Martorell, mientras que en 1550 adquirió la baronía de Xeraco a la familia Almunia.
La culminación del proceso de expansión territorial llegaría mediante un mecanismo distinto: la vía matrimonial. Efectivamente, en 1548 se concertó el enlace entre Carlos de Borja, V duque de Gandía, y Magdalena de Centelles, quien sería V condesa de Oliva. El condado de Oliva era un señorío situado al sur de la comarca de la Safor que, a su vez, les daría el control sobre la baronía de Pego, la baronía del valle de Ayora y Cofrentes, las de Murla, Orba y Laguart así como las posesiones en la Isla de Cerdeña: el principado de Anglona, el condado de Coguinas, el marquesado de Màrguine, el ducado de Monteacuto y el condado de Osilo.
No sería hasta 1621, cuando las posesiones de los Borja volverían a ampliarse. En este caso, hay que destacar que las baronías de Vilamarxant y Vilallonga le fueron regaladas por Felipe IV a Carlos Francisco de Borja, VII duque de Gandía, tras haber sido embargadas previamente a Pere Franquesa.
Por el contrario, el ducado perdería las baronías de Chella, Turís y Albalat hacia 1664, cuando el IX duque de Gandía tenía la urgencia de saldar algunas deudas. Los grandes beneficiados de ello fueron los condes de Sallent, futuros marqueses de Bélgida.
Finalmente, a la muerte de Joaquín Carroz Centelles Calatayud, I marqués de Quirra y de Nules, en 1674, se dispuso que sus posesiones pasarían a los Borja. En este sentido, Pascual Francisco de Borja, X duque de Gandía, tomaría posesión del marquesado de Quirra (Reino de Cerdeña), y el marquesado de Nules (Reino de Valencia), y del condado de Centelles (Cataluña) no sin hacer frente a un largo pleito de tenuta con otros pretendientes.
Desafortunadamente para los intereses del linaje, estas posesiones no se consolidaron. Los Borja fueron perdiendo los pleitos de tenuta y la justicia otorgaría definitivamente el marquesado de Nules a Otger Catalá (1695) y el de Quirra a Josep Catalá (1726), mientras que el condado de Centelles pasaría a la familia Blanes (1682). Es interesante señalar que, a pesar de que estos fondos no se encuentran actualmente en el archivo del ducado de Gandía, sí terminaron entrando en el Archivo Histórico de la Nobleza a través del Archivo Ducal de Fernán Núñez.
El último título incorporado, aunque de forma efímera, por el linaje principal de los Borja de Gandía fue el principado de Esquilache en Calabria. El título tenía su origen en el regalo de bodas efectuado a Jofré de Borja (1494), hijo de Alejandro VI, y perteneció a sus descendientes hasta el fallecimiento sin descendencia de María Antonio Pimentel Ibarra Idiáquez de Borja (1731), por lo que Luis de Borja, XI duque de Gandia, se convertiría en XI príncipe de Esquilache.
Acumular todos estos señoríos, desplegar el gobierno de su territorio y el ejercicio de la jurisdicción, tanto civil como criminal, sobre sus vasallos, llevó implícito, como se ha dicho, la agregación de los archivos señoriales de cada lugar, por lo que el fondo del ducado de Gandía, no solo nos muestra la documentación de la familia Borja, sino de muchas otras de las principales familias valencianas que previamente habían sido poseedores de parte del mosaico territorial de los Borja, siendo especialmente destacados los documentos que les llegaron de las familias Centelles y Carròs.
La llegada del archivo de los Borja a la ciudad de Toledo, donde es custodiado actualmente, es el arquetipo de la compleja trayectoria seguida por los archivos nobiliarios, siempre unidos a la suerte y fortuna de las familias que los generaron y agruparon o segregaron durante generaciones.
El fondo ducal se encontraba históricamente custodiado en las torres del Palacio de los Borja, en Gandía, llegando su primera gran organización de mano de la regencia de la II duquesa, María Enríquez de Luna, en 1507, quien ordena a su procurador general Lluís Erau y a otras personas de su confianza que redacten un memorial sobre la documentación de la casa.
No obstante, el conflicto armado de las Germanías hizo que, en 1521, se llevase a cabo un saqueo del palacio que provocó la pérdida de gran parte del archivo. Dos años después, Juan de Borja, tuvo que solicitar a la Gobernación de Valencia que legitimase los documentos desaparecidos de palacio. Este hecho hará que la parte medieval del fondo, a pesar de contar con una voluminosa colección de pergaminos, esté constituida principalmente por traslados posteriores en soporte papel.
Los Borja, como muchas otras familias nobiliarias residentes en el reino de Valencia, pasarían a residir en Madrid, cerca de la corte a partir del siglo XVII, aunque no de forma permanente, lo que propició que se llevasen parte de sus documentos consigo, donde los duques tenían un secretario y sus dependencias contables, tal y como atestigua un inventario de 1740 [OSUNA,C.577,D.11-12].
A su vez, dichas familias fueron emparentando por vía matrimonial con importantes linajes castellanos, hasta el punto de que el azar dinástico hizo que el titular dejara de llevar el apellido Borja. Así pues, en 1748 el título le llegó a Francisco Alonso Pimentel, conde-duque de Benavente, por herencia de su tía María Ana de Borja.
Posteriormente, en diciembre de 1771, la XII condesa-duquesa de Benavente, María Josefa Pimental y Téllez-Girón, casaría con su primo Pedro Alcántara Téllez-Girón y Pacheco, IX duque de Osuna. A partir de este momento el fondo de Gandía pasaría a formar parte de sus siete grandes archivos. Cabe destacar que de este periodo se conservan inventarios de 1792 y 1794 que reflejan el estado del fondo (OSUNA,C.548,D.73-74, OSUNA,C.529,D.1, OSUNA,C.4595,D.2, OSUNA,C.529,D.2 y OSUNA,C.531,D.20).
Este afán organizativo era muy común entre las familias nobles del Setecientos, no solo para conocer los nuevos documentos agregados, sino también para satisfacer las exigencias de la Corona, que con la incorporación de baldíos y los primeros movimientos desamortizadores hacían necesario una justificación documental de las propiedades señoriales.
La necesidad de completar el fondo, para armarse legalmente de cara al proceso de abolición del régimen señorial que estaba por llegar, hizo que entre 1741 y 1832 la casa ducal comprase a diversos particulares los protocolos notariales que custodiaban. El objetivo era sacar copias simples y traslados de actos notariales que se remontaban al siglo XIV. En este sentido, es destacable el inventario realizado por Joan Baptista Pastor en 1833, donde da cuenta de los protocolos de más de 118 notarios que había en aquel momento en el Palacio ducal de Gandía, siendo especialmente importante porque no todos se conservan en la actualidad [OSUNA,C.1400,D.327].
Esta colección de protocolos se ha convertido, pese al mal estado de conservación de muchos de sus volúmenes, en una de las series documentales más notables del fondo ducal, puesto que los protocolos notariales no solían ser custodiados por los antiguos señores feudales.
A la muerte de Mariano Téllez-Girón, XII duque de Osuna y XIX de Gandía, y debido a la ruina de la casa, se formó una Comisión ejecutiva de Obligacionistas que incautó los bienes, por sentencia de 1894. Ésta, por miedo a la desmembración del archivo, lo depositó en el Archivo Histórico Nacional en 1917, en su sede del Palacio de Museos, Archivo y Biblioteca Nacionales, siendo trasladado en 1953 a su actual emplazamiento de la calle Serrano de Madrid.
Tras muchas vicisitudes, el archivo del ducado de Osuna ingresó definitivamente en el Estado en 1927, permaneciendo el fondo en Madrid hasta 1995, cuando se trasladó a la nueva sede de la Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional en el Hospital Tavera de Toledo, actual Archivo Histórico de la Nobleza.
Durante años, se han sucedido los convenios con el Ayuntamiento de Gandía para restaurar y microfilmar/digitalizar los protocolos de Gandía. En marzo de 2019, se retomaron los trabajos técnicos de identificación de los fondos del ducado de Gandía y sus anejos, así como la descripción de sus documentos, dando continuidad a las labores que habían realizado en la década anterior los proyectos PIDA, que permitieron la digitalización de las primeras unidades de instalación del citado fondo.
En suma, seis siglos de historia de un territorio y sus gentes cuya memoria se cifra en miles de escritos y planos, sobre pergamino y papel. Un acervo documental que aguarda ser descubierto por el investigador o el curioso y que desde este centro custodiamos con los mejores medios y los criterios archivísticos más modernos.
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Texto de Cristian Pardo Nàcher. Archivo Histórico de la Nobleza.
Abril de 2024.