Emilio Carrere decía de los cafés que eran “rinconcitos amables para soñar, a ratos”.
Y, en efecto, estos establecimientos forman parte de los ámbitos de sociabilidad de los españoles al menos desde el siglo XVIII. Quizás hoy, aun en sus horas más bajas, desplazados por las franquicias y multinacionales, permanecen, sin embargo, en el imaginario colectivo como lugares en donde se gestaron muchas páginas de nuestra literatura contemporánea, así como muchos episodios de nuestra historia más reciente. Desde la modestia de El Parnasillo –poco más que un tugurio que, a decir de Mesonero Romanos, fue el origen de la renovación del teatro, las academias, la prensa e incluso de los oradores parlamentarios– hasta la elegancia y suntuosidad del café Imperial, descrito por Pinheiro Chagas, o el Café de Fornos –trascendental, según Gómez de la Serna–, o los cafés bohemios y calaveras de la época de Emilio Carrere. Casi tres siglos transcurren en el desarrollo y la evolución de estos establecimientos tan presentes en nuestra sociedad.
Si hacemos un análisis sobre los lugares que nos sirven hoy como ocio y como punto de encuentro, los cafés que empiezan a aparecer en el siglo XVIII y que subsisten hasta bien avanzado el siglo XX son, sin duda, los antecedentes más claros de lo que hoy entendemos como establecimientos de recreo y de encuentro.
Porque las tabernas y los figones del Siglo de Oro no son exactamente el antecedente más directo ni de los tradicionales cafés, ni tampoco de nuestros actuales bares, puesto que eran, más bien, establecimientos en donde se vendía, y por supuesto consumía, determinado tipo de productos que estaban muy claramente definidos, tanto por su naturaleza como por su calidad.
La idea de los cafés como lugares de reunión y, sobre todo, el concepto de lugar de encuentro de individuos con determinadas inquietudes literarias o políticas tienen como antecedente, más que las tabernas del Siglo de Oro, las academias literarias (que proliferaron en las principales ciudades de España desde el siglo XVI), por una parte, y las casas de conversación, por otra.
Expediente para el arreglo de cafés de Madrid. 1791. AHN,CONSEJOS,50195,Exp.1
Con su origen en la Italia del Renacimiento, las academias del Siglo de Oro eran reuniones de individuos que, bien sea organizadamente, al estilo de las italianas que se articulaban en torno a cargos específicos, bien fueran en tertulias más anárquicas, congregaban a personas con intereses poéticos y literarios comunes, estableciendo un marco en donde exponer sus creaciones artísticas. Estas reuniones –que, como es natural, no se limitaron a la lectura de versos, sino que también acogían discusiones de carácter histórico, filosófico o político– son, a entender de varios autores, los antecedentes más claros de los cafés literarios o de tertulia que prosperarán en los siglos posteriores.
De la misma manera, las casas de conversación de los siglos XVI y XVII se presentan como un antecedente digno de tenerse en cuenta en el desarrollo de los cafés del siglo XVIII. En ellas se reunían personas, generalmente adineradas, para charlar, pasar el rato y jugar a juegos lícitos y organizar concursos o rifas.
Expediente para el arreglo de cafés de Madrid. 1791. AHN,CONSEJOS,50195,Exp.1
Los primeros cafés aparecen en Madrid en la década de 1760 (el célebre Casanova habla del Café Francés de Madrid ya en 1768) y los pensadores ilustrados vieron muy pronto en estos establecimientos un excelente vehículo para el entretenimiento y la educación del pueblo. Jovellanos abogará en su Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España, de 1790, por la creación de lugares de esparcimiento y sociabilidad ciudadana.
De este modo los cafés se erigirán como los lugares idóneos para ello porque, al no ser establecimientos restrictivos ni exclusivos como los clubes o sociedades, accesibles sólo a los afiliados, podían constituirse en lugares de encuentro social, de comunicación de ideas y de contacto entre individuos de todo origen. Alejandro Moya en su obra El Café dirá: “Presentan el cuadro más agradable y variado que pueda imaginarse. En ellos se ven reunidas gentes de diferentes naciones y provincias, personas de distintas clases y condiciones y se observan los genios más particulares y los más extraños caracteres”.
En la mencionada Memoria Jovellanos dirá: “Hace también gran falta en nuestras ciudades el establecimiento de cafés o casas públicas de conversación y diversión cotidiana, que arreglados con buena policía son un refugio para aquella porción de gente ociosa que, como suele decirse, busca a todas horas dónde matar el tiempo. Los juegos sedentarios y lícitos de naipes, ajedrez, damas y chaquete, los de útil ejercicio como trucos y billar, la lectura de papeles públicos y periódicos, las conversaciones instructivas y de interés general, no sólo ofrecen un honesto entretenimiento a muchas personas de juicio y probidad en horas que son perdidas para el trabajo, sino que instruyen también a aquella porción de jóvenes que, descuidados en sus familias, reciben su educación fuera de casa o, como se dice vulgarmente, en el mundo.”
Expediente para el arreglo de cafés de Madrid. 1791. AHN,CONSEJOS,50195,Exp.1
Más prosaicas que Jovellanos, las autoridades, sin embargo, pronto desconfiaron de un lugar donde cualquiera podía entrar y hablar libremente. Esta cualidad de ser lugar de esparcimiento de ideas fue la causa de que los cafés se considerasen rápidamente lugares sospechosos e inquietantes.
El estallido de la Revolución Francesa, en el segundo año del reinado de Carlos IV, precipita un giro radical en la política del gobierno en este sentido. La historiografía suele hablar de “pánico” para referirse al sentimiento generalizado que invade a los sectores políticos a partir de 1789, cuando empieza a cundir la alarma por la posible penetración de ideas revolucionarias desde Francia. Las ideas de la Ilustración sobre el progreso y la felicidad de los pueblos –materializadas en políticas públicas cuidadosamente planificadas y ejecutadas por el propio Estado a través de políticos y funcionarios que nunca discutieron la legitimidad de la monarquía absoluta, los privilegios de la Iglesia o la estructura estamental de la sociedad– pasan a ser consideradas peligrosas.
Por su parte, los cafés, hasta ese momento concebidos por muchos como poco más que casas de bebidas donde se juega a juegos lícitos, se leen gacetas y se mantienen conversaciones instructivas y de interés general, pasan a ser objeto de una estrecha vigilancia, conocido de sobra su potencial como centro de agitación política. En su interior se pueden mantener conversaciones contra el rey y sus ministros, atacarse a la Iglesia o comentarse las novedades políticas de la Francia revolucionaria. En suma, poner en tela de juicio el statu quo imperante.
Así, junto a otras medidas como la opresiva vigilancia de las comunidades de franceses que se asientan a lo largo de toda la Península o la férrea censura de las publicaciones que cruzan la frontera, el gobierno dirigido por Floridablanca impone al Consejo de Castilla y éste, a su vez, a la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, una concienzuda inspección de los cafés, billares y fondas de la Corte: quién los regenta, dónde se ubican, cómo es su distribución interior (para evitar “piezas encerradas ó reservadas en que pueda recelarse desorden”), qué tipo de clientela los frecuenta, qué conversaciones se mantienen dentro y, por supuesto, si cuentan con la licencia correspondiente. El objetivo era, por una parte, obtener una relación completa de los cafés que operaban en Madrid y, por otra, proclamar un edicto disponiendo las reglas de recato moral y absoluto apoliticismo que debían observar rigurosamente estos establecimientos, así como los juegos considerados prohibidos, castigando cualquier desviación.
Expediente para el arreglo de cafés de Madrid. 1791. AHN,CONSEJOS,50195,Exp.1
El resultado de todas estas diligencias y averiguaciones es el documento que comentamos en esta pieza, el Expediente de arreglo de cafés (CONSEJOS,50145,Exp.1,N.1), perteneciente al fondo del Consejo de Castilla, en que abundan los oficios y comunicaciones intercambiados entre el Consejo y la Sala sobre este asunto. Especialmente destacados son la minuta de edicto para el buen gobierno y policía de los cafés y, por otra parte, la relación de los cafés, fondas, billares y hosterías del cuartel de San Jerónimo, donde se encuentra una descripción detallada del interior de locales como La Fontana de Oro, La Cruz de Malta o la Fonda de San Sebastián, que tanta celebridad alcanzarán entre los liberales del Trienio.
Expediente para el arreglo de cafés de Madrid. 1791. AHN,CONSEJOS,50195,Exp.1
No obstante estas precauciones, eran inevitables las conversaciones políticas. Así se comprueba en CONSEJOS,50145,Exp.1,N.2, compuesto de varias carpetillas llenas de denuncias interpuestas no sólo por los alcaldes de barrio encargados de hacer la ronda, sino por toda una red de espías e informantes entre los que, en muchas ocasiones, estaban los propios dueños del establecimiento: conversaciones sediciosas contra el gobierno, presencia de franceses sospechosos de ser espías, conversaciones con extranjeros, etc., además de los delitos comunes como amancebamiento, relaciones ilícitas o juegos prohibidos.
Estas denuncias podían desembocar en la formación de causas generales contra varias personas, como la que observamos en CONSEJOS, 8922, Exp. 1[1], dentro de la colección Causas Célebres del fondo documental de la Sala de Alcaldes, colección formada durante el siglo XIX como recopilación de causas criminales que tuvieron amplia resonancia en el Madrid de la época. Este expediente que citamos es en sí mismo una recopilación de varias causas criminales ordenadas desde el Consejo de Castilla y seguidas mayoritariamente contra extranjeros por organizar y participar en este tipo de reuniones consideradas disolventes. Como curiosidad, entre los muchos encausados figura Pedro Teisson, francés, regente del Café Imperial de la calle de la Abada –barrio del Carmen, cuartel de Maravillas–, café que, precisamente, también se cita en la relación presente en el Expediente de arreglo de cafés.
[1] Cuya descripción encontramos en el Portal de Archivos Españoles, en el siguiente enlace: http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/description/12732608?nm
Las tertulias políticas van haciendo hueco a partir del primer tercio del XIX a las de escritores y artistas, como, por ejemplo, la del citado Parnasillo para los románticos o, en el último cuarto de siglo, el Café de Pombo, cenáculo modernista. En la década de 1850 el café evolucionará estilística y conceptualmente, europeizándose y “aburguesándose”, permitiendo incluso el acceso a las mujeres. Son los años del Café de Fornos o de Levante, donde Valle Inclán establece durante unos años su círculo. Sin embargo, en estos nuevos cafés la tertulia política ya no es revolucionaria, sino que se mantiene dentro de unos límites tolerables para los partidos dinásticos. La agitación se traslada a locales más humildes, donde continúa la vigilancia y persecución a lo largo del siglo XX[2].
[2] Dentro del fondo de la Audiencia Territorial de Madrid se conservan numerosas causas criminales instruidas por el delito de reunión clandestina. Sirvan como ejemplos: FC-AUDIENCIA_T_MADRID_CRIMINAL,176,Exp.9 o FC-AUDIENCIA_T_MADRID_CRIMINAL,46,Exp.2 (éste último con digitalización disponible en PARES: http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/description/6979841/imprimir
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Eva Bernal y Alejandro Ferreiro
Archivo Histórico Nacional