Durante la Alta Edad Media se perdieron en Europa los conocimientos cartográficos de la Antigüedad. Los escasos mapas que han sobrevivido no tienen un valor propiamente cartográfico. Prueba de ello lo constituye la primera pieza aquí expuesta, una de las más antiguas representaciones conocidas de la Península Ibérica, procedente de la biblioteca del Monasterio de Ripoll. El progreso de la cartografía a fines de la Edad Media estuvo relacionado con el descubrimiento de la brújula y la intensificación del tráfico comercial marítimo. Se levantaron entonces unas cartas de navegación que recibieron el nombre de portulanos, porque su principal cometido consistía en la localización de los puertos, fundamentalmente con fines comerciales. No abundan en los Archivos Estatales españoles. Dos de ellos se exponen aquí, uno plenamente inserto en la tradición medieval, otro vinculado ya a la época de los grandes descubrimientos. Desde entonces, imprescindibles para la navegación y el conocimiento del terreno, a medida que se desarrollan las técnicas de representación cartográfica y en función de la intensa presencia española en todo el Mediterráneo, se multiplica el número de mapas y planos de puertos, ciudades y lugares ribereños conservados en los archivos estatales españoles, alguno de ellos de bella factura.