El feminismo, la amalgama de ideologías que cuestionaban con mayor o menor intensidad el régimen y la tímida dinámica aperturista del Estado, a raíz de publicación de la Ley de Asociaciones de 1964, trajeron cambios políticos que afectaron en última instancia a la esfera familiar y, por extensión, a las mujeres. La Sección Femenina se vio forzada a compartir su posición de dominio. Surgieron 54 asociaciones de amas de casa, 12 asociaciones empleadas de hogar, y 4 asociaciones de viudas, 3 asociaciones de universitarias y diversas asociaciones profesionales, entre la que cabe destacar Asociación Española de Mujeres Juristas, creada en 1971 por María Telo, impulsora de la Ley 14/1975 que desterró parcialmente la posición subalterna de las esposas respecto a los esposos en el matrimonio.
El movimiento feminista a partir de la década de 1960 cuestionó de manera abierta los modelos masculino y femenino de la sociedad tradicional con el propósito de crear una sociedad distinta al margen de cualquier carácter sexista. Aunque la publicación de estudios y ensayos sobre la mujer encuadrados bajo los presupuestos feministas fue muy activa, ello no fue óbice para que la censura de la dictadura controlase los ritmos de la penetración de la segunda ola del feminismo. Sus dos obras básicas, El segundo sexo de 1949 y escrita por Simone de Beauvoir y La mística de la feminidad de 1963 por Betty Friedan, son un ejemplo de esto. Si el texto de Friedan vio la luz por primera vez en catalán en 1966 tras unas pequeñas censuras que eliminaron la referencia a la situación de la mujer española bajo la dictadura. El libro de Beauvoir pudo imprimirse en 1968 y sólo en catalán con una limitada tirada a 1.500 ejemplares y prologado por la feminista catalana Maria Aurèlia Capmany. Ambos libros vieron la luz en español en 1970 y 1975, respectivamente.
Las organizaciones específicamente femeninas como el Movimiento Democrático de Mujeres de 1965, ligada al PCE, las asociaciones de amas de casa o las de separadas, incorporaron progresivamente un discurso feminista en sus reivindicaciones que terminó por calar en los programas de los partidos políticos de la oposición a la dictadura. De esta manera, se ligaba la lucha feminista a la conquista de las libertades democráticas. Y lo que era más importante, la lucha feminista se convertía en un movimiento de masas, como puso de manifiesto en 1976 Les Jornades Catalanes de la Dona en la Universidad de Barcelona que contó con la participación de más de 4.000 personas.
La Dictadura trató de encauzar toda la efervescencia femenina a través de la Sección Femenina que experimentó una transformación considerable desde 1958. Y, en parte, lo consiguió aunque la presencia de las mujeres en las Cortes era nimia. En otros ámbitos, Pilar de Primo de Rivera presumía de 661 concejalas, 66 alcaldesas, 160 consejeras y 14 diputadas provinciales, además de una directora general dentro de la Administración Central. O de las 23.000 enlaces sindicales, 4.600 vocales jurados, 6.900 vocales provinciales y 324 vocales nacionales dentro de la Organización Sindical Española. Incluso desde las páginas de Teresa desde donde se difundía los principios de la segunda ola del feminismo.
Pero la labor directora de la Sección Femenina era insuficiente, el presidente del Gobierno Arias Navarro declaró en su discurso en el Año Internacional de la Mujer, a comienzos de 1975, que el papel de la mujer en la sociedad española debía revisarse, pero sin tener en cuenta las pautas de los tiempos pasados. El discurso desarrollado por la Dictadura y defendido por la Sección Femenina, en esfuerzo abnegado y tarea callada, incluso el de los últimos tiempos de modernización, quedaba arrumbado, aunque se le hubiese encomendado la organización de los eventos, aunque detrás de ellos se encontrasen la jurista María Telo, la socióloga María Ángeles Durán, o las periodistas Ana María Carbonero, Pilar Narvión, entre otras.
El desmantelamiento las estructuras de la dictadura, tras la muerte de Franco, y acelerado tras la llegada de Suárez a la presidencia del Gobierno supuso el fin de la Sección Femenina. Este mismo recomendó a las falangistas que si querían seguir en política, se comprometiesen en algún partido político. Pocas lo hicieron, este fue el caso de Carmen Llorca que fundó la Organización de Mujeres Independientes cuyo objetivo era luchar por la igualdad jurídica y la promoción social de la mujer. Por el contario, gran parte de ellas decidieron integrarse como funcionarias del Ministerio de Cultura y proseguir su labor Dirección General de Desarrollo Comunitario, encargada de implementar las políticas orientadas a las mujeres.
El 15 de junio de 1977, tras la aprobación de la última de las Leyes Fundamentales del Reino, la Ley de Reforma Política, los españoles y españolas votaban para elegir democráticamente a sus representantes políticos. Al Congreso se presentaron 5.359 candidatos para 350 escaños, sólo hubo 78 candidatas y de estas sólo 21 obtuvieron acta de diputada. En la Cámara alta, se presentaron 977 candidatos, sólo 39 eran féminas. Solamente 4 obtuvieron un acta, a las que habían de unirse las dos únicas senadoras por designación real.
La democracia no reflejó esa presencia activa y agitada de las mujeres en la sociedad española. Las Cortes continuaron con una dinámica que venía del régimen franquista. Tan exigua cantidad de candidatas se debía a la propia estructura y organización de los partidos, al margen de su orientación política, controlada por los hombres; en otras palabras al techo de cristal evidenciado por los estudios de género.
Pese al escaso número de diputadas y senadoras, éstas estuvieron en buena parte de las Comisiones parlamentarias, incluida por su especial transcendencia, la Constitucional y Libertades Públicas. De ella formó parte directamente Teresa Revilla, diputada de UCD por Valladolid. Pero la voz de las diputadas en la redacción del texto constitucional no se limitó a ella, las comunistas Pilar Brabo y Dolors Calvet y la socialista Marta Mata dejaron su impronta en la defensa de enmiendas.
En la Cámara alta, la participación de las senadoras fue desigual, destacando por su actividad las designadas por el Rey: Belén Landáburu, una veterana de las Cortes franquistas que participó en la redacción de la Ley de la Reforma Política, y Gloria Begué, la primera mujer catedrática de derecho en España.
Los trabajos de las parlamentarias no se limitaron exclusivamente en la redacción y enmiendas de la Carta Magna. La actividad de las diputadas y senadoras se centró también en el desmontaje legal de la desigualdad existente en el Código Penal, previamente acordado en los Pactos de la Moncloa. La despenalización del adulterio y amancebamiento, la modificación de las edades de estupro y rapto y la despenalización de los anticonceptivos asuntos que se encontraban en la agenda feminista fueron objeto del trabajo parlamentario protagonizado por Dolors Calvet, Soledad Becerril o Carlota Bustelo.
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