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Nuestro país es, y siempre ha sido, plurilingüe. Antes de la llegada de los romanos, la península ibérica estaba habitada por pueblos de diverso origen con lenguas de diferente naturaleza, comúnmente conocidas como lenguas paleohispánicas, que son cinco: el celtíbero, el lusitano, el ibérico, el vasco y el tartésico. Además, desde muy pronto, hubo asentamientos de griegos y fenopúnicos, cuyos idiomas influyeron en las lenguas autóctonas.
Sin embargo, en el curso de la segunda guerra púnica (218 a. C), llegaron los primeros soldados romanos y con ellos el latín. Desde ese momento se inicia un largo proceso (conocido como romanización o latinización) en el que el latín pasa de un estado de convivencia con las lenguas vernáculas a imponerse sobre ellas y desempeñar un papel hegemónico, convirtiéndose así en la lengua materna de todos los peninsulares (a excepción del vasco). Por otro lado, la llegada de los pueblos bárbaros también influyó en el latín hispánico, aunque de manera muy leve.
Con la llegada de los musulmanes a la península ibérica, el latín de Hispania dio paso al latín vulgar, una lengua coloquial y desprovista de normalización que convivió en un largo periodo de bilingüismo con el árabe. Es en ese momento cuando, desde el s. VIII hasta aproximadamente el s. XIII, del latín vulgar empiezan a surgir y desarrollarse las lenguas romances como consecuencia de la variabilidad geográfica y, sobre todo, por la transmisión predominantemente oral de la época. Esas lenguas romances son el gallegoportugués, el leonés, el castellano, el navarroaragonés y el catalán. Asimismo, hay que reseñar la pervivencia del vasco y la existencia del mozárabe, una lengua romance empleada por los cristianos que vivían en territorio musulmán.
Durante la conquista cristiana, las lenguas del norte fueron expandiéndose a medida que los reinos ocuparon territorios hacia el sur. En la Corona de Castilla, el castellano fue reduciendo y desplazando a otros romances, como el leonés, y desde el reinado de los Reyes Católicos, también al gallego en la comunicación escrita. A nivel oral, las otras lenguas (como el vasco, el catalán o el gallego) siguieron desarrollándose, aunque con las políticas centralizadoras de los borbones convivieron con el castellano en una situación de diglosia.
Al amparo de la corriente romántica que se dio en el s. XIX, apareció un movimiento de renacimiento lingüístico que pretendía recuperar las lenguas y elevarlas a nivel de lengua de cultura a través de su uso literario, especialmente en Cataluña, Galicia y País Vasco. Actualmente, y tras una etapa de persecución y represión por la dictadura franquista, la Constitución de 1978 reconoció la pluralidad lingüística y estableció que las lenguas españolas diferentes al castellano podían ser oficiales de acuerdo con los estatutos de autonomía.