La historia de la encuadernación es paralela a la evolución del libro. Desde el principio los dueños de volúmenes intentaron proteger los textos del uso y de los agentes degradantes de la escritura o su soporte.
En el Mundo Clásico, griegos y romanos emplearon una caja, denominada capsa o scrinium, para preservar sus rollos; además, los cuadernos compuestos por varias hojas de papiro o pergamino se insertaban entre dos tablas de madera u hojas de papiro encoladas. Sin embargo el procedimiento más habitual era introducirlos en algún recipiente de arcilla.
Coincidiendo el declinar del Imperio Romano hacia el siglo IV aparece el libro en forma códice (liber quadratus). Este formato hizo que se ideara otro tipo de protección, consistente en dos tablillas de madera (por lo general de cedro, muy apreciada por su aroma, ligereza y por ahuyentar a los insectos) que se forraban con tiras de cuero de distintos colores y estaban sujetas con una correa.
Las encuadernaciones artísticas pioneras se localizan en Egipto, hacia el siglo VII después de Cristo. Se trata de las encuadernaciones coptas que lograron libros de gran belleza plástica, colocando sobre las tapas de madera placas de metales nobles y piedras preciosas, cuajadas de motivos religiosos (cruces, peces, figuras de Cristo en majestad o pantocrator, etc.).
Por entonces, las ostentosas encuadernaciones bizantinas se habían puesto de moda en el orbe cristiano, traduciéndose en gruesas tablas de nogal o cedro cubiertas de cuero, ornamentadas con temas religiosos cincelados sobre planchas de metales nobles, pedrería, marfil, hueso o esmaltes. En Occidente, las encuadernaciones más antiguas que se conservan datan del siglo VII. Se trata de lujosos códices, cubiertos con una plancha muy fina fabricada con metales preciosos y camafeos dispuestos en forma de cruz.
Las decoraciones coptas y bizantinas influyeron en las encuadernaciones árabes, con los que convivieron desde entonces. Los musulmanes, en su expansión por la cuenca mediterránea, difundieron las cubiertas de piel profusamente decoradas con primorosos diseños geométricos de cintas entrecruzadas, rosetones polilobulados centrales y motivos vegetales estilizados para las borduras, llamados con posterioridad arabescos.
Durante la Edad Media, en los reinos cristianos se impone el formato códice. Los monjes benedictinos crean las primeras bibliotecas monásticas donde se concentraba todo el saber de su tiempo. Son los propios monjes quienes, ayudados de guarnicioneros, orfebres y grabadores, elevan la encuadernación a la categoría de arte. Es también la época de los libros-joya, en cuyas tapas se combinan metales, con gemas e incrustaciones de hueso o marfil, empleándose también clavos, rosetones, cantoneras o cerraduras estilizadas.
Los libros se habían convertido en un símbolo de poder que merece exhibirse y por eso sus poseedores invierten dinero en encargar ejemplares únicos.
Ineludiblemente, las encuadernaciones se impregnarán del estilo artístico predominante en cada época. Con la invención de la imprenta se disparará el número de volúmenes en el mercado, lo que unido a un sostenido incremento de la producción documental manuscrita (sobre todo de tipo genealógico, judicial, económico, gubernativo y administrativo) al calor de la creciente burocratización de las monarquías europeas, permitirá la coexistencia de las encuadernaciones lujosas con las badanas más corrientes y funcionales.