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Documentos escogidos

Carta de Carlos I a su hijo, el futuro rey Felipe II.

1545, marzo, 15. Bruselas

AGS,EST,LEG,501,27

1. La comunicación en el siglo XVI

En el siglo XVI no existen más que dos formas de comunicación: la oral y la escrita.Salto de línea La comunicación oral precisa que los interlocutores estén cerca y que la información sea directa, es decir, que se transmita del testigo de un hecho o del primer poseedor de una información al responsable de tomar decisiones. Todos sabemos que la información oral cambia y se altera si pasa por más personas (en esta época la comunicación del rey con sus secretarios se llamaba “comunicación de boca”).Salto de línea La escrita, en cambio, no puede alterarse de esta manera puesto que lo escrito permanece. Puede perderse y puede alterarse, pero mientras la pérdida puede ser involuntaria (para evitar la pérdida, a veces, se enviaban duplicados que tomaban otros caminos) la alteración es un acto doloso que puede ser detectado.Salto de línea En esta época sólo existe un medio para comunicar esta información, el correo, ya sea marítimo o terrestre. Los estados de la época moderna necesitan rapidez en sus comunicaciones puesto que sus territorios son extensos y precisan conocer cualquier acontecimiento con la máxima brevedad para poder tomar las medidas necesarias. Por ello, los grandes estados modernos tienen un servicio propio de correo, mediante postas y barcos rápidos que permiten (a pesar de su alto coste) una cierta rapidez en sus comunicaciones.Salto de línea La corona española mantiene un servicio de correo que permite que esta carta tarde 10 días en llegar desde Bruselas hasta Madrid lo cual, sabiendo como eran los caminos y las dificultades que se podían encontrar en ellos, es un tiempo más que razonable.

2. La correspondencia de Estado

Para dirigir un estado como el español del siglo XVI hace falta un gran número de personas que gobiernen e informen sobre los asuntos de sus territorios y los movimientos de las demás monarquías. La maquinaria administrativa española funciona en este siglo a pleno rendimiento, los virreyes, embajadores, cónsules, capitanes generales, gobernadores, espías, etc. escriben muy a menudo informando al rey de los asuntos de su competencia.Salto de línea Por su parte el Rey y su Consejo de Estado (Creado por el mismo Carlos I, para ser asesorado en asuntos de política exterior y negocios importantes tocantes a todos sus reinos) escriben a sus agentes repartidos por el mundo generando así una masa documental importantísima puesto que en ella se encuentra la historia de toda la política de este siglo y los siguientes.Salto de línea Forman la sección de Estado del Archivo General de Simancas 8.343 legajos, integrados principalmente por correspondencia diplomática y consultas del Consejo. De la correspondencia que envían los agentes se conserva el original que se recibe en la Corte, mientras la enviada por el rey o el consejo ha llegado hasta nosotros en forma de borradores, minutas o cedularios.Salto de línea Aunque hay algunos documentos anteriores, puede afirmarse que las series comienzan en el reinado de los Reyes Católicos y que terminan en l789 aunque también hay alguna documentación de fecha posterior. Para los siglos XV, XVI y XVII las colecciones de Simancas son únicas; para el siglo XVIII, Simancas no custodia otra cosa que la correspondencia original de los embajadores y agentes en el extranjero, y sólo hasta 1789. El resto de la documentación de Estado se conserva en el Archivo Histórico Nacional, en Madrid.

3. El Documento

El documento es una carta que envía Carlos I a su hijo Felipe II, que en este momento ejerce la regencia en España ante la ausencia del emperador. Como se puede ver en la carta aun en la distancia Carlos se ocupa de los asuntos de España y escribe sobre ellos a Felipe.Salto de línea Una cuestión importante es la necesidad de evitar que las cartas, si caen en manos de enemigos puedan ser leídas. Para ello se estableció el cifrado de los párrafos que podían resultar peligrosos para los intereses de la corona. La cifra, para cada agente, se establecía en Madrid, donde estaba el Secretario de Cifra, que descifraba las que se recibían.

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